Nuestros venenos
Augusto Effio
PEISA, Lima, junio de 2024, 153 páginas

El 17 de abril de 2019, Alan García, que había sido presidente de Perú entre 1985 y 1990, y también entre 2006 y 2011, se suicidó de un disparo en la cabeza cuando fueron a buscarle para que ingresara en prisión, salpicado por el escándalo Odebrecht, una red de amaños de contratos con ramificaciones por media América Latina. En un país ya demasiado acostumbrado a la violencia, la corrupción y el deterioro casi cotidiano de las instituciones, el disparo de Alan García, uno de sus políticos más populares, titán de la izquierda, supuso una conmoción que merecía una novela como la que ha escrito Augusto Effio, un novelón breve pero negrísimo en el que especula con la trastienda del suicidio, mezclando con habilidad los recursos de la literatura política, las crónicas de la alta sociedad limeña, la novela negra, el realismo sucio de la periferia social y toda esa realidad escondida tras el mestizaje de clases y razas que, se quiera o no, delimita el paisaje de la vida capitalina peruana.
Jaime Bayly, periodista famoso, comunicador polémico y escritor de talento, eterno enfant terrible, lanzó el bulo (o no) de la vida en Europa de Alan García, que viviría alejado de todo en un pequeño pueblo de Suiza, cerca del dinero robado y allí depositado. Bayly publicó en La Tercera, el 28 de agosto de 2022, un texto donde alimentaba todos los rumores que ya se habían difundido tras la violenta e inesperada muerte del mandatario: que su cadáver nunca se vio, que el féretro permaneció cerrado, que un comando logró trasladarlo a un aeropuerto desde el que viajó fuera del país con un pasaporte falso hecho a su medida.
Con este material, con las noticias falsas, los indicios ciertos, las cloacas limeñas y el desmoronamiento de cualquier atisbo de legalidad o integridad en Perú, Augusto Effio ha sido capaz de armar una novela negra magnífica, que de manera sutil nos introduce en una trama de intereses cruzados que bien podría haber estado detrás de la versión de la muerte ficticia del presidente peruano. Una trama mestiza, sexual, sórdida, protagonizada por abogados sin escrúpulos, delincuentes de poca monta, periodistas corruptos, algún ex torturador y diversos personajes de la alta sociedad, que de una u otra manera se necesitan todos, porque los intereses convergen allá donde las esquinas permanecen sin barrer.
Todos se quiebran, cada uno a su manera. Zósimo Muñoz es uno de los primeros personajes de esta novela pestilente y amoral, intermediario entre barrios, entre ofertas y demandas. La bisagra que siempre cobra. Es el que pone en contacto a la alta burguesía con un abogado sin escrúpulos, Ulises Tumialán, cholo, oscuro, vengativo, para resolver lo que no se puede resolver entre caballeros ni sobornando a jueces y fiscales. En determinadas circunstancias, incluso los más poderosos juegan en campo contrario. Para Ulises trabaja el Negro Carreño, veterano de la Marina cuando era este cuerpo uno de los más lustrosos en la guerra sucia contra la guerrilla de Sendero Luminoso, uno de esos tipos que cambió las cubiertas y pasarelas y el aire limpio y rebelde del Pacífico por los sótanos malolientes donde reinaban el dolor, el miedo y la muerte.
En la nómina de Ulises Tumialán, el violador de mujeres de la alta burguesía, el vengador perverso de raza y clase, están también Luzmila, su secretaria, epicentro de casi todos los deseos carnales, pero sobre todo Ramiro Zanatti, al que Zósimo Muñoz ha bautizado como Tigre Manso, hijo de uno de los testaferros de Alan García y personaje decisivo. La trama transcurre con toda la lógica de las novelas negras, sin intuir siquiera lo que poco a poco se va desvelando, y que se dibuja con precisión a través de capítulos tan breves como punzantes, mediante destellos de información que permiten, si se lee con atención y haciendo caso omiso de las distracciones de una prosa explícitamente sexual, ir engarzando las pistas que nos llevarán hasta el desenlace final, una explicación ficcional que podría encajar en esa historia paralela imaginada (o no) en torno al suicidio de Alan García.
Sorprende y entusiasma la urdimbre exacta que logra ofrecernos Augusto Effio en esta novela inquietante. Cada personaje está en su lugar para desempeñar el papel que le corresponde. Desde la ultrajada Thaisa Hurtado de Mendoza hasta el ubicuo personaje de Minaya, director del panfleto periodístico El Santiamén -un ejemplo de prensa corrupta y servicial cada vez menos extraño-, que procede, además, de otra novela: La conciencia del límite último, de Carlos Calderón Fajardo. Es esencial la presencia transversal de Ramiro Zanatti, como también lo es el Negro Carreño, cuya atroz personalidad, explica el autor, está construida sobre canciones de Julio Iglesias, Camilo Sesto, Juan José o Yordano. No salen bien paradas las mujeres en este libro incorrecto y auténtico, pero tampoco los hombres, la Justicia, la lealtad, las clases dominantes o la prensa. Nada que nos pueda sorprender a estas alturas.
La novela arriesga con una estructura peculiar y recursos inesperados. Los capítulos son breves y eléctricos. Hay tuits reales de Alan García. En la primera parte domina un narrador omnisciente, pero la segunda parte comienza con algunos puntos de vista en primera persona. Los personajes comienzan a desvelar sus secretos y con esta combinación de ángulos y perspectivas los hechos convergen en ese desenlace en el que nadie ha estado pensando durante la lectura de este puzzle maquiavélico. Las piezas encajan, la lógica parece firme, el resultado es creíble y los flecos han sido eliminados. Un trabajo de primera, limpio, profesional. En estos días en que Perú amanece con la moción de censura hacia su presidenta, Dina Boluarte, y se encamina a la elección del octavo presidente en diez años; en estos momentos en que todo parece estar hundido y sin esperanza en el país que lloraba la muerte de su único Premio Nobel hace unos meses, la novela de Augusto Effio permite intuir o comprender todos los resortes asombrosos y subterráneos de una sociedad tan exhausta como corrompida, entregada a la supervivencia y sin confianza en el mañana. Bullet in the head: la combativa canción de Rage against the Machine contra los disparos de la policía puede ser ahora el aviso para todo un país, decidido a volarse la cabeza y, si pudiese, incluso desaparecer.





