Ver no es lo mismo que mirar. La vista es el sentido que depende de la luz. Aunque la luz (interior) no dependa de si puedes o no puedes ver. Esta es la historia de tres miradas hacia la vida y hacia la comunicación. Tres universitarios con diversos problemas de visión explican cómo superar las barreras de la discapacidad en su lucha por convertirse en periodistas. Son tres jóvenes que se replantean sus vidas, echan la vista atrás para contar el impacto de la enfermedad y se encaran con el futuro para mover ficha en su particular partida de ajedrez vital. Son tres jóvenes universitarios que anhelan contar el mundo más y mejor. Tres futuros periodistas a quienes no define la ceguera.
Pere Ribas (“Ser ciego no me hace ni mejor ni peor que nadie, ni me da más ni menos privilegios”), Khadija Ftah (“La mayor barrera de todas es la desconfianza en uno mismo”) y Arnau Busquets (“Un día una doctora me dijo que algo extraño estaba pasando”).
Pasión, compromiso y sueños.
1. Pasión. Pere Ribas
Participa en las retransmisiones de partidos de fútbol sin ver la pelota, pero con una precisión y pasión que atraviesan la antena. Aporta datos técnicos de jugadores y da su punto de vista. Pere Ribas, nacido en Olot (Girona), es ciego de nacimiento, pero eso nunca ha sido un obstáculo para perseguir su vocación: el periodismo radiofónico.
Estudiante de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), su voz forma parte de las locuciones de la Unió Esportiva Olot en Ràdio Olot desde que tenía solo nueve años.
La historia de Pere es como un partido de fútbol que se juega con cuatro sentidos.
La ceguera es solo una variable más –un jugador menos–, y nunca la protagonista.
“Todo lo que vale la pena empieza con el miedo de que no salga bien, pero cuando lo haces, la satisfacción es bestial”.
Su sueño empezó con un transistor que su abuela le regaló cuando tenía seis años. Aquel aparato, en sus manos, fue mucho más que un receptor: la puerta de entrada a una nueva dimensión.
“Me pasaba los fines de semana cambiando de emisora y escuchando retransmisiones de fútbol”.
La radio fue la primera brújula de Pere.
Cuando solo tenía siete años, su madre le encontró en casa jugando con un micrófono de juguete.
“¿Qué haces, Pere?”, le preguntó. “Mamá, estoy jugando a ser David Planella”, le contestó.
Años más tarde, y hasta la fecha, aquel David Planella, periodista de Ràdio Olot, se convertiría en su mentor y amigo.
Infancia
La infancia en Olot fue como la de tantos otros niños.
Durante ese periodo de su vida la escuela Petit Plançó fue su segundo hogar.
Allí cursó la educación infantil, la primaria y la secundaria.
De tercero de primaria a cuarto de ESO fue feliz. Muy feliz.
En el Petit Plançó creció entre amigos y maestros.
“Conocía tanto la escuela que ya no hacía falta que llevara bastón”.
Los maestros fueron decisivos en su educación. Ellos le dieron las herramientas para crecer y llegar a la universidad. Pere les enseñó a tener un niño ciego en clase. No fue fácil, pero lo lograron. La ONCE [Organización Nacional de Ciegos de España], que pone un profesor de apoyo a disposición de todos los afiliados que estudian, también fue clave en su educación.
“Los maestros que tienes te dan las herramientas que luego sirven para hacer camino y volar hacia la universidad”.
Nunca sintió ninguna discriminación, ni negativa ni positiva. Si se colgaba de las porterías y le descubrían, le reñían como a los demás compañeros. En casa también se lo dejaron claro desde bien pequeño. Él y su hermana mayor –Neus– eran iguales.
“Ser ciego no me hace ni mejor ni peor que nadie, ni me da más ni menos privilegios. Esto es algo que tanto mis padres como mis maestros siempre han tenido muy claro”.
Vocación
Radio y fútbol. Fútbol y radio. Dos pasiones tempranas que acabarían uniéndose.
Recuerda que desayunaba con su madre y su hermana escuchando el programa Bon dia, Catalunya! (Catalunya Ràdio), de Jordi Basté.
En la escuela, los amigos jugaban al fútbol y compartían con él la pasión de aquellos partidos cotidianos que parecían finales. No los veía, pero los escuchaba y vibraba con sus compañeros.
Un día el locutor de Ràdio Olot le puso el micro delante:
“Nos preguntó a mi amigo y a mí, que teníamos ocho años, qué nos había parecido la primera parte de un partido. Yo estaba muy nervioso. Estaba entrando en directo en la radio, ¡no sabía dónde estaba el micrófono!”.
