Hace un par de semanas
estuve en el festival Hipnotik de Barcelona, la semana pasada en Las
Conversaciones de la Azotea de Eutopía de Córdoba -la de España- y
este fin de semana en el Festival En Vivo de Getafe -Madrid- ¿Qué
tiene esto de interesante? Que gracias a compartir momentos como
estos con miles de personas de distintos lugares del mundo, puedo
afirmar que no me equivoqué cuando elegí el hip hop como forma de
vida -¿O fue él quien me eligió a mí?-
Cuando mis nuevos
vecinos me preguntan a qué me dedico y contesto que al rap, leo en
sus caras un “Ya, ya… pero… ¿En qué trabajas?” La sociedad
española actual muestra un comportamiento curioso con respecto al
hip hop, hay dos bandos que suelen coincidir con dos franjas de edad
bien definidas. Los “mayores” -de treinta y algo para arriba-
siguen convencidos hasta la médula de que todo esto de las gorras,
las “pintadas” y los gestos con las manos es poco más que un
juego de niños, vacío, divertido quizá, pero sin sustancia.
Continúan diciendo eso de que “todos los temas de rap me suenan
igual”, afirman -sin ningún criterio- que nuestra música es
simplona y el contenido de nuestras letras es muy básico; nos miran
con la condescendencia del que se sabe en un escalón más alto de
madurez y esperan a que crezcamos un poco más para que entendamos
que lo lógico y lo correcto es escuchar a la Oreja de Van Gogh y a
Andy y Lucas… esta gente aún existe, y son los mismos que dicen
que el hip hop es violento, machista y marginal. Cuando un periodista
me pregunta por estos tópicos yo siempre le reto a lo mismo, a que
busque una sola noticia de un rapper en España que haya hecho
algo que justifique esa fama. El hip hop es gigante, es cierto que en
Estados Unidos lamentablemente se han dado casos de asesinatos, pero
Nueva York está a seis mil kilómetros de Madrid, casi al doble de
Moscú, y su sociedad y la nuestra no tienen nada que ver. El hip hop
no mata a nadie, son las personas con independencia del equipo de
fútbol al que sigan, la colonia usen o la música que escuchen.
Afortunadamente hay
otro grupo de personas, el de los más jóvenes, que sabe
perfectamente de qué va la película. El hip hop está en la calle,
y el rap suena cada vez más y más en los ordenadores, los móviles,
los mp3 y los equipos de música de los coches. Es una realidad
innegable que está dejando de ser invisible para aquellos que no
quieren aceptar que estamos aquí. Nuestra cultura hace que algunos
jóvenes dediquen su tiempo y su talento a escribir y aprender rimas,
que otros entrenen un montón de horas al día durante años para
llevar sus cuerpos al límite y conseguir hacer las piruetas más
imposibles; que otros llenen sus black books de bocetos
intentando encontrar la “R” que quede mejor en su pieza y los
colores que puedan llamar más la atención… el hip hop es
disciplina, es creatividad, es impulso para llevarte siempre un paso
más allá en aquello a lo que decidas dedicarte; el hip hop es
compromiso con las ideas de que el que más tiene debe aportar más,
de que es mejor para todos echar manos que poner zancadillas, que la
discriminación es el enemigo, que la intolerancia no es aceptable y
que la cultura -la que escribimos con minúsculas- es divertida
porque la música lo es, el baile lo es y la pintura lo es.
La gente del movimiento
es capaz de ir un sábado a las ocho de la tarde a un aula a escuchar
durante dos horas una charla sobre la historia del hip hop porque
está deseosa de aprender. No sé cuántas cosas más pueden llegar a
conseguir que unos jóvenes se metan a presenciar una conferencia
voluntariamente un fin de semana, pero yo veo regularmente que el hip
hop puede. La nuestra es una cultura sana en el sentido de que aúna
a personas de distintos lugares, colores y géneros en un sitio
común. Yo puedo afirmar que me he sentido en casa estando en lugares
tan distintos como México, Marruecos, Francia o Brasil sólo porque
compartía con mis anfitriones el amor hacia el hip hop. Yo puedo
afirmar también que me siento próximo a la gente que me escucha, me
lee o viene a verme porque no son mis clientes, sino mis compañeros,
y los otros -los que también riman y con los que comparto
backstages– son todos unos tíos raros, pero raros de esos que
agradeces conocer. Me siento igualmente próximo a la gente a la que
escucho porque soy consumidor de rap antes que rapper y se me ponen
los pelos de punta al encontrar en algunos textos cosas que me
representan dichas por personas a las que ni he llegado a conocer
personalmente. El ambiente a nuestro lado del escenario durante los
festivales suele ser genial, y aunque puedan existir pequeñas
discrepancias entre nosotros a la hora de pensar cómo se tienen que
decir las cosas o incluso sobre qué se debe o no decir en los raps,
todos nos respetamos y nos saludamos con abrazos. En ocasiones me
encantaría que los más fanáticos, esos que adoran a un grupo y
odian a otro, estuvieran con nosotros en el backstage y vieran
cómo esas dos formaciones se valoran y respetan entre ellas… en
hip hop es unidad… también es lucha, pero también amor y paz, y
diversidad, y autoestima, y diversión, y seriedad, y protesta, y
vacile, y mensaje, y competición, y Violadores del Verso, e
improvisar rimas, y pintar platas, y molinos americanos, y
repeticiones, y beatboxing, y mover la cabeza al son del ritmo, y
levantar las manos, y escribir rimas, y buscarse la vida, y estudiar,
y trabajar, y los conciertos pequeños, y los macrofestivales, y los
trabajos para el insti, y las zapas chulas, y El Chojin…
A mi me encanta el hip
hop. Yo soy hip hop.