Leo en una revista colombiana que el grupo editorial Norma anuncia el cierre de sus áreas de Ficción y No Ficción y me pongo en seguida a escribir estas letras de pésame y elegía. Es una mala noticia, que muchos veíamos venir hace tiempo pero que no por eso duele menos.
Tengo mi biblioteca colombiana ordenada por aprecio a los autores, así que reviso los primeros estantes, los de mis preferidos, y están llenos de libros de Norma. Ahí están los de los dos novelistas colombianos que más me interesan, Tomás González y Evelio Rosero, a quienes Norma editó o rescató del olvido antes que nadie. En edición de Norma tengo Primero estaba el mar, de González, mi novela colombiana favorita de los últimos muchos años (que también tengo, además, en edición anterior) y En el lejero de Rosero. Norma publicó por primera vez Que viva la música de Andrés Caicedo respetando el modo como él quería que se publicara. Norma editó la primera novela de Santiago Gamboa, unos cuantos de los mejores libros de William Ospina, Piedad Bonnett, el cineasta y poeta Víctor Gaviria o mi amigo el psicoanalista Simón Brainsky. Varios de mis libros de García Márquez o de Germán Espinosa y todos los que tengo de Álvaro Mutis están editados por Norma. Buena parte de la mejor literatura y el mejor ensayo colombianos han sido publicados en esas colecciones que ahora cierran o que la empresa había ya cerrado antes.
Que las colecciones de una editorial sean buenas depende de sus autores, claro, pero también, y mucho, de quienes los seleccionan y de quienes hacen que los libros sean objetos que nos guste leer pero también tener y mirar. Y Norma ha tenido durante años una nómina de editores –editoras sobre todo- de lujo. Escribo a vuelapluma y recuerdo desde luego a Margarita Valencia, que a primeros de los 90 puso en pie la formidable colección de literatura y marcó un hacer editorial impecable que siguieron después Ana Roda y María del Rosario Aguilar. En esa misma época Claudia Cadena creaba y dirigía una estupenda “colección poesía” como no había entonces en el país ni ha vuelto, desde luego, a haber después, y tuvo tiempo de sacar una notable serie de libros de William Ospina, Piedad Bonnett,
Yo había recibido un día en mi casa en Bogotá los tres primeros volúmenes de la colección poesía, de pronto, sin haberlo pedido a nadie ni esperarlos, y ahí estaba la Antología de Raúl Gómez Jattin que tanto me gustó y me movió a buscarlo e ir un día a visitarlo al manicomio de Cartagena donde vivía e interesarme por él hasta acabar, años después, escribiendo esa suerte de biografía fragmentada que llamé Ángeles clandestinos y también publicó Norma.
Pero es cierto que a menudo editoriales españolas más grandes venían a quitarle los autores por que apostaba y luchaba y que todos los que he mencionado, todos, ¡parece mentira!, están ahora en otras editoriales -en otra sobre todo-. Quizá por eso, y porque deben de ser malos tiempos para el oficio de hacedor de libros buenos, se acaban ahora