He aprovechado el parón que me he impuesto en esto de producir “posts” para releer los ya paridos, en busca tal vez de un hilo conductor en la lógica del blog (lo hubo, en los primeros que aparecieron) y de redundancias (como todo hijo de vecino, habito en ellas); y, también para celebrar el primer año de “Crimen para iniciados”: sorpresa, el año pasó hace ya meses (la primera entrada es de abril del año pasado), y por tanto los fastos (el brindis que iba a hacer conmigo mismo) deberán ser pospuestos para mejor y más prevista coyuntura.
Pero he hablado de redundancias y encuentro que en “Crimen para iniciados” hay una pequeña (aunque justificada) obsesión por la ciudad, por sus ambientes, por su dinámica y por su sístole y diástole cotidiana como escenario fundamental para el crimen, como si no fuera posible un gran relato negro más allá del la zona B-1 de nuestro abono transporte.
Está claro, queridos iniciados en el crimen, que, siendo esto rigurosamente cierto, es a la vez inexacto. Ahí están las novelas de Maigret ambientadas en provincias; Allá 1280 almas; Acullá la serie y la película Twin Peaks.
Pero las joyas citadas no dejan de ser investigaciones criminales en ambiente rural llevadas a cabo por policías. Lo difícil, lo impensado, es que un superhéroe ultra-urbano dé sus volteretas, pegue sus puñetazos y haga sus pesquisas con el disfraz puesto y en un pueblo cualquiera (una “town” estadounidense). Esto pasa en Redemption, novela gráfica de uno de nuestros super-héroes favoritos, el torturado, crisisexistencializado y licenciado en Derecho Daredevil.
Se trata de encontrar al asesino de un niño, y de demostrar que el sospechoso detenido no lo es.
Y, para ello, nuestro héroe no perfila impresionante silueta a trasluz en las altas farolas de La Cocina del Infierno de Manhattan, sino en la oscuridad de luna de la rama de un árbol.
No apto para pusilánimes