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ArpaPoesía«Posesiones». Poema de José de María Romero Barea

«Posesiones». Poema de José de María Romero Barea

Posesiones
de José de María Romero Barea

 

La vida es un libro que se lee de corrido, aunque la disposición a esperar o a dejarlo a un lado sugiere la presencia de lectores rebeldes, curiosos jugadores ilimitados, impacientes orquestadores de palabras amenazantes. Todas las historias de ese libro son la historia de lo que se ve, pálido en comparación con la serie de cielos furiosamente portentosos, bajo los cuales nada se divierte.

Nunca va a ser un buen día, ni siquiera en las guías de viajes. Nuevos significados son antiguas encuestas, atmosférico sentirse en lugares donde nada ostensible sucede. Si acaso, el roedor vicio homofóbico que intimida al protagonista en línea, al que cambia mientras habla. Sucesivas agresiones conducen a una especie de acomodamiento, una nota cómica emerge en forma de rabia idiomática, antes de transformarse en pregunta retórica. Postmoderno deslumbrar con tu kit de poeta, maestro zen instruido en reproducciones de lo real, o tal vez no, puede que todo sea un sueño: la voz del camaleón se convierte en la del poeta, o no, puede que no.

De las suaves colinas a los ondulantes páramos, de los calcáreos parajes a donde vive el respetado por la desolación invernal, lo que nos representa como internacionalistas.

Todas las repeticiones repiten lo que se dobla diligente en páginas pastiche tercamente borrosas: pentámetros yámbicos ocupan ciertos edificios, fábricas y almacenes en las todavía deprimidas zonas portuarias, abandonadas tras sus letreros. Presencias frustradas se mantienen en silencio, sin amenazas, mientras comienza el poema y los lectores lo registramos mediante el sentido del olfato, con la aguda percepción del niño que, dormido, se ajusta al esquema de la rima (a, a, b, c, c, b), simétrico colocar sensaciones de entrega, perdido rematarse en versos emparejados.

Vistos a través de la ventana interior hacia la superficie, embarrados encajes, superpuestos aquí y allá. Y esta no es la menor de las vergüenzas.

Diametralmente opuesto vaciarse en términos neutrales, post-Auschwitz asociar días benignos. Insértese alfabéticamente en el registro tranquilizador. Desee secretas creencias de lo que habla en composiciones satisfechas: bajo las ruedas de la poesía, sucumban los poetas que albergan la vana esperanza de romper todas las reglas.

Todo lo que, por mucho tiempo que pase, jamás será mío ni de mí, sino recordatorio que apuntala indecencias cívicas. Ponerse firme o ser sensible al sermón. Trastienda u oficina, fábrica o fabricación del plural posesivo pertenecer sin caer en zonas libres de fantasmas. No se nos permite estallar. No puedes desconectar. Una objetividad fríamente informada, de momentos disidentes de emoción impersonal, de una intensidad política subyacente, apenas perturba la superficie, donde el conflicto es enriquecedor. El nacionalismo es otra cosa. Es capaz de convertir todo un país en un teatro de eventos salvajes.

 

 

Monocromo luchar para contribuir con algo propio. La arena se mezcla con el deseo para dar pistas falsamente náuticas. Abusar de marcadores cronológicos, divertirse obedientemente por omisión. Moral e históricamente serio determinar principios para evitar comodidades de la memoria compartida. Sombrío encapsular advertencias tempranas contra la nostalgia. Incluso en los conflictos, temer a lo largo del tiempo, bajo filtros sepia. Acaba el rechazo enojado y empieza el cognitivo relacionar edades: de la falsedad a la locura, la elaboración del dicho: absurdos enrejados listos para colapsar. Abstracciones, ejercicios de estilo.

Desapasionado revelar hechos, no del todo deducidos, en textos que continúan relegándonos al juego: no hay sentimentalismo, a no ser menos violento de lo esperado. La estrofa nos emociona, pero con un asentimiento a regañadientes, paródico retraerse a lo pagano que involucra capas de actividad, rubicundo alistarse en niños calzados, combinados gramaticalmente con mirada retrospectivas. Te atrapa una nostalgia que te acerca a la abstracción, no importa cuán dura la temática, seco el trabajo en sí mismo, arduo continuar volviendo.

Irrumpe el infortunio en paisajes iluminados por la nostalgia. Se repite un lema, un trozo de tierra donde hubo una vez una casa. Regresa el pasado socialmente respaldado, cuyos restos sobreviven en broma, espacio liberado para los transgresores, para adolescentes que infringen las reglas porque sí. Puedes inventar una vida alternativa en ese terreno baldío, pero has de encontrar los medios de construcción en los materiales del sueño. En ese libro, como en la vida, no es fácil entregarse a lo que nos desplaza hacia adelante o hacia atrás. El poema es una cárcel de oro en un paisaje desolado.

Resplandece el concepto en la oscuridad de la destrucción, o tal vez es el anochecer, filtrado por recuerdos inquietantemente incompletos, revisados, cauterizados por el autodescubrimiento de la música o la rebelión. Destacan los términos exóticos contra el llano anunciar sentidos: otro verso decisivo, uno más, que resuma la impotencia de revelar experiencias. El invierno transforma las tracerías de las ventanas rotas contra la fría noche y, sin embargo, hay algo que no se pierde en la devastación: el recuerdo de las voces que escalan el canto.