Límites
“Cuando me proponen algo siempre digo que sí, muchas veces no sé si podré hacerlo. Pero de mientras, sigo probando”.
Así es como Pere se relaciona con los límites.
Los explora y los pone a prueba.
A los seis años empezó a nadar. A diferencia de todos sus compañeros, él tuvo que aprender la técnica “más pausadamente”, pero aprendió y llegó un momento en el que pudo empezar a competir. Primero a nivel local (Girona y Osona, en Barcelona), más adelante a escala estatal. A los 12 años llegó a unas eliminatorias de un campeonato de España.
“Bajar un segundo en tu marca son muchos meses de entrenamiento. Hay que picar mucha piedra para bajar un segundo cuando compites. Eso me ha enseñado que muchas veces el esfuerzo que haces no da el resultado que tú quieres, aunque lo importante es quedarte con el valor del gesto”.
Mientras cursaba bachillerato, se entrenaba 16 horas por semana.
Miedos
“Quizá, la principal dificultad para llegar al periodismo haya sido yo mismo”.
Pere reconoce que tiene miedos. Los observa y los describe con lucidez: la universidad y todo lo que supone salir de la zona de confort de la escuela, los compañeros de piso en la Vila, volver a sentir la soledad del bachillerato, la incertidumbre de lo nuevo…
Al final, los miedos y la inseguridad de cualquier joven que llega a los estudios superiores.
“El miedo es ese instinto de supervivencia o la costumbre que tenemos de pensar siempre lo peor antes de que llegue”.
El miedo no le ha impedido abrirse una cuenta en Instagram y subir fotos, como hacen los jóvenes de su edad.
El miedo tampoco le ha impedido narrar y describir todo lo que no ve en la radio.
Al quinto día
Cuando Pere era muy pequeño, su madre se dio cuenta de que no reaccionaba como otros niños. No le miraba a la cara. Lo llevó al médico.
“Amaurosis congénita de Leber, mutación genética”, fue el diagnóstico.
La madre se hundió y pasó cuatro días muy triste intentando asimilarlo.
Al quinto día se dijo:
“Tengo la oportunidad de vivir una experiencia que las otras madres no podrán vivir”.
La ceguera es una discapacidad, sí, y Pere considera que le ha dado otra percepción del mundo.
“Al final mi vida es muy parecida a la de alguien que ve: voy a la escuela, después al instituto, luego el bachillerato, llego a la universidad y, mientras tanto, voy conociendo nuevos mundos, ampliando nuevos horizontes y haciendo nuevos amigos”.
La madre sigue ahí, a su lado, como en el quinto día, dándole apoyo y amor incondicionales.
No hay un solo día en el que no hablen por teléfono.
2. Compromiso. Khadija Ftah
Primer desafío
Ni crear guías. Ni insertar caracteres especiales. Ni asignar perfiles. Ni editar en “editor de artículos”. Ni previsualizar la sobreimpresión.
Imposible manejar el programa de diseño Adobe Indesign (Plantillas apps de diseño). No está adaptado para personas ciegas.
“Me volví loca en las clases de Producción, Expresión y Diseño de Productos Periodísticos, en segundo de carrera. Teníamos que maquetar una revista en Indesign. Claro, Indesign no tiene versiones accesibles para las personas con discapacidad”, dice Khadija Ftah (Touroug, Errachidia, Marruecos, 1996), a quien cabría describir tal y como se oferta la aplicación para la composición digital de páginas del universo Adobe Systems: “Moderna, intuitiva y rápida”.
Khadija, afectada de glaucoma congénito, se ha graduado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona.
Nunca antes se había parado a pensar en los inconvenientes que ha ido encarando, resolviendo y venciendo. Superando.
“Yo probaba con todos los comandos que conocía para saber si me leía algo en las páginas de Indesign… Qué va”, sustenta.
El lector de pantalla Jaws, de la compañía Freedom Scientific, se bloqueaba.
Ni siquiera el 0,05% de resto visual en el ojo derecho, con el que percibe siluetas, le sirvió para distinguir columnas y cajas de texto.
Nadie sabía qué hacer, ni los profesores.
Finalmente, se decidió que Khadija presentara un trabajo de investigación sobre los principios del diseño. Plan b.
Segundo desafío
“En las clases de prácticas de asignaturas como Radio nos pedían: ‘Ahora hay que salir a la calle y buscar noticias. A las doce, todos aquí’. Claro, yo lo tenía difícil”, afirma. “Con el grupo consensuábamos roles y yo me encargaba de la redacción, así no tenía que salir a la calle a parar a la gente. Yo soy ciega”.
Con el tiempo, Khadija tiraría de contactos y planificaría encuentros.
