Pistolas prestadas

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La construcción del malvado Rajoy es, más veces de lo que parece, un acto de fe; y nadie hay más piadoso que Snc, que ponía gesto y postura (Snc necesita de la postura, o de su supuesta apostura) de estar asistiendo a misa desde un lateral: vuelto en el reclinatorio hacia Rajoy, el cura...

 

Nada más empezar el Gran Debate, ¡oh, el Gran Debate! creí contemplar una suerte de evolución moderna del hombre. Un hombre cuasi decimonónico con traje y corbata; a continuación, otro hombre más joven con traje y corbata fina; otro, más joven aún, ya sin corbata y por último un cuarto, todo un salto, cubierto con pieles.

 

Yo me acuerdo de cuando era pequeño y empezaba Falcon Crest. Un nuevo capítulo y una nueva esperanza. Pero nada. Todos los días lo mismo. Ni Angela ni Richard Channing. Ni hablar de Chase Gioberti. Yo Falcon Crest lo veía por inercia, como los debates. Se trata, en buena parte, de odiar al villano. El villano Rajoy que es un villano construido pieza a pieza, día a día, como las catedrales.

 

La construcción del malvado Rajoy es, más veces de lo que parece, un acto de fe; y nadie hay más piadoso que Snc, que ponía gesto y postura (Snc necesita de la postura, o de su supuesta apostura) de estar asistiendo a misa desde un lateral: vuelto en el reclinatorio hacia Rajoy, el cura. Quizá se notó demasiado que Pablo Iglesias acudió con el disfraz de viejito socialdemócrata, como el otro día Bescansa.

 

Iglesias es como El Santo, aquel héroe televisivo que tenía decenas de identidades santificadas. Pablo puede ser Simon Templar, Martín de Porres o Tomás Moro mientras millones de españoles siguen encantados las aventuras del personaje que, a ver, no se cansa del juego.

 

Albert Rivera parecía comparecer preparado después de un duro entrenamiento. Uno no deja de mover compulsivamente las manos así como así. Y Albert no las movió. Fue éste un ejercicio de contención mejor que el de Pablo, si cabe, (Bruce Wayne salido de la Liga de las Sombras) y de este modo su mensaje límpido brota con más fuerza de la fuente, del manantial de las montañas del que proviene.

 

Agua pura, mineral, aunque la gente prefiere la cerveza, ¡el botellín!, el vino o la coca-cola hasta con el cocido. Ahora que se menciona el botellín yo tengo inconscientemente unida a él la figura de Garzón, que ayer dijo que la culpa del atentado de Orlando era del «heteropatriarcado».

 

Menos mal (o menos bien) que va a ser sólo el ministro de Economía. Garzón debe de ser El Santo pero de verdad, uno que es capaz de explicar con éxito a los musulmanes (también a los radicales) el error de su convicción respecto a los homosexuales, incluso con un botellín en la mano.

 

Pero Garzón no estaba ayer. Garzón es cola de león joven y eso para él es como estar viviendo un sueño siguiendo las evoluciones de Pablo entre bambalinas. Yo cuando les veo juntos caminando (miembros de una Iglesia) tengo la impresión de que Alberto va encaramado al cuerpo de Pablo como una nueva mascota.

 

Pablo es coleccionista de mascotas que siempre le siguen a todas partes de lo bien amaestradas que las tiene. Pablo pretende amaestrar a todo el mundo. A Garzón ya lo lleva al hombro y a Snc lo tiene medio cogido con el lazo: «Espero que el PSOE no esté en eso», dijo de improviso, abriéndose de pronto la gabardina, refiriéndose a una posible gran coalición. Snc da vueltas al cercado relinchando y dando coces mientras Pablo le dice «so» desde fuera.

 

Ayer incluso le susurraba como un hipnotizador: «Pedrooo, no soy yo el enemigo… el enemigo es Rajoy, Pedroo, no soy yo…». Pobre Pdr, convertido en un poeta muerto al que el profesor Keating le susurra: «Carpee dieeem…». Que alguien le vigile, a Pedro, no vaya a cometer alguna locura. Pedro se dirige hacia el ocaso, mientras confía en dirigirse hacia el amanecer, «conjugando verbos como revitalizar o reconstruir».

 

Daba la sensación de que tres de los debatientes lo ponían todo perdido hasta que llegaba Rivera con su agua clara para limpiarlo todo. Rivera era como Jesús lavando los pies de sus contrincantes (sobre todo los de Snc) sin renunciar a fustigarles como a los mercaderes del templo. Un crupier repartiendo cartas con habilidad a toda la mesa: siete millones a Pablo (al que se le rebelaba, queriendo salir, el soberbio que estaba dentro del viejito socialdemócrata), y trescientos cuarenta mil a Rajoy, que también se revolvía pero cómo si llevara levita y peluca.

 

Quizá las mejores líneas de diálogo de Rajoy fueron al principio cuando todos callaban menos Snc, claro, al que deben de haber instalado un microchip bajo la piel que ante el timbre rajoyano activa varios sentidos para negar con la cabeza y sonreír neciamente. Luego se soliviantó, Mariano, pringado en terreno pantanoso a propósito de la corrupción donde los demás tampoco parecían estar cómodos.

 

En realidad todo pareció incómodo, incluidos los presentadores. Ni Vicente Vallés pudo remontar aquello. Se caían cosas en el plató, Piqueras balbuceaba y Ana Blanco estaba ahí, cómo no, todos en ese batiburrillo periodístico incapaz de conjuntarse, ¡cómo para conjuntarse los políticos!, y menos cuando uno dice, como dijo Snc, que el PSOE era «el partido de las mujeres». Mal síntoma, como todos los suyos, hasta los más pequeños. Ese sacrificio desesperado de pedir dos pistolas prestadas. Pero no para él sino para España.