¿Qué hacer después de varios años de crisis, desprestigio creciente la clase política, y deterioro grave del Estado Benefactor? A mi entender, la pregunta es peligrosa. Estas mismas palabras –“¿Qué hacer?”- encabezaban un conocido libro de Lenin, inspirado, a su vez, en el título de un conocido libro de Chernyshesvky. Lo que hicieron al cabo los radicales rusos, fue desmantelar los rudimentos del Estado burgués que empezaba a cobrar forma –todo lo imperfecta que se quiera- en su país. La apelación voluntarista, puritana, a un cambio absoluto de las cosas, condujo al estalinismo y a los campos de muerte soviéticos.
Precisaré mis inquietudes. No es imposible que una población democrática empobrecida e impaciente no se haga pronto vulnerable al canto de sirena de los demagogos. No serían los indignados, o sus réplicas alemanas o estadounidenses, los que se llevaran el gato al agua. Los indignados son un indicio, o, si se quiere, un fenómeno, pero nada más. Están haciendo un uso interesante de las oportunidades que proporciona internet. Su filosofía política, sin embargo, es elemental y rutinaria. No, de ahí saldrá poco. De lo que puede salir mucho es de un populismo de clases medias, contenido de momento en el cuadro de la vieja política. El movimiento estaría abierto hacia arriba y hacia abajo, y a la izquierda y a la derecha. Absorbería, por arriba, a profesionales venidos a menos y fritos a impuestos. Por abajo, a la baja clase media, orientada a dejar de serlo pronto, y a jóvenes masivamente desempleados. Causaría estragos en la clientela de los partidos de centro derecha, en el partido socialista, y en la porción de izquierda/izquierda que no se hubiese sumado al carnaval de los indignados. Seguiría habiendo elecciones, aunque ya no significarían lo mismo. Y la misma y comprensible impaciencia –insofferenza, decían los fascistas italianos- que sitúa a los políticos profesionales bajo mínimos en las encuestas del CIS [Centro de Investigaciones Sociológicas], alentaría la destrucción de las garantías constitucionales, del derecho de propiedad, y de la libertad.
Vuelvo a la pregunta. Nadie, en rigor, sabe lo que hacer. No lo saben los economistas, no lo saben los ministros, no lo saben los comisarios europeos, y no lo sabe el FMI. Pero los que pensamos que esto va para largo, sabemos lo que no hacer: arrebatarnos y buscar ahora, ya, una solución.
Álvaro Delgado-Gal es periodista y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Fue director durante toda su trayectoria de Revista de Libros y ha ejercido como columnista y crítico de arte en Diario 16, El País y ABC, donde sigue colaborando. Es autor, entre otros, de los libros La esencia del arte y El hombre endiosado.