Spotlight es ya, sin duda, una de las grandes películas que se han hecho sobre periodismo. O, precisemos, sobre el ideal periodístico. Si The Newsroom era, en sus momentos más interesantes, una historia sobre los conflictos que estallan en las empresas periodísticas, Spotlight representa la superación sin traumas ni discusiones de todas estas contradicciones entre los intereses corporativos y el deber de informar. Desgranemos a partir de aquí, una a una, las virtudes periodísticas de ese The Boston Globe de principios de milenio, coincidente con el 11-S, su unidad de investigación, Spotlight, y la historia que finalmente logra sacar adelante.
Independencia. «Un periódico debe caminar solo», responde el nuevo director de The Boston Globe al cardenal, cuando éste se le ofrece para ir de la mano. Es toda una declaración de intenciones. Y no es baladí dado el poder y la influencia de la Iglesia católica en la sociedad bostoniana, tal y como se manifiesta en el mero hecho de que haya instalada una tradición de que cada nuevo director del Globe tenga que reunirse con las altas instancias de la institución nada más tomar posesión de su cargo. Esa independencia se pone por encima del daño moral que puede sufrir una ciudad que tiene como referente más importante a la Iglesia y sus representantes. También el derecho a saber del público.
Trabajo en equipo. En una profesión tan individualista y de egos como la periodística, hay que reivindicar con frecuencia el trabajo en equipo, la suma de esfuerzos y diversos enfoques y perspectivas y la división del trabajo de acuerdo con los talentos, habilidades y fuentes de cada periodista. El resultado de la suma siempre será mucho mejor que el del trabajo individual.
Persistir e insistir. Los periodistas de Spotlight no se rinden. Insisten a sus fuentes. Les transmiten convicción de que es una historia que merece ser contada, que el público debe conocer. Y es precisamente esa convicción, ese creer en lo que se está haciendo, lo que convence a los informantes a contar su historia, porque saben que será bien utilizada. Aquí es donde nos damos cuenta de que la empatía y la implicación no son malas actitudes cuando se ejerce el periodismo, sino que ayudan a obtener información y a contar la historia. Creer en lo que se hace, además, ayuda a borrar los prejuicios y creencias que se tenían de partida.
Elogio del reporterismo. Los periodistas de Spotlight patean la calle y van a ver a sus fuentes cara a cara, tocan a los timbres de las casas, suben a los despachos y se reúnen en cafés con ellos. Sufren portazos y desplantes, pero eso no les desanima, sino que les hace más fuertes. El teléfono e internet sólo deberían quedar para lo imprescindible.
Los testimonios son muy importantes, pero en la medida de lo posible, hay que ver y estudiarse los documentos. Las palabras de las fuentes pueden ser interesadas, pueden basarse en una memoria frágil, pueden reflejar una involuntaria deformación del pasado… Ante ello, los papeles son un seguro de vida.
Los datos no son un fin, sino un medio. El periodismo de datos se ha puesto de moda en los últimos tiempos. Tal es así que los números parecen haberse convertido prácticamente en el objetivo y no en el medio para contar una historia. En algunas informaciones (también en las que recogemos aquí de vez en cuando), los números son el fin, porque están huérfanos de historia. Spotlight usa bases de datos para comprobar, para cotejar, unas veces, y como punto de partida, en otras. Pero lo que les importan son las historias personales, aunque no sólo eso, claro.
No queremos anécdotas, sino entramados o saber cómo funciona el sistema. Cuando el director de The Boston Globe diseña el enfoque o el objetivo de la investigación, ante los primeros indicios que le muestran los periodistas de que es una crisis sistémica de la Iglesia, señala que precisamente hay que buscar mostrar eso mismo. Para ello eran necesarias las historias personales, las anécdotas, pero también apuntar más alto para demostrar las malas prácticas de la curia.
No hay que tomarse nada a la ligera: hay que contrastar, contrastar y contrastar. Y por diferentes vías, diferentes fuentes. Y no publicar hasta estar completamente seguro de que lo que hemos contado es cierto y consistente y está bien amarrado por los cuatro costados.
Tiempo y equipo. El equipo de Spotlight está formado por cuatro personas y trabaja con mucho tiempo. Además, normalmente (el tema de los abusos a niños por parte de sacerdotes católicos es una excepción, porque es un encargo del director), tiene autonomía para elegir las historias que decide investigar. En las circunstancias actuales de la prensa parece imposible que cuatro periodistas puedan liberarse de las labores del día a día y pasen semanas o incluso meses sin escribir una línea porque se están dedicando a investigar asuntos en los que puede haber historia o, quizás, podría no haberla.
Reconocer los errores y analizar por qué se han cometido. La historia de los sacerdotes de Boston no era nueva. Se publicaron piezas aisladas, sin seguimiento ni contexto, en el propio The Boston Globe. Pero nadie vio que pudiera haber una historia de mayor dimensión detrás de esos casos aislados. Ningún periodista se dio cuenta de que la jerarquía eclesiástica sabía, ocultó y usó a varios abogados como aliados. O quizás sí lo viera algún periodista y decidiera mirar para otro lado porque todo aquello rompía sus esquemas o, simplemente, creía que el enemigo era demasiado fuerte. El equipo es una buena vacuna contra los prejuicios y debilidades individuales.
Sígueme en twitter: @acvallejo