
Me pasa en estos días que veo en el telediario a un político y automáticamente el dedo que se posa sobre las teclas del mando a distancia se pone en tensión y pulsa una al azar del mismo modo que lo haría si mis ojos vieran por accidente Sálvame, programa del cual sé que ahora se presenta con sabores.
Yo creo que debe de faltar poco para que la información política de los informativos sea de fresa, de naranja o de limón. De hecho, ayer salió Rajoy para informar de las útimas novedades y, antes de que mi dedo se pusiera nervioso, noté un ligero sabor a maracuyá en los labios. Con Snchz, aunque en un principio pensaba que podía suceder lo contrario: una sensación metálica en el gusto, sin embargo suelo percibir una explosión de sabores.
La última vez que lo sentí fue al verle en la playa. El «no» tiene, entre otras ventajas, que uno puede ir a la playa tranquilamente. No es no y no hay nada más que hablar, así que a la playa. O también puede irse de vacaciones, como el presidente, y venir a dar el parte metereológico con alegría e indiferencia igual que Holly Golightly a Sally Tomato en Sing-Sing. Yo estaba comiendo y fue escuchar ayer a don Mariano y quedárseme un poco la cara precisamente de tomate.
A esos parlantes de la política de sobremesa no hay manera de que les saquen los colores. Son hombres monocromáticos aunque pasen semanas de asueto al aire libre con el país en una cuneta y echando humo por el capó por sobrecalentamiento. El único que parece que ha colocado el triángulo señalizador de avería y se ha puesto el chalequito verde fósforo es Rivera, pero eso no impide que su visión también tenga un leve sabor refrescante, veraniego, pongamos a mandarina.
Qué Suave es la noche para ese grupo heterogéneo de expatriados, eso es lo que parecen, que viven a tope los placeres de la Riviera sin cuidarse de nada más que de sus asuntos personales y de su disfrute: el remoloneo de Rajoy entre las sábanas, el baile negacionista y exhibicionista de Snchz, la vocación de Rivera de jefe del ‘Club de los comanches’ y el lánguido y absorto cepillar de la coleta de Iglesias frente al espejo.