
Elocuente es un término que utilizó el domingo el comentarista del partido de fútbol de Canal Plus para definir el juego del Real Madrid. Desde luego lo fue todo menos elocuente porque no era de este mundo. Por respetar el sufijo, en todo caso, sería evanescente. La evanescencia me retrotrae, como si fuera un recuerdo amable, a la banda del PP de Valencia donde el dinero público efectivamente ha estado evanesciéndose delante de los valencianos mientras por sus calles se paseaban delincuentes de todos los pelajes, desde los de los trajes (¡los trajes! de alpaca de Barzini y de «Ric» Costa (ese al que le decía don Vito Correa que sería el próximo presidente del Gobierno, ¡qué le propongan!), al de seda de Tony Montana terminando en el chándal sopranesco, es un decir, de Alfonso Rus.
Cómo Mariano Rajoy pudo estar casi en francachela con ese individuo (ya van unos cuantos) sólo se explica en que fueran amigos de la infancia, como Ritchie Roberts y la mafia de Nueva Jersey. Pero tampoco. Alfonso Rus tiene aspecto de que Sanxenxo, por ejemplo, le parezca un carísimo pez exótico para llevar a su mujer a comerlo a la Malvarrosa (él se encargaría de de importarlo a golpe de mordida), esa esposa característica de famiglia de pelo escarolado y tez naranja y un rabo en el ojo tan largo como para poder agarrarse con él a la barandilla del metro y así sostener el libro con las dos manos durante el trayecto, como contaba esa viñeta (pero con un bigote) que publicaba @jaimegmora, creo que salida del New Yorker.
Elocuente es una foto que apareció en El Mundo en la que Rus le susurra a Rita mientras hace el ademán de estrangularla y ella echa la cabeza hacia atrás y sonríe ebria, ligera y alborozada. Yo he visto esa foto y luego he imaginado a Mariano empapado, como recién salido de la piscina vestido, haciendo chof, chof al caminar por los pasillos tristes de La Moncloa, que se ha convertido en la abadía de Carfax. Uno no se recupera de eso, con el monstruo que amenaza con emerger de las profundidades, ni dejando pasar cien vidas (ni cien consultas con el Rey) marianistas. Es un fotografía del Studio 54 pero en levantino hortera, que es lo verdaderamente grave. Yo he visto esa imagen muchas veces pero con Bowie y Liza Minelli, entre otros, que no eran la alcaldía ni la diputación, precisamente, de Nueva York.
En Podemos, otra banda organizada, andan ya conformando el próximo equipo de gobierno con el líder de vicepresidente y Errejón de ministro del Interior (y otros hallazgos como el de Garzón, ministro de Economía), mientras Snchz, el socialista que hizo historia con noventa escaños, se dispone a enfilar el camino a Manchuria, como Puyi. Yo me pensaría eso de querer ser presidente, más que nada porque me temo imposible desalojar al espectro de Moncloa: el hombre que ganó con claridad las elecciones sin saber que ganaría el limbo, como si fuera a habitar el palacio hasta que lleguen por fin los podemitas, los únicos capaces de hacerle la vida imposible, por descreídos, como los Otis al fantasma de Canterville.
Aquí el único que habla últimamente en modo presidencial es Iglesias, que trata de convencer a todo el mundo de que sólo él es legítimo. Él quería ganar de verdad, pero es un detalle sin importancia. El «cambio» es ese: pensar y hacer lo que diga Pablo, el querido líder, que golpea los atriles de sus comparecencias como un juez con un martillo con el rostro de Snchz. El podemismo empezó asentándose en las grietas del bipartidismo y ya está enredado, como la hiedra, en los pilares del sistema para derribarlo, Una suerte de anestesia. Si la alcaldesa de Madrid ya afirma sin reparos que le molestan la prensa y el poder judicial es que de lo transversal ya hemos pasado a lo explícito, donde ocupan un lugar de honor las fotografías de ese cutre, levantisco Studio 54 igual que si, quién lo diría, se hubieran puesto todos de acuerdo en la única investidura posible, que no es la de «Ric» Costa.