Descubrí, advertido por la sapiencia filológica de una profesora de griego amiga, la idéntica raíz de dos palabras tan semánticamente diferentes pero que están representadas, sin embargo, por una forma afín, proveniente de la raíz ‘órkhis’: orquitis (inflamación del testículo) y orquídea (apreciada flor), ya que los testículos se asemejan a los tubérculos de las orquídeas, etimología que hace resaltar la precisa nominación, altamente asociativa, de la originaria lengua griega. Por este motivo, con este conocimiento, escribí un pequeño poema, al que titulé “Raíz y paradoja” y que dice así:
Curiosamente orquídea, forma alada, en su palabra exhibe el mismo radical de la palabra orquitis, que presenta el opuesto concepto: espeso, amorfo. Otra gran paradoja: semen de Urano, espuma en el mar, llega a ser Belleza Misma: ¡Venus Urania!.
He pasado por el quirófano de un hospital –más serio que los pequeños quirófanos de las clínicas, que también he conocido- unas tres o cuatro veces (de eso ya hace siglos) a causa de una hernia inguinal, que se complicó desde la primera operación y tuvieron, ya digo, que repetir, en más de una ocasión, la cirugía. Después de tantas tentativas, la cosa se soldó debidamente y, al cabo, quedé bien, pero (si bien me dieron el alta con fiebre y con los huevos ya inflamados), como efecto colateral tuve que padecer una fuerte orquitis que me duró un mes. Se me pusieron los cataplines como una pelota de trapo, pero duros como una piedra. Muy dolientes en todo momento. No podía estar a gusto en otra postura más que tumbado. Si a diario leo cantidad, durante esa torpe convalecencia yo me tiraba, literalmente, todo el día leyendo. Un entonces fraternal compinche me regaló un libro en los días del ingreso hospitalario, ya solucionada la protrusión; el obsequio fue El mundo, en ese momento la última novela de Juan José Millás, galardonada, poco antes, con el premio Planeta. La fiebre cundía pero no tardé en fatigar la lectura de sus algo más de doscientas páginas. Aprecié su eficaz expresión narrativa y su fábula tan verosímil. Fábula que desarrolla una amargura muy profunda y también muy a flor de piel, partiendo de una tibia evocación y un cierto costumbrismo muy efectivo, conjugando a la perfección los planos diacrónicos del pasado franquista con los planos sincrónicos de la presente actualidad posmoderna. Uno de los elementos más atractivos de la novela es la propia novela, el propio desvelamiento del movimiento estructural en que el autor la va fraguando y la facilidad, donada admirablemente al lector, de pasearse de arriba abajo por la misma. De este modo, uno llega al final hechizado con el encanto de la historia y su aleccionadora lucidez. Esa vez el polémico galardón acertó, ofreciendo un vigor muy sugerente.






