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Mientras tantoSalto de fe

Salto de fe


Ya lo sabemos, pero la vida nunca deja de sorprendernos cada vez que nos asalta con aquella verdad de Heráclito: nada es para siempre. Ni siquiera lo que creíamos que era sólido. Todo fluye, todo cambia, todo tiene su tiempo. Y las cosas empiezan a dejar de ser, poco a poco o de repente, como hasta ahora han sido. Nada permanece.

Junio tiene algo de ese río de Heráclito que va a dar a la mar de los adioses y finales abiertos. En junio uno se pregunta cuántos junios harán falta para darse cuenta de los veranos que ya no vendrán, de los nombres que vamos a olvidar, de los amigos que perderemos en el camino. Una frase demoledora del escritor Julio Ramón Ribeyro asevera que la vida consiste en cruzarnos con gente de la que tarde o temprano nos vamos a separar. Quiero pensar que no. Que nunca perdemos a nadie del todo ni para siempre. Un amigo que está lejos es como un ser querido que ha muerto, me dijeron una vez. «No lo ves, pero sabes que está ahí». Creo que era al revés: «Un muerto es como un amigo que está lejos…». De las dos maneras se trata de lo mismo: de un salto de fe.

Pienso en todo esto mientras conduzco de vuelta a casa después de una de las tantas últimas cenas de despedida de junio. Suena en el coche Almost blue de Chet Baker, un tema que hipnotiza. «Todas las cosas que tus ojos prometieron». Tampoco fue para siempre esa historia de amor… Un avión que acaba de despegar me adelanta por los aires y se aleja parpadeando sus luces de posición hacia lugares que nunca sé, como tampoco sabemos aún las rutas que nos deparan, todos los aviones que nos quedan por coger, aquellos que nos alejarán de aquí algún día para no volver, cuando la vida, que ahora creemos firme y segura, estable y definitiva, le haya dado otra vez y casi sin darnos cuenta la vuelta al forro de nuestra historia.

Pero eso ya lo sabemos.

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