No hay puerta entre este mundo y el siguiente. Nada nos prepara para la pura extrañeza de movernos. Escribo de oído, sin saber cómo, y, sin embargo, nada es abiertamente irónico. Urbano autorrealizarse en inclusiones, afirmaciones del brazo alrededor del hombro, bromas de autoinmolación, afirmación en apenas tres versos, que, sin embargo, nos llevan consigo: todo se evapora, sí, bueno, así es la vida. Pero antes, todo en exceso, si nos convierte en héroes.

El sueño termina siendo una canción de inocencia sin experiencia. Flotas en la laguna de cuerpos a punto de ahogarse, entre pájaros precursores y siniestras ratas negras. Nadas entre sus ricas potencialidades, siempre joven: deja que el proceso trascienda el resultado, siéntete en casa en las estaciones.

Cedes al manifiesto, al pasquín terco. Caen bastones sobre la multitud de figuras tubulares, algunas con manos o lenguas atrapadas en grietas ominosas. Avanzas a través de esa cronología inversa, entre epitafios del no reconocimiento y el demótico representar procesos de decadencia, ruinas de adentro hacia afuera. Involuntario e inevitable poder de destrucción, a través del cual suspiras. Recordatorios lamentables, evocador e incómodo sucumbir a las tentaciones de la nostalgia. Dramático evolucionar de la inversión a la triste inevitabilidad del propio monumento. Regresa el trabajo técnico ordenado que hace volar la historia. Una referencia oblicua a la pérdida se empareja con una ortodoxia apenas divisible, antes de que reafirmarte en la tríada de valores: cosmopolita sofocar originalidades.

Dioses de piedra. Peculiar desestructurar pirámides. Se burla de lo absurdo el objeto pasivamente erótico que, huyendo de la guerra, llega al corazón de una doble vida. Des-familiariza escenas y sentimientos comunes, agrega su propio clima cambiante, amenaza, anticipa, se arrepiente. Todo es onírico, salvo que en los sueños rara vez reconocemos nuestra voz. El gigantismo se yuxtapone a lo real de modo que accedamos a lo monstruoso. Todo es lúdico: los elementos del sueño se unen para formar verdades que no reflejan la existencia.

Indignan los ángulos elegíacos más oblicuos de la crónica del mito, escrita por el testigo de su creación, convertido temporalmente en el adorador de la diosa evocada. Que el hablante y el lector se sientan incómodos con el poder otorgado a esta presencia es parte de la intención del hablante. Ni mío ni de mí, sino desnudo, atrapado como un pez en la red del dolor; cementerios visitan peces; minas desusan; recuerdas momentos de autodescubrimiento vocacional: esqueletos sin cabeza, alegorías del amor, castigan el talento en autorrealizaciones. Al final de la narración, la inconstancia: el fenómeno pasajero, la mano confiada enmascarada por un guante. Si pudieras decirlo podrías quedarte. Excluido de la categoría de cosas que son vida, el aguijón en la cola del poema, la pérdida inevitable, la bomba repentina. Nos pinta muertos lo que, de alguna manera, nos permite seguir vivos.

 

 

 

 

 

 

 

 

José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Autor del libro de poemas Réplica (2023), las novelas WTBTC (2018) y Uf (2019) y los volúmenes de crítica La fortaleza de lo ilegible y Asalto a lo impenetrable (2015).

Ha traducido los poemarios de Curtis Bauer Spanish Sketchbook/España en dibujos (2012), Disarmed/Inermes de Jeffrey Thomson (2012), Gerald Stern. Esta vez. Antología Poética (2014), Robert Lowell. Poesía completa (2017) y Ornitología en tiempos de guerra de Jeffrey Thomson (2018).

Su más reciente traducción es Ecos de la Era del Jazz y otros ensayos de Francis Scott Fitzgerald, (Cátedra, Letras Universales, 2024. Edición de Juan Ignacio Guijarro). Ha co-traducido, junto a Diāna Vigule, muestras de literatura letona. Pertenece al Grupo de Investigación James Joyce del Departamento de Literatura Inglesa y Norteamericana de la Universidad de Sevilla y ha participado en diferentes iniciativas culturales de dicho departamento.

Colabora con la Fundación Vicente Núñez y el programa de RadiUS “Nothing Like the Sun”, los diarios Público y Le Monde Diplomatique, así como publicaciones digitales y en papel, de ámbito nacional e internacional, entre otras, Literal y Contratiempo (EE.UU.), Claves de Razón Práctica, Quimera, Qué Leer, Estación Poesía y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte.

Más información en las páginas del autor:
https://romerobarea.wordpress.com
@JdMRomeroBarea.

 

Para esta entrega de la nube habitada hemos elegido el poema que abre el libro Espectro, publicado por Editorial Libros del Aire, en septiembre de 2024.

 

Más información en: https://editoriallibrosdelaire.com/?s=espectro

 

 

 

 

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