
En este artículo me gustaría comentaros cuáles fueron mis impresiones las primeras veces que estuve delante de una clase para enseñarles a jugar ajedrez a unos niños y cómo ha ido cambiando esa visión con el tiempo y, también, lo mucho que he aprendido dando clases, porque, ¿quién dice que los niños no pueden enseñar a los adultos? Como veréis es más de lo que uno se imagina.
Existe la antigua –y a mi parecer, errónea- imagen del profesor, serio, estricto, distante, que llega a clase, da los buenos días, abre el libro, da la lección, contestado dudas, deja deberes y se despide para repetir la misma acción con la siguiente clase. Estoy seguro que si entre los lectores de este texto, hay algún profesor, estará de acuerdo conmigo que este arquetipo está muy alejado de la realidad. En mi caso solo tardé cinco minutos en darme cuenta que un profesor (aunque sea de extraescolares) tiene que ser, además de profesor o maestro, un poco psicólogo, un poco pedagogo, un poco político, negociante, tutor, confidente.
Frente los niños, antes de dar clase, me di cuenta enseguida que cada cabeza que veía tenía una historia (buena o mala) detrás. Unos me miraban atentamente y estaban tranquilos, otros, me contaban que su abuelo les había enseñado a jugar, había niños que hablaban entre ellos sobre quién aprendería primero a “comerse” al Rey, alguno se sentaba alejado de los demás y tenía la mirada baja. Intuía su timidez o algún problema. Comprendí rápidamente la idea que tienen los japoneses y que dice que no hay nada estático, todo es mutable. Tenía que mutar constantemente con cada niño. Al igual que el agua en un jarrón, en una botella, en el mar, con cada niño tendría que ser “otro”. Con algunos alumnos no hace falta motivarles, rebosan energía y están dispuestos, como esponjas a aprender, en otros casos, algunos de mis alumnos necesitan más atención, sentir que uno está presente, pero hay que guardar un equilibrio entre prestar atención y que absorban toda la atención. Con otros alumnos hay que usar técnicas de coaching (entrenador-psicólogo) y enseñarles a confiar en ellos, mostrarles, convencerles, que valen mucho, más de lo que ellos –en ese momento- pueden pensar y que no importa lo rápido o lento que aprendan, no importa las partidas que pierdan, sino la perseverancia. Les intento transmitir la capacidad de resilencia.
«Resilencia: Capacidad de una persona para hacer frene a una adversidad y,
no solo superarla, sino salir reforzado»
En este tiempo dando clases también me he dado cuenta que, como casi todo en esta vida, no es tan fácil como aplicar sencillamente la teoría estudiada sino que hay que improvisar e ir aprendiendo sobre el camino. Recuerdo que años atrás tuve un alumno que solía perder partidas, notaba al principio que se desanimaba pero seguía jugando con otros compañeros más accesibles -que yo escogía sin que se diera cuenta- y mejoraba su ratio de victorias pero claro, un niño no puede estar jugando siempre con las mismas personas y volvía a perder. Su autoestima empezó a decaer. Después de una derrota empezó a decir que era muy malo que no valía para el ajedrez. Aquí tuve que hacer a un lado mi faceta de profesor y trabajar la autoestima de este alumno. ¿Cómo? Le comenté que había estado viendo sus partidas y percibía que jugaba demasiado rápido, le recomendé que pensara por lo menos 10 segundas antes de mover cada pieza, que cualquier movimiento que hiciera fuera con una idea y, finalmente que se olvidara del “no sé que mover, moveré esta pieza”. Esto lo hice con la idea de hacer consciente defectos que le estaban llevando a perder partidas. Me hizo caso y, aunque de vez en cuando perdía partidas, el porcentaje bajo mucho y su autoestima subió ya que se dio cuenta de cuáles eran sus fallos y que, corrigiéndolos, mejoraría. No se trata de otra cosa más que de poner un espejo frente a la persona (metáfora) y que sean ellos mismos los que se den cuenta que no son malos, sino que haya hábitos, reflejos, manías que hay que cambiar. Cuando me encuentro con un caso como este o parecido (baja autoestima), siempre intento mirar al alumno a los ojos y mostrarle plena confianza tanto en él, inspirarle para que vuelva a intentarlo. Nadie le salvará de perder, pero solo de él depende que tras cada tropiezo, se convierta en más sabio, más fuerte, más resilente.
“Es la repetición de afirmaciones lo que lleva a creer. Y cuando el creer se transforma en una convicción,
las cosas empiezan a suceder” (Muhammad Ali)
Mikel Menchero Pérez
Monitor Nacional de Ajedrez