Si alguien hubiera tenido la impresión de que, a lo largo de la tradición artística figurativa, ya no fuera posible ir más allá de lo conocido en la experimentación de las composiciones de color, pues estaba equivocado. Los nuevos acrílicos sobre papel de Roberto Ruiz Ortega sorprenden, sin duda alguna, por la contenida excentricidad de las asociaciones sensoriales y la agradable vivacidad estilística que hacen de estas obras verdaderas sinfonías, como las definió Gabriel Rodríguez. “La pintura concebida como música. En cada cuatro está la historia de lo que ha sucedido, el desarrollo de una sinfonía. En cada cuadro, el espectador puede reconstruir la historia de una batalla entre el caos y el orden. Pinta de forma directa, no aclara con blanco, conserva la saturación del color. Pinta por inmersión, piensa en imágenes. Todo se va generando sobre el lienzo, busca una forma de pensamiento que pueda hacerse visible, un proceso mental que deje una huella inmediata, cierta, sincera. […] Percibimos lo que sabemos, las formas que vemos se adaptan a las palabras que las nombran, a sus funciones. Si queremos plantear una pintura que no tenga referencias figurativas, que renuncie a los códigos de la representación icónica, que no se estructure en figura y fondo, que no refleje primeros planos y profundidad, que no se oriente en el espacio es necesario huir del lenguaje (abandonar la escritura). La pintura llega. En los periodos de latencia, ella misma, de algún modo, inconscientemente, sigue progresando. El poeta trabaja. La pintura se destila”.
Cuándo: Hasta el 24 de febrero
Dónde: Centro Cultural Los Arenales, Santander, España