
El sábado por la mañana, con el calor, me fui al Retiro con ganas de refrescarme, leer los suplementos literarios que leo en el Retiro los sábados por la mañana y ver, de paso, la exposición de Miralda, De gustibus non disputandum, en el renovado Palacio de Velázquez. Hasta que una vez más, como siempre que voy al Reina Sofía o sus dependencias, salí espantado.
El Palacio de Velázquez no es grande y la exposición hasta queda algo abigarrada, aunque eso puede ser parte de la gracia en un artista tan barroco y excesivo como Miralda. Pero por ese espacio reducido circulan, deambulan, hasta diez guardias-jurado con toda su impedimenta: uniforme, insignias, actitud, walkie-talkie y hasta porra y pistola. ¡Pistola! Diez guardias-jurado a pistola cada uno hacen diez pistolas en este espacio del Museo, circulando entre las piezas al cinto de sus portadores. ¿Es seguridad para la exposición -seguramente necesaria, quién soy yo acaso para ponerlo en duda-? ¿O no será más bien que es ésta otra muestra, una inteligente instalación, sobre la preponderancia de la seguridad en nuestras vidas, y todo lo demás es apenas el contexto: decorado museológico, comida y entretenimiento para los guardias, cajas para sus porras y pistolas…?
El domingo por la tarde, en mi querida Lisboa por esas cosas de la vida (viaje del que ya les hablaré), visito el Museo de Arte Antiguo, en la Rua das janelas verdes, con ese jardín maravilloso que dice Vila-Matas que es el lugar más elegante del mundo. Hay una exposición de los tapices de Alfonso V, rey portugués pero que se conservan en Pastrana, además de la colección permanente del Museo, discreta pero bella, como casi todo en Portugal, con esos seis maravillosos paneles de San Vicente, de Nuno Gonçalves.
En el Museo hay silencio, gente caminando como por un convento, susurrando sus comentarios mientras pasean y miran. El mismo silencio portugués que hay en sus calles, en sus cafés, en todas partes. Hay unos vigilantes sentados, que no se pasean entre los cuadros ni interfieren con su contemplación, que no llevan porras ni walkie-talkies ni pistolas y con quien uno siente que puede preguntar y hasta comentar algo.
Uno, quien esto escribe, no puede menos que quererse quedar a vivir en un sitio donde los museos son aún sitios dignos y respetuosos, el ruido no es parte de la cultura, arte y pistolas no se mezclan y la seguridad seguramente no necesita exhibirse. Menos mal que nos queda Portugal.
Nota: este post es el tercero de la serie Seguridad:
1- Seguridad
con un apéndice en Obelisco