Pujol, los polvos y el lodazal

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“Durante los larguísimos años de la violencia etarra y la kale borroka, oímos miles de veces cómo representantes de las instituciones del Estado y de los partidos políticos citaban como ejemplo al independentismo catalán. Era, decían, la vía a seguir para defender, de forma pacífica y no violenta, cualquier idea, por descabellada que pudiera parecer. Y eran, claro, los tiempos en los que nadie creía cabalmente que en Cataluña los defensores de la independencia pudieran llegar ni remotamente a rozar la mayoría algún día”.

 

Así comienza el artículo Alex Masllorens (24 abril, El País, Catalunya). Debo reconocer que me enganchó el inicio y me animó a seguir leyendo, pese a estar avisado de que, en algunos rincones, hay medios de comunicación que no son lo que parecen: la abuelita se disfraza de lobo para no dar la nota entre las hienas de hoy. La cosa es que me parecía que el autor iba a explicarnos una obviedad democrática que a demasiada gente pasa desapercibida: que una idea “descabellada” no debe defenderse por más pacíficos que sean los medios empleados. En general, no debemos defender que los negros son inferiores a los blancos, que las mujeres deben quedarse en casa, planchando y sin capacidad de contratar, o que hay que coger a los pelirrojos por la calle y pegarles una paliza. No debemos porque clama al cielo la inmoralidad de hacerlo; pero además es antidemocrático porque introduciría, sin justificación posible, la discriminación de los iguales, de aquellos que siempre deben poder participar libremente en un procedimiento democrático del que emanarán las decisiones que tendremos por justas. Existe un “coto vedado” que protege los derechos fundamentales porque, presumiendo que el procedimiento democrático es falible y que no siempre triunfarán las mejores decisiones, los que ayer se redujeron a una minoría deberán poder erigirse mañana en mayoría si, a los ojos de sus conciudadanos, les avalasen las mejores razones. Esto es algo que, siguiendo un razonamiento que me ahorro pero que se intuye, niega también la viabilidad democrática de la secesión, salvo que concurran causas consecuentes, como que en un territorio dado, toda o parte de la población esté siendo discriminada, vapuleada injustamente por su propio Estado sólo por compartir algún rasgo diferencial. Sólo esto legitimaría la secesión.

 

No obstante, para mi sorpresa, nuestro autor defendía literalmente que con medios pacíficos se podía defender cualquier cosa. La democracia queda así reducida a la regla de la mayoría. Y el todo del cual la mayoría es mayoritaria pasa a ser definido discrecionalmente por el pretendido demócrata. Y lo que decida la mayoría de ese todo discrecionalmente determinado pasa a ser justo (o democrático) porque lo dicen los más, aunque sea descabellado. Claro que lo que el señor Masllorens demanda no es descabellado (desde luego, seguro que no lo es a sus ojos), si acaso un poco cursi. Pero queda, eso también hay que decirlo, en las antípodas del juego político y democrático: su lamento es que el Estado soberano (o sea, todos los españoles, incluidos los catalanes, claro) no les da a ellos (por gracia de una sinécdoque habla en nombre de “todos los catalanes”, aunque en realidad no los representa, como resulta evidente sólo con echar un ojo al arco parlamentario) “ni un solo motivo basado en la ilusión ni la esperanza, ni la remota posibilidad de trabajar en un proyecto colectivo” (un colectivo que para el señor Masllorens no lo componen las personas, sino otros colectivos a los que él dota de vida propia, como Catalunya). Al final, ¿cuáles son las razones que el señor Masllorens pone sobre la mesa? Pues que dentro de un conjunto de ciudadanos que él determina discrecionalmente (lo cual le acercará sin duda a la mayoría que  pretende lograr) la mayoría, al margen de sus razones, puede decidir cualquier cosa descabellada, que eso será democrático mientras sean mayoría. ¿Y qué es lo que quiere el común de los mortales? Felicidad, ilusión. Peligroso canto al populismo; Artur Mas, frotándose las manos.

