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Mientras tantoPersianas de hierro verdes

Persianas de hierro verdes


 

Hay en mi calle una hilera de árboles a los que el edificio da sombra todo el día. A todos menos a uno que florece en este invierno vodevil casi idéntico a la política. Hay árboles secos y árboles floridos como partidos en invierno. Yo la mayor parte del tiempo no sé dónde ni en qué estación estoy. Ayer al Barcelona le pitaron un penalti en el Camp Nou y eso es como el árbol en flor de mi calle en febrero. Era domingo y antes había salido Aguirre, a la hora en que yo me levantaba de joven de resaca, a decir que ella se caía, como una hoja de la copa del PP, como un azulejo desconchado, como parte de un edificio que amenaza ruina. Por un momento su voz interpretó la levedad del planeo de la hoja, ese delicado barreno de la hoja que es como una muerte pizpireta, para luego posarse sobre el suelo con un estruendo que todavía retumba. A Esperanza se le secaba (o le secaba) el partido y al mismo tiempo a Mariano se le derrumbaban las columnas del invierno en la Moncloa, un domingo a la hora de comer y sin avisar, precisamente ahora que está tan libre, como si a su quietud le respondiera la naturaleza con movimientos sísmicos. Aguirre (la cólera de Dios) es como una falla que ha tenido que moverse para despertar a Rajoy (sin conseguirlo, claro) de su hibernación perenne. Yo ese estatismo es algo que sólo había visto en las casas viejas de la sierra de Madrid. Las casas de mis veranos, de mi infancia. Casas de persianas de hierro verdes alrededor de las cuales comienzan a crecer las malas hierbas. Casas misteriosas en las que se amó y se cometieron crímenes. Paredes que se oscurecen y tejados que se ondulan. Casas que acaban agazapadas entre la maleza esperando que alguien vuelva y las ventile hasta que pierden toda esperanza y amenazan ruina. El PP se cae a pesar de los parches y de los andamios. Casado, Maroto, Levy… apenas pueden sujetar un edificio con la fachada de Rajoy, el friso, el rostro enfermo de aluminosis en el que Cospedal, esa número dos incrustada como una vírgen resiste a los estragos del tiempo. Yo creo que la belleza creciente de María Dolores es inversamente proporcional a la solidez del partido. Es verla aparecer y comprobarse la decrepitud de una mayoría parlamentaria ante la que sólo parece rebelarse la dimisionaria dominical, esa descarga eléctrica que no se marcha porque toma carrerilla una vez más. No es la política un ejercicio de estrategias, de traiciones o de efectos sino una prueba triste de resistencia, de obcecación. Tenemos los parlamentos llenos de tercos, lo cual es una perfecta contradicción. Cada vez que paseo por esas solitarias calles serranas veo las mismas casas, cada vez más ajadas, más cerradas, más ocultas; y allí seguirán como si me dijeran, como si sólo nos dijeran: «Lo entiendo».

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