Si el Aguán existiera…

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La sociedad de la información es experta en magia. Hace aparecer y desaparecer a los lugares y a sus gentes sin que ninguno intuyamos el truco que utiliza. Eso pensé ayer cuando el alma se me volvió a partir. A Antonio Trejo le metieron cinco balazos en el cuerpo y así lograron frenarlo. A mí, con esa nueva muerte, la realidad me volvía a demostrar que uno de los trucos más recurrentes de los que tienen el poder es aprovechar los momentos de sombra para limpiar la casa.

 

El Aguán está en Honduras, un país que sólo existió durante unas semanas tras el golpe de Estado de 2009. Excepto en Honduras y en el alma de la gente solidaria (que nunca es suficiente), este país no existe. Allá unas cuantas familias, dicen que no superan las 15, controlan las tierras y los negocios que germinan en ellas. Esas familias son las que pidieron ayuda a los vecinos del Norte para echar del Gobierno a quien tímidamente y sin mucha convicción empezaba a utilizar un discurso que, de convertirse en acciones, amenazaba sus intereses.

 

Desde el golpe de Estado, la situación ha empeorado. Y mucho. El crimen organizado ha permeado sin disimulo las débiles estructuras del Estado, la brecha social no deja de crecer y el hostigamiento y asesinato de defensores de derechos humanos, periodistas y críticos en general se ha convertido en deporte nacional.

 

Hay dos terratenientes especialmente deportivos: Miguel Facussé y René Morales. Su zona de acción es el Aguán, aunque el Aguán sea de los campesinos. Y en esa lucha, están acabando con la gente, una a una, diez a diez. El sábado en la noche Antonio Trejo, de 41 años, estaba en una boda y el paréntesis de alegría se convirtió en unos puntos suspensivos de dolor. Cinco tiros contra el molesto abogado de las cooperativas campesinas de San Isidro, La Trinidad y Despertar. Cinco tiros contra el hombre que había logrado varios fallos a favor de los de abajo y que no tenía pelos en la lengua para denunciar la connivencia entre agentes del estado y funcionarios judiciles y los matones de Facussé y Morales.

 

Si el Aguán existiera, la autodenominada comunidad internacional haría algo. Si el Aguán existiera, sus habitantes tendrían derecho a existir. Pero ya se sabe, el truco mayor consiste en convertir a las personas en fantasmas y a los fantasmas en holografía que se desvanece cuando molesta… No concía a Trejo, pero conozco y he conocido a muchos y muchas como él. Gente imprescindible que terminó en la cuneta, con esa mancha casi negruzca que la sangre se empeña en dibujar en los cuerpos de los buenos.  

Me perdí en Otramérica, esa que no es Iberoamérica, ni Latinoamérica, ni Indoamérica, ni Abya Yala... y que es todas esas al tiempo. Hace ya 13 años que me enredé en este laberinto donde aprendí de la guerra en Colombia, de sus tercas secuelas en Nicaragua, de la riqueza indígena en Bolivia o Ecuador, del universo concentrado de Brasil o de la huella de las colonizaciones en Panamá, donde vivo ahora. Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no como de él), asesoro a periódicos de varios países de la región (porque me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento del desarrollismo). Este blog tratará de acercar esta Otramérica combatiendo con palabras mi propio eurocentrismo y los tópicos que alimentan los imaginarios.