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Mientras tantoRegreso a la jaula parte 2. El fracaso (histórico) de López Obrador

Regreso a la jaula parte 2. El fracaso (histórico) de López Obrador

La vida en Comala City   el blog de Bruno H. Piché

Si el horror de la madrugada logró escurrirse hasta cubrir de negro esta mañana, es inevitable no sentir profundas náuseas al escuchar al presidente de México volver a machacar —un día después de la fecha en que se conmemora la libertad de expresión, apenas unas horas transcurridas después de la muerte de casi treinta personas y una centena de heridos que en realidad viajaban al borde del abismo creyendo que regresaban a casa a bordo de un largo tren del metro urbano, línea 12, de la ciudad de México— con el mismo tema que lo enloquece y parece nublarle el juicio, así se caigan el país, el mundo entero, a pedazos: una prensa que lo ataca, obcecada, dice, en cuestionar a su gobierno, tendenciosa, golpeadora, defensora de grupos corruptos y conservadores, una prensa que se dedica a mentir constantemente, la prensa oscura y “más lamentable en mucho tiempo” (quien tenga estómago y paciencia suficientes para aguantar la más reciente andanada contra la prensa que detesta el primer mandatario, vaya directo al minuto 35 después de la hora del soliloquio de esta mañana).

¿En qué mundo vive, o quiere vivir el señor que habita en Palacio Nacional?

No tengo respuesta, pero supongo que en algo cercano a la Disneylandia de la Mente o el Reino de la abyección política y la total impunidad legal y cívica en que también viven sus ideólogos, la monumental corte que, desde Palacio hasta los más modestos cargos públicos que con fecha del 1 de diciembre de 2018, empezó a reclamar al Estado como propiedad personal y única, no se diga de la prensa que sí le gusta y que incluso patrocina, con dinero público, el señor Mandatario.

Tengo, eso sí, muchas náuseas.

Peor momento para continuar mi comentario al libro de Roger Bartra, Regreso a la jaula, subtitulado El fracaso de López Obrador, peor hora que esta no puede haber. Pero así como no escogí con mi voto al actual presidente y de todas maneras me fajo de aquí al 2024, así y sólo así funciona el juego de la democracia, así tampoco escojo si hoy es un buen o mal día. Ni que fuera un vulgar autócrata, ni siquiera en mi propia casa.

Elijo, eso sí, abordar un tema que Roger Bartra apenas toca, si bien al cual le ha dedicado muchas páginas en libros anteriores: me refiero al poder político y sus relaciones con los medios masivos —y no tan masivos, a una señora le bastó con mantener una página de internet de nombre no menos siniestro que la reputación de su animadora, para ser nombrada con un cargo diplomático, también de rango medio— de comunicación, quizá uno de los temas de mayor actualidad y más espinosos en los países que experimentan, para usar la fórmula del propio Bartra, una deriva autoritaria, expresión que parece irritar, obsesionar y sacar de quicio, como ninguna otra, al Mandamás (quien tenga 5 minutos para tirar a la basura y suficiente aguante para asistir a un circo llamado Delirio Narcisista, bienvenido: https://www.youtube.com/watch?v=edJLhULl8Bc).

Es cierto que Bartra se refiere al efecto medrador de las televisoras de entre los efectos más generales y perversos del PRI, al abrirle las compuertas del poder a López Obrador en las elecciones del 1º de julio de 2018. Sin embargo, el desprecio y ataque a la prensa, a las libertades de prensa, por parte de López Obrador convertido ya en mandatario, es inversamente proporcional a las toneladas millonarias de dinero público con que él mismo alimenta a los insaciables intestinos mediáticos que forman parte integral del sistema digestivo del actual régimen. Vean y verifiquen, si no, los montos y cantidades otorgadas, según fuentes del propio gobierno.

A nadie le sorprenderá que casi el 12 por ciento de las dádivas del poder se asignen al consorcio de comunicación TV Azteca, con el cual se hacen negocios en otros frentes, como el reparto de los llamados apoyos sociales a través de la cadena de tiendas y bancos pertenecientes al mismo “empresario”, en realidad un concesionista; tampoco es novedad que a un diario como La Jornada, dedicado a hacer la más denigrante propaganda de los logros, retos, ataques y otras alucinaciones, que enfrenta todos los días el presidente de México, se le despachen directo a la cuenta jugosas cantidades correspondientes al 11 por ciento de los sobornos repartidos.

A mí, quizás al lector no, sí me llama la atención que en los primeros lugares de este ranking mafioso y pestilente, se encuentre el grupo Milenio, poseedor de un periódico y una televisora. Me explico.

Visto con ojos críticos, de esos que reprueba el propio licenciado López Obrador, ahora entiendo la o las razones por las cuales el diario Milenio le abre las páginas a los furibundos talibanes de la así llamada 4T como Epigmenio Ibarra, a un joven que diserta con la ridícula autoridad que le otorga una maestría en ciencia política obtenida en mi Alma Mater, El Colegio de México, un tal Gibrán que también cobra apetecible cheque en el Instituto Mexicano del Seguro Social, o bien de plano a altos y cuestionados (por corrupción, qué otra cosa iba a ser) funcionarios del gobierno que cada semana publican sus sermones en las páginas de ese periódico.

En otras palabras e igualito que en otros tiempos: el Estado, el poder político, compra espacios a los medios de comunicación que tengan a bien ponerse en venta. Muy bonito, ¿no?

Lo peor, lo más deleznable, es que las supuestas plumas críticas del actual gobierno que también publican ahí, han acatado al pie de la letra la orden recibida de no tocar en esas mismas páginas, ni con el pétalo de una coma o un signo de interrogación, a los ideólogos y propagandistas del régimen del cual, juran y perjuran todos los días, se dicen antagonistas y, por qué no, defensores de la libertad y la democracia. Ajá.

Reconozco que yo ya no entiendo nada.

En mi anterior entrega, sugerí, ahora me va quedando claro como el lodo que, en efecto, los mexicanos en realidad jamás salimos de la jaula  de la cual hace años imaginamos habernos fugado. Pertenezco a una generación que creció, o creyó haber crecido, en lo que Roger Bartra ha llamado con anterioridad “la condición posmexicana”. En mis tiempos de estudiante en El Colegio de México, antes Casa de España, al igual que otras generaciones, me acerqué con entusiasmo a un libro capital del patriarca Daniel Cosío Villegas, para entender el sistema político mexicano, sus excesos y aberraciones: El estilo personal de gobernar.

Ahora que el ajolote (el mismo “periodista”, un burdo golpeador más, hundido como todos sus pares hasta las orejas en su inopia e ignorancia profundas, que confundió a la enigmática criatura con un pejelagarto) se reacomoda en la vieja jaula autoritaria, me pregunto si los jóvenes seguirán leyendo a Cosío Villegas con el mismo entusiasmo que lo hicieron generaciones anteriores, incluida la mía.

Sobre ello voy a oscuras: no tengo la menor idea. Lo cierto es que El estilo personal de gobernar, publicado tres años transcurridos la presidencia de Luis Echeverría, allá por 1974, se volvió un clásico instantáneo.

Algo muy semejante ocurre con Regreso a la jaula, del antropólogo, sociólogo y —al igual que Cosío Villegas—  distinguidísimo académico, Roger Bartra. Me temo para bien, los lectores disculparán este sinsentido lleno de sentido y contenido, que se trata de un libro que se leerá y releerá por generaciones. O al menos mientras nos despojamos otra vez del ajolote y volvemos, temerosos ante la incertidumbre que la democracia liberal promete a pasto, eso sí, a salir de la maldita jaula. País de locos.

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