 

Me sorprendí, decía, porque uno no espera leer algunas cosas en la prensa. Debe haber líneas rojas, y más en determinada prensa. Más bien, lo que uno esperaba escuchar es que de aquellos polvos (de la miopía e ignorancia de una clase política que animó en el pasado a defender lo “descabellado” por vías pacíficas) proviene el actual lodazal catalán. Un lodazal donde empantana la democracia: hoy a nadie sorprende que gentes de un territorio puedan erigirse, bajo un devaluadísimo escudo democrático, en portavoces de una nación; resulta muy barato pretender, iliberalmente, encajar al conjunto de conciudadanos en dicha idea de nación y excluir a los que no se pliegan; resulta gratis el victimismo de una de las regiones más ricas y mejor tratadas; y se regala también el arrogarse, ante nuestras narices, el antidemocrático “derecho a decidir” contra la única nación política realmente existente (la nación soberana) y, por ende, la única con derecho a decidir. Y resulta gratis hacerlo alegando mentiras (ya destapadas) como la supuesta existencia de un déficit fiscal, un déficit lingüístico o un déficit político que Cataluña arrastraría desde tiempos inmemoriales. Y, cogidos en las mentiras, también les regalamos la opción de lanzarse desbocados a la última opción que les queda: pretender forzar una crisis política por el peso de la masa, ya que no de los buenos argumentos. Para ello, además del silencio de muchos, bastará con todos los medios que la Generalitat ponga a disposición de una sociedad civil clientelar y con permitirles ampliar más si cabe las mentiras. Aunque en la cadena humana de la pasada Diada no podía haber ni 700.000 personas, dirán que hubo dos millones. Todo con tal de desquilibrar la balanza y forzar a los más débiles o indecisos hacia lo que manda la conciencia social dominante.

 

Tiranía de la mayoría por activa y por pasiva. Son viejas técnicas de manipulación social, utilizadas contra la población, con intereses espurios de la clase política y del capital que la sustenta. Son burdos métodos de manipulación que pretenden lanzar a catalanes contra catalanes; a catalanes contra el resto de sus conciudadanos españoles. Son métodos antidemocráticos apuntalados con mentiras, no desmentidas, que han perdurado gracias a la connivencia de los medios de comunicación. Cuando no a su directa contribución. Aún recuerdo a Gabilondo advirtiéndoles a los trabajadores de canal 9 su responsabilidad (la de los propios trabajadores de canal 9, pero también la del resto de compañeros que se plegaban en otros sitios, o que no denunciaban lo que allí pasaba; en fin, la del propio Gabilondo por permitir que el periodismo sea la degradada e innoble profesión que hoy es). Pues bien, a ver si vamos saliendo ya del agujero. Y a ver si alguien acepta de una vez su culpa por haber permitido que se pronunciasen públicamente las palabras que ahora seguirán. Son de Jordi Pujol, de un supuesto nacionalista democrático (oxímoron donde los haya); de un pretendido hombre de Estado a quien PP y PSOE le brindaron gustosos la mano para mantenerle en el poder, aquí y allá. Un ministro franquista difícilmente proferiría un discurso más antidemocrático. Lean:

 

1) “Es muy conveniente que las cosas se digan por su nombre. Que los conceptos sean claros. Que se vean las cosas tal como son, y no como el hábito y el camuflaje o el cansancio las hacen ver. Concretamente, es del todo necesario que 150 o 200 mil hombres que viven en Cataluña sean considerados como lo que son en realidad: como ejército de ocupación.” (“El Ejército de ocupación”, publicado en Construir Cataluña en 1966)

 

2) “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido […], es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir su falta de mentalidad.” (La immigració.  Problema i esperança de Catalunya, Barcelona, Editorial Nova Terra, 1976, pp. 67-68)

 

