Pequeño esbozo de canon de literatura colombiana

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Este blog nacía exactamente hace dos años, el ocho de junio de 2008, en la terraza de mi casa en Bogotá sobre la quebrada y bajo la montaña, con esa luz de la tarde bogotana que tanto me gusta y tanto echo de menos.

 

Pero así es la vida, los blogs también se hacen mayores y se van de casa, y mis Afinidades electivas se han venido a ésta, invitadas por Alfonso Armada gracias a la mediación de Ricardo Bada, colombianófilo como yo. Aquí estarán en compañía tan buena como la del propio Bada, de mi admirado Andrés Ibáñez, de ese gran novelista JA González Sáinz

 

Y como me acuerdo de Colombia y de los atardeceres bogotanos, y como el muy mentado, y ahora vecino, Ricardo Bada tiene en el diario El Espectador de esa capital un blog donde lleva una serie sobre Autores secretos de América Latina, quiero hablarles hoy de tres de mis autores colombianos no sé yo si secretos pero sí, cómo decir, privados, antes de que Bada me los pise…

 

Hay un cierto canon de la narrativa colombiana, con un gran nombre que estoy seguro no necesitan que les nombre, un segundo escalón de claros (como Fernando Vallejo, claro) y oscuros, y una plétora de nombres más o menos jóvenes casi ninguno para tirar cohetes.

 

Fuera de ese canon no sé si hay paraíso pero sí sé que, como casi siempre, hay joyas de esas que casi nadie conoce, o de las que nadie habla, y que necesitan una operación de rescate.

 

Hace unos años coincidieron las portadas del único suplemento cultural y de la única revista de libros que había en Colombia (ahora ya sólo queda el suplemento, la revista de libros se acabó: ¿quién iba, acaso, a comprar una revista de libros en un país donde casi no se compran libros?) con un mismo título en portada asombrosamente idéntico: “El secreto mejor guardado de la literatura colombiana”. Y ese secreto mejor guardado era Tomás González. Que ni era secreto ni estaba guardado: ahí andaba, desde hacía unos cuantos años, al acceso de todos, publicado por una de las más importantes editoriales de Colombia, Norma (aquí Belacqva), en su principal colección de narrativa.

 

Y sin embargo, sí. Publicado, accesible, disponible como está, autor de culto como es, y pese de todo sigue siendo el secreto mejor guardado de la literatura colombiana. Y tiene visos de seguir siéndolo para siempre: si esas portadas, que lo hayan invitado al Hay Festival en Cartagena, que todos sus libros se encuentren en las librerías…, no han cambiado su estatus fundamental de autor prácticamente desconocido para la inmensa mayoría, incluso de quienes, en Colombia, sí leen, ¿qué podría suceder ya para que deje de ser, apenas, el autor de culto que sólo sus seguidores, como una secta, leemos?

 

Ningún libro, ninguno, he recomendado y he regalado tanto durante mis tres últimos años en Colombia como Primero estaba el mar, su primera novela (1983). Una obra de aparente tono menor, frases contenidas y tempo pausado donde parece que no pasa nada hasta que pasa todo.

 

J., “literato, anarquista, izquierdista, negociante, colono, hippie y bohemio”, cansado de la vida en la ciudad y de la progresía intelectual de la época, decide retirarse de la vida mundana a irse a vivir con su mujer al lado del mar, en una de esas playas que uno ve en los folletos de viajes. Hasta que, como decía, pasa… lo que pasa, que ahora no les cuento. Que es lo que en la vida real le sucedió a Juan, el hermano de Tomás González en quien se basa toda la historia, como “homenaje no sólo a él sino a todos nosotros, a los que estábamos jóvenes durante aquellos años del idealismo y el hippismo”.

 

De un mismo tono menor y frases también lejos de la grandilocuencia es Los parientes de Ester, de Luis Fayad, publicada en 1978 (en España, por cierto, donde precisamente ha sido re-editada hace poco), cuando casi no había novela urbana en Colombia ni, mucho menos, una narrativa de la clase media. Inició por tanto una línea por la que luego andarían Philip Potdevin, con Metatrón -novela hoy demasiado olvidada-, el Santiago Gamboa de Vida feliz de un joven llamado Esteban o Piedad Bonnett con sus tres entregas. Que hoy ya podamos decir que hay un género, siquiera reducido, de novela de la clase media bogotana le debe mucho a Luis Fayad.

 

Los parientes… es, como quien no quiere la cosa, un catálogo de las miserias, más que alegrías, que pueblan la vida de una familia bogotana, la de la difunta Ester, sin nada especial que no pase en las demás familias de todas partes: engaños, mentiras, celos, envidias, sablazos, adulterio, pero también cariño, esfuerzo y buenas intenciones.

 

Evelio Rosero es el autor colombiano más interesante del momento. Como Tomás González, es un escritor de fondo, minucioso, a quien conocemos en España sobre todo porque ganó en 2006 el Premio Tusquets de Novela con Los ejércitos. Pero a mí me gusta más En el lejero (2003), una novela rara, perturbadora, que presagia ya los horrores que relata la que, algo después, ganaría el premio barcelonés.

 

Jeremías Andrade busca a su nieta, secuestrada por uno de los grupos ilegales que asuelan Colombia, por un territorio que parece más Comala que el Magdalena Medio o el Llano colombianos, en un viaje que desde el principio uno presiente sin sentido y sin salida, cada vez más opresivo, más desesperado, más desesperanzado. Todo es como una gran pesadilla de la que el lector, acorralado y agotado, no ve la hora de escapar.

 

Ahí les dejo, entonces, con este canon, breve y propio, sí, pero nada improvisado. Tres escritores colombianos, tres novelas más bien, que recomiendo. Cada una de ellas, sola, merece más la pena que muchas juntas de las que ahora pueblan las librerías bogotanas.

 

José Antonio de Ory es escritor, entre otros oficios que lo han llevado a vivir de un lado a otro del mundo: Colombia (en tres ocasiones), la India y Nueva York. Ahora en Madrid, continúa escribiendo cuando le da el tiempo sobre cultura y otras cosas de la vida en este blog, donde se permite contar, y opinar, cómo ve las cosas. Es autor de Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004).