Jorge Carrión: «Soy una persona muy afortunada. He conseguido que coincidan mis pasiones y mis profesiones»

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Foto: Pedro Madueño

 

Nos dimos el gusto de entrevistar a Jorge Carrión. Nació en Tarragona, España, en 1976. Es doctor en Humanidades, escritor y crítico cultural. Escribe asiduamente en The New York Times y en La Vanguardia. Junto a José María Micó dirige el Máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Su último libro publicado es Contra Amazon, editado por Galaxia Gutenberg.

Jorge es Jordi. Sus respuestas son desarrollo amplio y amable de cada uno de los conceptos que abordamos. Podríamos definirlo como generosidad conceptual. Hay un Jordi latinoamericano, influido por grandes como Borges o Cortázar. Otro norteamericano. Otro que ama a su ciudad, Barcelona.

¿Cuál es el escritor/a que más te gustó y porqué? 

Esa pregunta no tiene respuesta. Por un lado, no es una cuestión tanto de gusto como de interés o de identificación o de búsqueda de respuestas; por el otro, cada lectura depende de su contexto, ¿no? Durante la última década del siglo pasado, cuando yo estudiaba en la universidad, me deslumbraron escritores como Borges o Cortázar, lo que marcó mi futuro, digamos, latinoamericano. En la primera década de este siglo leí con mucha intensidad a escritores como Juan Goytisolo, W. G. Sebald o Paul Celan, supongo que porque me permitían entender mejor mi necesidad de viajar o mis problemas con la idea de patria. Durante la segunda década, en cambio, quizá hayan sido escritores como Walter Benjamin o Susan Sontag quienes más me han interesado y modelado, tal vez porque tenía en mente proyectos como Librerías o Barcelona. Libro de los pasajes. Quién sabe.

¿En qué momentos del día lees? 

Recuerdo con cariño y extrañeza los dos o tres años en que publiqué reseñas semanales en el suplemento cultural del diario ABC, porque leía dos o tres tardes por semana, en la butaca blanca que teníamos en el estudio, en una de esas galerías acristaladas tan típicas del Eixample de Barcelona. Ha sido una de las pocas etapas de mi vida en que he tenido una rutina clara de lectura, porque en realidad siempre he leído sin orden ni concierto, pero con regularidad. Las lecturas intensivas durante los viajes me parecen especialmente fértiles. No sé, recuerdo un par de día leyendo en Tulum, México, los libros de ensayo de Nicolas Borriaud, o un viaje en avión, eterno, a Australia, con el Proyecto de los pasajes, de Benjamin, en la mesita desplegable, o algunas tardes en un hostal de Rio de Janeiro con Clarice Lispector. Esas experiencias de lectura, en lugares concretos, singulares, son realmente memorables, por tu nivel de concentración y porque al cabo de los años sigues siendo capaz de recordar los aspectos, las ideas, aquello que te pareció más importante. Y eso te recuerda qué lector eras o creías ser.

Si leemos a Jordi, sus trabajos, sus columnas, sus libros, inevitablemente surge preguntar por sus viajes. Uno tras otro. Sus fotos de libros y sus libros en fotos. Pasajes, librerías, relatos que son una colección y sucesión de asombros por la industria editorial. Un apasionado lector que viaja y en sus viajes, un lector que descubre un mundo nuevo en cada librería que visita.

¿Qué significan los viajes en tu vida? 

Supongo que ahora pueden tener eso, un significado, pero durante veinte años fueron más un bien una necesidad, una necesidad casi biológica y no sólo intelectual. Desde muy joven los viajes me permitieron ampliar mi horizonte de lectura y de vivencias. Y alimentaron directamente mi literatura. No me refiero solamente a mis crónicas y libros de viaje (como Australia. Un viaje o Librerías), hay viajes reales detrás de la mayoría de mis proyectos (Los muertos, una novela de ciencia-ficción, se me ocurrió caminando por Oriente Medio). Los viajes me han dado una visión del mundo más allá de sus fronteras. Me siguen sirviendo para reactualizarme constantemente. Y me llevaron a la conclusión de que quería vivir en Barcelona: durante años pensé que mi lugar estaba en otra parte, pero no encontré en ninguna otra ciudad lo que me da esta.

¿Cuál es el origen de tu gusto por las librerías y la actividad de los libreros? 

También inconsciente. No fue hasta 2012 cuando me di cuenta de que llevaba décadas coleccionando objetos y libros vinculados con librerías de todo el mundo, que había visitado cientos. Y entonces decidí escribir Librerías. Escribir significa, por tanto, tomar conciencia. Y articular una pasión, pensarla, apoyarla en una bibliografía, llenarla de argumentos, inscribirla en una genealogía. Pero antes de cada uno de mis libros hubo un interés, un enamoramiento, una necesidad, una pulsión, que durante mucho tiempo se fue engordando sin que implicara necesariamente la escritura. Hay muchas horas de puro placer viendo series detrás de Teleshakespeare o de paseos por mi ciudad detrás de Barcelona. Libro de los pasajes.

Jordi explica que un libro no puede dejarte indiferente. O te moviliza o no te produce absolutamente nada, se hace amigo del olvido. Aún así es difícil definir qué significa asegurar que un libro es bueno o malo. Muchas veces, el criterio para tales definiciones bordea peligrosamente entre la condena o la redención literaria del escritor.

