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Novela por entregasRemembranzas¡Paren esto que me bajo!

¡Paren esto que me bajo!

Este texto pertenece a la serie Remembranzas

Desde hace décadas nos han venido alertando de los graves problemas que nos amenazaban. Desde la explosión demográfica, al cambio climático, vertidos contaminantes en los mares, el destrozo en los bancos de pesca, los efectos perversos del fundamentalismo y del modelo de desarrollo neoconservador, la ignominia de los paraísos fiscales en donde blanquean dinero del narcotráfico, de la venta de armas y del crimen organizado. Cuando llegaron, todos nos hicimos de nuevas. Como sucedió con la caída del muro de Berlín o de la URSS o con el impresionante auge de China que ahora comienza a aterrarnos y eso que India todavía no ha aportado el alcance de sus presiones sobre la economía mundial.
Los que soñábamos con un Brasil, país del futuro, con una Sudáfrica modelo para otras naciones africanas, con una Rusia curada de megalomanías, con una Turquía heredera del espíritu de Ataturk, con un Oriente Medio liberado y respetado por los grandes intereses financieros en lugar de sus opresores colonialistas en lugar del infumable Imperio Otomano, con una India despojada de castas y con un Estado de Israel fiel a sus compromisos internacionales en lugar de una opresión criminal sobre la población palestina.
Y un largo etcétera para quienes hemos vivido una vida de estudio y de trabajo confiando en la cordura del ser humano y de sus instituciones a la vista de los gigantescos progresos científicos e industriales, de avances inimaginables en la posibilidad de un control de la natalidad responsable y de un respeto al medio ambiente, sentimos una cierta desolación ante actitudes incompatibles con las posibilidades del planeta.
Después de una “miserable y populista o populachera, diz que campaña electoral”, nos sentimos defraudados. Por eso, antes de rendir la vida, seguiremos luchando por las posibilidades que sin duda tiene que ofrecer este planeta devastado por las excrecencias de un progreso que no respeta la dimensión humana sino un absurdo crecimiento a base “explotar” los recursos naturales y humanos en lugar de cuidarlos en armonía con la naturaleza, la sobriedad y no la hybris dela soberbia y de la codicia. ¿Estamos ciegos? ¿Sostenemos a dirigentes políticos fatuos y sin propuestas ilusionantes y realizables? ¡Qué desolación siento a mis 84 años con más de medio siglo de vida académica, social, periodística y humanitaria en el ámbito de la solidaridad!

Hoy, y en jornada de “reflexión”, ante unos dirigentes políticos, económicos, culturales, eclesiásticos, académicos y sociales,   desorientado me siento como un sombrero lleno de lluvia, como un contenedor desfondado, como un absurdo y estúpido Sísifo que se cree condenado a cargar con una roca para despeñarla de nuevo, en lugar de subirse sobre ella y mearle encima toda su absurda condena. Los dioses no existen para condenar ni para premiar ¿a qué título? Estamos presos de phantasmata imaginarios. Por eso, aún tiene que ser posible la esperanza, que nos seque el viento las lágrimas mientras gritamos nuestro dolor y arrimamos hombros y corazones para poner remedio a esta demencial actitud de esclavos mudos y falsamente encadenados. ¡No hay más cadenas que las sombras que nos pueblan! Es precisa una hecatombe pero no de cien reses vacunas, sino de nuestros prejuicios, mentiras y sometimiento a un ordenamiento sociopolítico castrador y miserable.

Antes de una década, la Unión Europea tendrá 60 millones de personas mayores de 65 años. Estas personas son las que más visitas hacen a la Seguridad Social y las que toman más medicamentos, aparte de pasar más tiempo en sus casas durante los meses del crudo invierno. Se incrementan el consumo de calefacción, las afecciones respiratorias y reumáticas, la depresión, la soledad y la sensación que tienen estas personas de ya no ser necesarias.

Hasta los países europeos del Mediterráneo conocen esas cifras de jubilados por su edad o por las políticas laborales de las empresas que antes se producían en los países más ricos de Europa.

