Pasada por la piedra (Versión definitiva)

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Dos veces vi el alma, dos. Cuando murió el pobre viejo y cuando ella me dijo adiós.

 

Quizá no me creíste cuando te dije que pasamos una tarde perseguiendo tormentas de verano en un viejo Fiat, con un calor asfixiante, riéndonos de todos y de todo mientras recorríamos caminos que nunca me imaginé que pudieran existir. Aquellos labios carnosos y dientes tan blancos iluminaban una sonrisa ingenua que me sacaba de quicio. Qué cuerpo tan rotundo, no se le podía poner ni una pega y estaba ahí, a mi lado, completamente entregada y dispuesta a complacerme en todo lo que yo pidiera. No fue una romanticada al uso ni un producto de mi imaginación. Fue muy real, aunque lo recuerdo ahora como si hubiera sido un sueño. Paramos el coche y corrimos hacia un prado intentado bebernos unos cuantos goteros bien gruesos que, por desgracia, se escapaban rápidamente en dirección a la ladera oeste de Las Machotas. Un poco sí nos mojamos, lo suficiente para ver bien marcado el sujetador blanco bajo una fina camisa de flores. Aquellas tetas, con sus pezones claramente insinuados, eran turgentes, jóvenes, frescas y parecían decirme a gritos «cómeme, ¿no ves que son sólo para ti?».

 

Anochecía ya cuando llegamos a la estación de la Nasa en Robledo de Chavelas. Nos bajamos, caminos hasta la valla y contemplamos durante un rato en silencio aquel paisaje extraño de antenas, radares, luces blancas y rojas y soledad. Ella miraba al cielo escudriñando las primeras estrellas pero yo sólo miraba de reojo sus preciosas tetas. Me acerqué por detrás, con calma, la rodeé con mis brazos, le arrimé bien el cebollo un buen rato y le mordí el cuello. La obligué a girarse, ella se dejó hacer y le metí la lengua hasta la garganta; le mordí y le chupé los labios, la azoté bien en el culo y en un plis plas dejé su hermosa pechonalidad al descubierto. ¡Como disfruté metiéndome en la boca aquellas montañas que sabían a miel y a gloria, a juventud y triunfo! ¡Qué fácil me fue quitarle las braguitas por debajo de aquella falda larga estilo flower power!; la empujé contra la valla, me arrodillé, le levanté la falda y estuve veinte minutos mordiéndole el clítoris, metiéndole la lengua por la vagina y chupándole el ojito del culo. Había colocado su pierna derecha sobre mi hombro izquierda y se agarraba a la valla para no caerse, mientras le temblaban las piernas y me suplicaba que parara ya, que ya se había corrido, pero yo seguí y seguí para exprimir bien esa especial sensibilidad, casi dolorosa, de un clítoris recién orgasmeado. Chilló y convulsionó un par de veces más y yo tuve que parar porque no podía más. Me sangraban las rodillas por culpa de las jodidas piedras que estaban por todas partes. Pero para entonces ella había visto las estrellas de verdad, sin necesidad de abrir los ojos.

 

Cenamos en la Silla de Felipe II ensalada, chuletillas de cordero y tortilla española. ¡Que rico es comer con los dedos cuando los dedos huelen a coñito fresco y juvenil! Subimos hasta la Silla y contemplamos las estrellas un buen rato. Sí, las estrellas de verdad, Júpiter, la Vía Láctea y toda esa mierda romántica que tanto les gusta a las tías. Después, sobre las dos de la madrugada, nos metimos en el coche, en el asiento de atrás y ella se portó. Estuvo treinte y cinco minutos comiéndome la polla y los huevos como si fueran un racimo de uvas. Apenas se sacó el rabo un par de minutos para tomar aire y yo me corrí dentro de aquella hermosa boca, entre aquellos blancos dientes, tres veces. No la penetré en ningún momento. ¿Para qué? Es absolutamente innecesario para que una tía disfrute de verdad. Y como decía un buen amigo: «Follar es de pobres. ¡Que te la chupen!».

 

Duerme. La suerte persiguiole ruda;

murió al perder la prenda de su alma.

Larga la expiación, la pena aguda

fue; y así obtuvo la CELESTE PALMA