Tercer desafío
De la misma manera, la edición de vídeos se le atascaba.
Y con los movimientos de cámara no acertaba.
“No puedo estar todo el rato ‘no puedo no puedo no puedo’, así que con ayuda salí adelante”.
A la más pequeña de seis hermanos y la primera en acceder a la universidad ningún desafío se le ha resistido.
En el 2001 la familia de Khadija Ftah se estableció en Sant Boi de Llobregat. Su padre trabaja en la obra; su madre, sus labores.
En el Hospital Sant Joan de Déu le confirmaron que el nervio óptico se había dañado de forma irreversible. Inoperable.
En el 2012 comenzó a usar bastón.
“Desde que en tercero de primaria me instalaron un ordenador de mesa, yo escribía relatos de ficción, de fantasía. Siempre me ha gustado escribir”, se reconoce, y sale a relucir uno de los diplomas ganados: el del Jocs Florals Escolars de Sant Boi del 2008, con el cuento ‘La impresora que parla’. “Yo quería ser escritora. Bueno, realmente, y porque tenía una secretaria en el cole que me trataba muy bien, yo también quería ser secretaria. Pensaba: ‘Debe ser maravilloso este puesto’”.
En el 2014, puso el pie en la Facultad de Periodismo de la UAB.
Tomó la decisión de cursar la licenciatura de Periodismo: “En ese año la crisis de los refugiados sirios copaba los informativos. Me dije: si tienes que contar historias, que al menos sean verdad”.
Agentes del programa de inclusión Piune de la UAB acompañaron a Khadija en sus primeros días.
“La primera semana llegaba tarde a los seminarios, porque la universidad es grande y me desorientaba”, recupera del disco duro de la memoria. “Hubo gente que me aconsejaba que no cursara Periodismo, que ahora es pura imagen, muy visual. No hice caso. Para mí estos estudios se basan en la investigación, en la escritura y, por lo tanto, en la lectura”.
Los audiolibros se los baja del programa Audible, de Amazon Prime, y de la biblioteca digital de la ONCE.
“Una vez por mes iba a la ONCE, a una especie de clases complementarias, de refuerzo, de repaso, y allí tenía la oportunidad de tocar los mapas de los países del mundo, que los tienen en relieve. Allí aprendí a escribir en braille”.
Las asignaturas con los que más congenió: Periodismo Internacional y Periodismo Literario.
“Lo importante para mí es hacer un periodismo que no me obligue a ir rápido”, medita.
Ha colaborado con el magazine Inedit.
Actualmente, se ve inmersa en el doctorado de Comunicación, en una tesis que lleva por título Representación mediática del emprendimiento con discapacidad, dirigida por la profesora de la Universidad de Sevilla Hada Sánchez.
Siempre ha dado con la forma de adaptarse.
La Aitana Bonmatí de la pluma y el micro.
“La mayor barrera de todas es la desconfianza en uno mismo, hay que aprender a confiar en las propias fortalezas porque son las que te impulsan adelante”.
3. Sueños. Arnau Busquets
“En algún momento me quedaré ciego”.
Arnau Busquets Costa tiene 22 años y cursa tercero de Periodismo y tercero de Ciencia Política. Viste una chaqueta roja Adidas y unas gafas de pasta, gruesas y marrones. “Hubiera preferido quedarme ciego de golpe y no esta mierda”. Me lo comenta con una rotundidad filosa y pausada en la cafetería de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Autònoma de Barcelona. Es un martes por la mañana y el segundo semestre se acerca a su ecuador. Los trabajos cada vez son más. “Los compañeros de clase me ayudan en todo. A veces, el que menos se ayuda soy yo mismo”.
Entender lo inevitable
Diagnosticado desde los 17 años, Arnau padece el síndrome de Bardet-Biedl, “enfermedad genética multisistémica de herencia autosómica recesiva”.
Esta dolencia afecta a múltiples sistemas del organismo.
Durante un tiempo, casi a diario, el joven preguntaba a Google.
“Hoy prefiero no hacerlo. Es inevitable. No hay investigación”, comenta resignado.
En su caso, se enfrenta a una pérdida de visión que procede de una degeneración retiniana. El primer impacto son los problemas en la visión nocturna y en la periférica. Posteriormente, el problema puede ir a más. “Yo sé que voy a acabar ciego”, comenta sereno.
Desde los siete años, Arnau ha usado gafas por miopía y por estigmatismo.
En una revisión, los especialistas detectaron algo extraño. Empezaron las revisiones. Una tras otra. “Hasta que un día una doctora me dijo que algo extraño estaba pasando”.
