
Hoy es fácil poner en evidencia a cualquier político. Internet permite acceder a todas las declaraciones, a todas las posturas sobre todos los temas de todos los políticos y encontrar todas sus contradicciones. El político, como todo ser vivo (quizá mejor que ninguno), se adapta al medio; pero ocurre que, siendo humano, o al menos viviendo en el entorno de los humanos, tantas veces como humanoides, como vampiros o como espectros, esta adaptación resulta maquinal, oscura y tenebrosa como si ya estuviésemos al borde de ser gobernados por esos robots malvados y destructivos de Terminator, por las huestes de Drácula o por los hijos de Stalin. Lo de estar al borde, naturalmente, es una broma. En España, tradicional y literalmente, nos ha gobernado el PSOE y el PP y sólo ahora parecemos despertar de un letargo, como una hibernación de décadas en la que hemos crecido tanto que ya no lo soportamos más. Ya no cabe más estupidez en España y por tanto hay que abrir nuevos depósitos. Hay que hacer ampliaciones de capital de estupidez porque nuestros continentes de toda la vida están llenos. Se habla mucho del «sorpasso», de la aguadilla histórica y trágica y estúpida que le puede dar el comunismo al socialismo en plena supuesta modernidad, pero en realidad dicho término no es más que la ampliación referida. Se necesita almacenar la estupidez que ya no cabe en dos partidos, con sus diferentes y variadas sucursales o némesis regionalistas o independentistas, y por eso ya tenemos cuatro. Ahora la estupidez está más repartida. Una estupidez relajada y creciente. Creemos que hay más alternativas, pero sólo hay más espacio para nuestra propia estupidez. Es la nueva política. Podemos seguir almacenando estupidez. Sí se puede. Claro que se puede. Y además con una sonrisa. Asistamos cómo, a pesar de lo fácil que es sacar hoy a la luz la contradicción de un político, éstos cabalgan sobre ellas (ya dijo Pablo, uno de los nuevos jefes de almacén, que en eso consistía su labor) como el jinete sin cabeza de Sleepy Hollow del que la Gente no huye sino que, al contrario, va detrás de él.