Ahora, los responsables políticos buscan cómo abordar el tiempo libre en aumento para esos ciudadanos. Nuestras sociedades no estaban preparadas para responder a esas demandas y se agotan las medidas de vacaciones subvencionadas y de actividades culturales para ese ocio impuesto que a tantos les resulta una carga insufrible.

No es casualidad que los médicos detecten un aumento de enfermos en sus consultas que han somatizado su soledad y su sensación de impotencia. Los consultorios se llenan de personas mayores que anhelan hablar y ser escuchadas.

La nueva configuración de las familias en los países europeos quita sitio para los abuelos en los nuevos hogares. Éstos están cada día más compuestos por una pareja con uno o dos hijos y que habitan viviendas maltusianas, llenos de hipotecas y de obligaciones para atender a las necesidades que el consumismo les ha ido creando.

Ante el desbordamiento de las estructuras sanitarias y la amenaza de no poder hacer frente a las pensiones que no crecen al ritmo del coste de la vida, en mi “tristura”, se me ocurre lo siguiente:

En España, Grecia, sur de Italia y sur de Portugal, el espectacular desarrollo económico ha venido precedido por las remesas de divisas que los emigrantes enviaban desde el norte. A medida que el nivel de vida de estos países se acercaba a los del resto de la Unión Europea, los emigrantes fueron regresando a sus lugares de origen aportando saberes, costumbres, técnicas y capacidades imprescindibles para la industria del turismo que se apoyó en el clima del Mediterráneo.

Los hijos de esos emigrantes hablaban otras lenguas, vivieron otras costumbres y habían aprendido a respetar otras formas de convivencia.

La ayuda que la Unión Europea prestó a estos países mejoró sus carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, así como las comunicaciones telefónicas, atención médica, facilidades de comunicación nunca soñadas y las instalaciones para el descanso y la sobriedad mientras se crean puestos de trabajo y negocios familiares.

Hasta entonces se creía que el ocio era patrimonio de los más pudientes. La experiencia demostró que no era así y cientos de miles de pensionistas empezaron a viajar a las islas Baleares, Canarias, Costa del sol y otros lugares similares de Italia, Portugal y Grecia.

¿Cuál era la riqueza fundamental que aportaban estos países en vías de desarrollo? El sol, el clima, el agua, los paisajes y el carácter abierto y acogedor de sus ciudadanos.

¿Por qué no se puebla el norte de África en instalaciones de acogida para esos millones de jubilados europeos que podrían pasar casi la mitad del año disfrutando de ese clima y de sus posibilidades?

Las visitas a los centros médicos y el consumo de medicamentos se reducirían. El uso de carburantes para calefacciones, así como la contaminación, también descendería. El estado anímico de millones de personas mejoraría al tiempo que se beneficiarían del aumento de la capacidad adquisitiva con las mismas pensiones.

Cualquiera que haya viajado por Marruecos, Túnez, Libia y Argelia puede comprobar la mejora de sus instalaciones hoteleras, culturales y de ocio en general. Pero sin fantasías ni explotación del medio y de sus habitantes

Como sucedió en el sur de la Unión Europea, cientos de miles de puestos de trabajo serían creados en esos países para sus ciudadanos. Harían en su tierra lo mismo que están haciendo en tierra ajena proporcionando un lugar al sol para esas personas mayores que ven con temor la llegada del otoño y del invierno.

Sería posible organizarse entre los países de la Unión Europea y los del norte de África para desarrollar conjuntamente otro tipo de instalaciones y potenciar esa riqueza que alienta en las tierras y en las poblaciones de nuestros vecinos de la otra orilla del Mediterráneo. Todo esto junto a una saludable e imprescindible educación que no confunda ya más sexualidad con procreación. ¡Y pensar que entre los políticos candidatos en estas elecciones van manadas de “castrados mentales” que se oponen al control de la natalidad humana!

Por favor, paren el furgón que me bajo. ¡Pero si esto es un avión a reacción! Pues también por eso.

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