El joven vivió tres meses recorriendo médicos, haciendo pruebas y esperando el veredicto de distintos expertos. A esas visitas fue con su madre. Fueron pruebas de dos a tres horas “con los ojos abiertos”.
Hoy lo recuerda con cierta ironía y un particular humor que adereza casi todas sus reflexiones. “Era como un videojuego y yo, el jugador que quería pasar de un nivel al siguiente”.
Arnau estaba en cuarto de la ESO y su vida estaba a punto de experimentar un cambio irreversible. “Creo que la primera doctora –comenta con una risa apagada– lo supo, pero no quiso decirlo”.
Fue un marzo del 2018. “Aquel día fue un día de pruebas. Me lo dijeron por la tarde. No tiene tratamiento ni cura. Mi padre iba investigando. Realmente nunca he sabido cómo lo ha llevado mi madre. Mis padres no la tienen [la enfermedad], pero son portadores. Ellos no lo sabían”, comenta.
En casa la noticia llegó como un golpe seco.
Arnau tiene dos hermanas de 26 y 27 años. Ellas no tienen problemas de vista, pero descubrió que un pariente suyo “murió en la guerra y no veía de un ojo”.
Desde hace unos años, el joven se ha independizado. Vive solo y se enfrenta a los obstáculos de una enfermedad que le genera problemas de movilidad cada vez mayores debido a una pérdida progresiva de la visión.
“No veo cuando hay cambios de luz”.
El anhelo de un periodismo mejor
Arnau comenzó la carrera de Periodismo en plena pandemia.
“Tuve que hablar profesor a profesor. Mucha gente no me entendía”. Su imagen es la de un joven con un bastón y un perro. Hoy día, a punto de finalizar sus estudios, confiesa que le encantaría fomentar un periodismo renovado y comprometido. Le interesa la política y, de forma especial, la comprensión de los fenómenos internacionales.
El futuro no le genera mucha ansiedad: “Que sea lo que tenga que ser”.
Anhela ejercer como periodista sin limitaciones. No le gustaría que le ubicaran en el “último escalón” por su dolencia. “Sé que tengo las cosas chungas quieras o no. A veces me hablan como si fuera un niño pequeño. Me ha pasado y me continúa pasando”.
Pero reconoce que, cada vez, hay más inclusión.
Arnau ha trabajado como monitor de actividades extraescolares con niños de tres y cuatro años. “Me gustaba, pero era cansado”.
Actualmente, comienza a plantearse su trayectoria profesional futura. Sabe que tiene que soslayar obstáculos añadidos. “Cuando mando mi currículo a ofertas de empleo sé que si pongo que tengo un certificado de discapacidad ni me llaman”. Aun así, confía en esculpir una voz de valor en la política internacional.
“Me flipa”, apunta. “Pero me gusta más la política nacional”, concreta.
El anhelo de un periodismo mejor
No tiene pareja. Y reconoce que pasa demasiadas horas pensando demasiado.
“Hay una relación con la estima del propio cuerpo que se ha de trabajar”.
Le preocupa la falta de referentes. “Cuando ven a un ciego reaccionan con pena”, dice. “Aun así, sigo obstinado en ayudar a contar el mundo de una mejor manera”.
Por las tardes escucha música. “De todo un poco”. Dice que lee poco y que le gusta correr. Por los alrededores de su casa, con buena luz, sale a trotar unos treinta minutos. Le ayuda a evadirse. Ahora vive solo desde hace dos años.
Se presentó a una convocatoria de pisos oficiales. “Me hago yo todo. He solicitado ayuda social para la limpieza, porque no me veo”.
¿Un sueño? Ir a la Patagonia. Le atrae lo ignoto de aquellos parajes. “Nadie sabe mucho de lo que pasa allí abajo”. Es un viaje que haría solo como desconexión. A nivel laboral, le encantaría trabajar como asesor de comunicación en la Unión Europea. “Me gustaría salir de Cataluña”.
Para él, la palabra que le define es luchador. Y al periodismo, le pide que genere ilusión en la gente para no ampliar el rencor. Los años en la Facultad han sido una experiencia positiva y enriquecedora. “Con los colegas de clase, muy bien”, comenta. A veces, les cuenta sobre su dolencia, pero “no mucho”.
Y, a veces, le da demasiadas vueltas a todo.
“Depende del día. A días pienso: qué puta mierda. Y otros, no”.
PIUNE
“El Programa de Integración de Universitarios con Necesidades Especiales (PIUNE) trabaja para garantizar que cualquier persona, independientemente de su discapacidad o necesidades educativas especiales, pueda acceder a los estudios superiores con igualdad de oportunidades y gozar de una vida académica y social plena y autónoma en la universidad como el resto de sus compañeros”.