¿Podemos hablar de literatura buena y mala? ¿Cuál sería el criterio para distinguirla?

Podríamos hacerlo durante meses, sin llegar a ponernos de acuerdo. Hay criterios más o menos objetivos, como el de la artesanía, pero también hay escrituras literarias que rechazan, justamente, las convenciones de la artesanía (las «malas escrituras» de Pío Baroja u Osvaldo Lamborghini). Sin embargo hay que intentar, creo, no caer en el relativismo. No toda escritura es literatura. La literatura es un arte. Un texto literario tiene que sorprenderte, admirarte, acelerarte el pulso, revelarte un aspecto de la realidad o de ti mismo del que no eras consciente, a través de procedimientos artísticos. Aunque tampoco sería fácil ponernos de acuerdo sobre qué es el arte a estas alturas del partido.

¿Abandonas libros si no te gustan?

Constantemente. Y también libros que me gustan. Supongo que la lectura, en mi caso, en estos momentos, padre de dos hijos pequeños, con mucho trabajo, no depende tanto del gusto como de la pertinencia. Los libros que termino de leer son aquellos que son pertinentes para mis artículos, mis libros, mis clases, mis conferencias, mis proyectos de exposiciones. Bueno, también para mis obsesiones. Pero difícilmente leo por puro placer. Mis lecturas casi siempre se relacionan directamente con mis intereses y con mi propia obra.

¿Qué factores de la actualidad impiden desarrollar el hábito de la lectura? 

Yo creo que leemos más que nunca. Y que, aunque no paren de proliferar los textos audiovisuales, leemos sobre todo textos escritos, desde whatsapps o e-mails hasta artículos de diario o informes. También se leen muchos libros, de carácter popular, desde la autoayuda hasta  Harry Potter, sí, pero también claramente literarios. El cuento de la criada, de Margaret Atwood, es un superventas que no se para de vender (ya lo era antes de la serie de televisión). De modo que la lectura no para de crecer. Lo que ocurre es que se ha expandido. Hemos pasado de leer unos pocos tipos de discursos, bien definidos (libros, películas, radio, series, televisión, obras de teatro, videojuegos, cómics…), a leer todo tipo de objetos culturales (podcast, posts, memes, hilos de Twitter, stories de Instagram, estados de Facebook, blogs, cómics digitales y un largo etcétera). Si nos centramos en los textos y en la literatura, semejante oferta distrae, dispersa. Pero si abrimos el foco, nos encontramos en la época más fascinante de la historia de la cultura.

Aquí, en esta entrevista, en la vida y en el trabajo de Jordi, las series y los libros tienen un vínculo de amistad, se retroalimentan. No tienen porqué tener una relación de enemistad. Conviven, crean nuevos mundos. Generan expansión de arte, de creatividad.

¿Las series matan la lectura o la retroalimentan? 

Las series adaptan, expanden, traducen textos. Para muchos espectadores son un fin en sí mismo, una oferta de ocio que eclipsa las demás. Y no me parece mal. Para muchas personas los videojuegos o el deporte son sus únicas opciones para el tiempo libre. Pero creo que existe una gran masa crítica global que lee sistemáticamente, que consume todo tipo de objetos culturales, que son de hecho también turistas sobre todo culturales, y para ese tipo de personas, al que pertenezco, las series conviven con los libros, con las películas, con las exposiciones, con las redes sociales… Se trata de un gran sistema global de retroalimentaciones mutuas, un universo configurado por cientos de miles de galaxias y de sistemas solares, una circulación extraordinaria de representaciones, de relatos, de obras, de traducciones. Esa saturación icónica y narrativa se puede ver como un infierno o como un paraíso. Yo prefiero verlo como un paraíso relativo, porque mi mirada intenta no ser celebratoria, sino crítica, por por supuesto no como un infierno.

¿Eres una persona feliz? ¿Cómo definirías la felicidad? ¿Tiene que ver con la vocación? 

Soy una persona muy afortunada. He conseguido que coincidan mis pasiones y mis profesiones. Y que eso me permita vivir en la ciudad que he escogido junto con mi pareja y con mis hijos. Además, tengo la confianza de un gran editor, Joan Tarrida, de Galaxia Gutenberg: un escritor se siente huérfano sin un editor que confíe en él y que espere su próximo libro.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere ser escritor y vivir de su escritura? 

Para la literatura, que es un arte, lo más importante es la intuición, la obsesión, la lectura estratégica (para robar lo mejor que haya en la caja de seguridad de los maestros), la vocación (que es una maldición) o aprender cuándo y cómo hay que inyectar en los textos un poco de locura. Para las profesiones vinculadas con la escritura, como la traducción o el periodismo, que son artesanías, lo más importante es el dominio de las herramientas, la paciencia, la voluntad de perfección. Pero, por supuesto, las fronteras entre el arte y la artesanía no están nada claros. Ambos requieren estudio, práctica, un conocimiento a fondo de las tradiciones en que uno pretende innovar o al menos aportar. Esas diez mil horas de entrenamiento que menciona Richard Sennett en El artesano. No sé si esto es un consejo, pero al menos puede darle pistas a alguien que quiera escribir en serio.