Yo no estoy seguro de que la gente, siquiera en España, se dé cuenta de la importancia del arquitecto que ha muerto, repentina, intempestiva e innecesariamente esta noche y del vacío enorme que deja en la arquitectura española. Sus colegas de profesión sí, claro, y la mayoría están seguramente desolados porque Luis Moreno Mansilla tenía un extraño duende para caerle bien a todo el mundo. Pero la sociedad tal vez no, o no del todo, porque es difícil ver estas cosas con cierta previsión y darse cuenta de la importancia no sólo que tiene un artista ahora sino de la que está llamado a tener.
Y en arquitectura es aún más difícil, sabemos poco de arquitectura, no nos interesa demasiado, no sabemos mirar la ciudad, reconocer los edificios frente a los que pasamos o donde vivimos, y la prensa sólo nos habla de los grandes nombres, las estrella de esa constelación que tan de moda se ha puesto en los últimos años. Sucede además que a la edad en que un artista joven es ya un reconocido artista emergente, o un novelista o un poeta joven pueden ser ya brillantes escritores-revelación, el arquitecto aún está normalmente empezando, y por eso seguimos llamando arquitectos jóvenes o emergentes a los que andan ya mediando los cuarenta… La arquitectura es una carrera de fondo y el éxito y el reconocimiento tardan en llegar.
Es curioso que un país como España cuya arquitectura es tan reconocida, que tiene escuelas, y revistas, tan relevantes en todo el mundo, que ha ocupado salas del MOMA con una exposición dedicada exclusivamente a sus autores y sus obras y que tantos nombres parece aportar al escalafón internacional sólo haya tenido un Premio Pritzker, Rafael Moneo. Portugal, tan pequeño y tan mirado por encima del hombro por sus vecinos de la piel de toro tiene ya dos, que curiosamente viven en un mismo edificio de Oporto y trabajan en otro mismo edificio, así de pequeño puede ser el mundo.
Si hay alguien que pudiera venir después, alguien destinado al Pritzker como yo creo, y aquí lo dejo escrito, que Javier Marías está destinado a ser el próximo español Premio Nobel de Literatura, ésos eran Mansilla y Tuñón, esa pareja de hecho profesional que vienen siendo hace años Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla. Eran los mejores de su generación, la generación fantástica de Abalos y Herreros, Aranguren y Gallegos, Paredes y Pedrosa, Nieto y Sobejano, RCR, Alejandro Zaera…; seguían, siguen, haciendo edificios magníficos y de extraña brillantez uno tras otro; y seguían manteniendo la misma curiosidad intelectual y vital de los dos jóvenes que empezaron trabajando juntos con Moneo y un día se independizaron y montaron su estudio y empezaron a construir edificios fundamentales para la arquitectura española.
Yo estoy convencido de que Mansilla y Tuñón eran nuestro próximo Premio Pritzker, antes o después, como Javier Marías será, antes o después, Nobel de Literatura.
Y de pronto Luis Mansilla va y se muere, anoche, de pronto, sin necesidad, inopinadamente, como se murió sin necesidad Enric Miralles. Le tendrán que dar entonces el Pritzker al estudio, que sin duda seguirá, y Luis lo tendrá desde luego a título póstumo.