Sátrapas

Sátrapa. Uno de los insultos más graves que podía llegar a proferir esa cantera lexicográfica semoviente que era el Capitán Haddock (no sé por qué digo era: es tan eterno como El Jabato o El Capitán Trueno) cuando perdía –muy a menudo– los estribos. Lo mejor de todo era la conmovedora inconsciencia e impropiedad con la que Haddock lanzaba sus denuestos: Bashi-Bazuk, calabacín diplomado, cretino de los Alpes. Pero sátrapa ya eran palabras mayores.
Los soberanos medos y persas de la dinastía aqueménida denominaban así a los gobernadores de las provincias de sus respectivos imperios. Sus sucesores, los reinos helenísticos que fundaron los sucesores de Alejandro Magno, la dinastía parta y la dinastía sasánida siguieron utilizando el término. Cambian las dinastías, los nombres de los que mandan, no. Nihil novum sub sole.
La palabra viene –a través, como tantas otras, primero del griego y luego del latín –del persa antiguo xšaçapāvan (“protector de la provincia»). La palabra existe también en sánscrito क्षत्रपम् (kshatrapam o kshtrapa), de xšaça (“reino o provincia») y pāvan (“protector”). En este nuestro Mayor (ENM) existe una leyenda urbana de que sé sánscrito y no voy a ser yo quien la desmonte (mi padre me dijo una vez: “hijo mío, nunca desmientas un elogio”). En griego de la koiné (variedad lingüística del griego de la época helenística) la palabra se transcribió como σατράπης, satrápēs (que, como apuntábamos antes, paso al latín como satrapes), a partir de una versión de la palabra de la parte occidental de Persia xšaθrapā(van). En persa moderno la palabra ha llegado como xšaθrapāvan (shahrbān), pero sus partes han experimentado un ligero cambio semántico: la palabra ahora significa “responsable o guardían de la ciudad” ( = alcalde), shahr, que significa “ciudad”, como en tantos nombres de ciudades en Irán y, bān, que significa “guardián” (muy importante –bueno, importante, para mí–, de ahí puede venir la palabra que designa a esa antigua región que se acabaron repartiendo Hungría y Serbia y Rumanía, el Banat (El Bánato), de Ban, gobernador. Incógnita: ¿Quién trajo esa palabra a Centroeuropea?
En castellano la palabra sátrapa no se suele utilizar ya, salvo por los profesores de Historia Antigua, para denominar a aquellos gobernadores de los Shās de los antiguos imperios persas, sino con una connotación muy moderna para referirse a aquellos tiranos que abusan de su poder, que no de la autoridad o legitimidad de las que carecen. También suele implicar que el tirano vive rodeado de lujos y de una corte de sicofantes  y que esos déspotas gobiernan con métodos medievales su cortijo como virreyes o representantes en la zona de alguna superpotencia que los mantiene en el poder y les perdona sus pecadillos para que de ese modo sigan protegiendo sus intereses en la región.
La mal conocida como “primavera árabe” –un marbete que ha acabado por convertirse en un esperpento ambiguo y bastante macabro– ha expulsado del poder e incluso enviado al corral de los quietos a sátrapas como Mubarak, Ben Alí y, de un modo más expeditivo, el coronel Muammar el-Gadaffi. Pero por otros pagos continúan ejerciendo su satrapía el octogenario Robert Mugabe en Zimbabwe (confieso que los dedos me traicionan y escribo inicialmente Rodesia), que tiene muy avanzado el proyecto de que lo suceda en la satrapía su señora, y El-Assad chico (como Boabdil, el Rey Chicho de Granada), que heredó a su vez la satrapía de su padre, en esa monarquía conocida como República Árabe Siria que está inmersa en una atroz y absolutamente ininteligible multiguerra civil. Satrapía como la que heredó de su padre, y este a su vez del suyo, el amable líder, el camarada Kim Jong-Un, en la malhadada Corea del Norte, donde se ha establecido una verdadera dinastía del estilo de lo que nuestros profesores denominaban “despotismo asiático”. Ese engendro de la naturaleza ha sorprendido –sorprender, la verdad, es mucho decir– hoy al mundo con las noticias que nos brindan las agencias de prensa. Su última ocurrencia ha sido ejecutar a su ministro de defensa por dormirse en un desfile (algún pecadillo más grave habría cometido) ¡con un cañón antiaéreo!
Ay, qué mundo tan fascinante el nuestro para alguien enamorado de la historia. Este joven y orondo sátrapa ha recurrido de un modo delirante a un viejo, viejo como la pólvora, sistema de ejecución propio de Persia y de la India, precisamente los territorios de donde procedían los sátrapas, sus inspiradores, sus semejantes, sus hermanos. Me estoy refiriendo a la ejecución con cañón. Produce escalofríos contemplar las fotografías –ya había fotografías– que nos muestran cómo los británicos, inspirándose en las acrisoladas costumbres de los sátrapas locales, ejecutaron a muchos de sus prisioneros tras el final del conocido por los británicos como “El motín de los cipayos” (hermosa palabra, volveremos sobre ella) y por los indios como “La Primera Guerra de la Independencia”, acaecida en 1857 por un quítame allá esas pajas acerca de la procedencia de la grasa que revestía de los cartuchos de los fusiles de los cipayos del ejército de la venerable, es un decir, Compañía de las Indias Orientales. Muy feas estas costumbres que aprendieron los británicos. Pero es que a veces en las colonias se pierden las buenas maneras. Hoy el sátrapa gordezuelo que les ha tocado en mala suerte a los norcoreanos nos ha recordado de manera inolvidable cómo un sátrapa ejerce el poder a través del terror.
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