3) La gent d’un mateix poble té, en el fons, una mateixa mentalitat, una mateixa concepció del món, uns mateixos reflexos. Els homes d’un poble veuen les coses d’una mateixa manera i és això el que els uneix. (…) Són les actituds espirituals, mentals i psicològiques les que determinen un poble. És a dir, són les estructures bàsiques de l’home, les que constitueixen la seva íntima estructura fonamental. Un home necessita tenir, ben sòlida, aquesta estructura, aquesta mena d’esquelet interior. Sense això, l’home no té consistència, és indeterminat, és espiritualment flonjo. Doncs bé, aquesta estructura, aquesta forma espiritual li és donada per la comunitat de què ell és fruit i de què ell es nodreix’.

 

Obviamente, para Pujol este pueblo es Cataluña: ‘Els catalans, com tothom, necessitem pertànyer a un poble sòlid i amb unitat interior. Un poble que ens defensi -col-lectivament i individualment- del dubte, que esterilitza i divideix. Un poble capaç de donar-nos una forma. Aquest poble ha estat Catalunya. Ha dut a terme la nova missió educadora i formadora de l’home català a través dels segles’.

 

Más adelante, Pujol trata de delimitar quién es catalán: ‘Un català pot definir-se de moltes maneres: lingüísticament, històricament, sentimentalment, culturalment… És evident que això compta. Però la definició que ens agrada més es aquella que diu: català és tot home que viu i treballa a Catalunya, i que amb el seu treball, amb el seu esforç, ajuda a fer Catalunya. Hem d’afegir només: i que, de Catalunya, en fan casa seva, és a dir, que d’una manera o altra s’hi incorpora, s’hi reconeix, s’hi entrega, no li és hostil. Cal afegir-hi això, perquè hi ha un tipus d’immigrant, o de descendent d’immigrants, que mai no serà català, perquè té la decidida voluntat de no ser-ne, perquè és anticatalà. Cal saber ser enemic d’aquest. L’hostilitat és, en aquest cas, l’única actitud acceptable'». (La immigració. Problema y esperança de Catalunya, Nova Terra, Barcelona, 1976 –extraído de aquí-)

 

4) «Hemos de vigilar (el mestizaje), porque hay gente en Cataluña que lo quiere, y ello será el final de Cataluña». [Raclama por ello las competencias sobre inmigración] «que es un tema muy serio para mucha gente, para Cataluña es además una cuestión de ser o no ser». “Podría llegar un momento en que podríamos no estar en condiciones de [convivir con los inmigrantes], que se nos rompiera el país». «A un vaso se le tira sal y la disuelve; se le tira un poco más, y también la disuelve», pero llega un momento en que «no la disuelve». (Conferencia en la Universitat Catalana d’Estiu, 23 de agosto de 2004)

 

Ya nos den con un palo en la cabeza, algunos no olvidaremos. Nos acodaremos y recordaremos cómo ocurrió todo, que es como siempre ocurre. El interés del corto plazo. El del poder; el del dinero… El de los partidos que, en lugar de señalar con el dedo a Pujol y a los suyos con el fin de excluirlos para siempre de la vida pública, como haría cualquier demócrata, se dejaron sus principios por captar a un votante medio ya escorado a base de tragar sin cortapisas el miserable lenguaje que hemos reproducido. Y el de los medios de comunicación que, por no bajar la tirada en los lugares donde la conciencia pública está siendo gangrenada, son también capaces de prostituir el más noble de sus principios; y ahí los tienen a unos y a otros, avalando a quienes construyen el relato del expolio, el de que todo comenzó cuando se rechazó un Estatut que pretendía, contra cualquier atisbo de justicia social, esquilmar la solidaridad ciudadana.

 

No olvidaremos, pero cuanto antes se rectifique más probable será que conservemos algo por lo que merezca la pena perdonar. Lógicamente, no habrá perdón si el barco se hunde y se acaban perdiendo todos los muebles. No habrá perdón si la orquesta de partidos y medios sigue tocando al son de los que desataron la tormenta.