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Sultán


Tati, Tati, te veo bajar a hacer la compra con cualquier cosita puesta sobre tu cuerpo y me pongo alegre e inquieto. Ese culo amplio y generoso y esa sangre caribeña fluyendo por tus venas causan estragos en mí. Te miro de reojo cuando vas toda puesta y repuesta en tu trabajo y me ignoras como si fuera un perro callejero encelado hasta las orejas. Paso a tu lado y se me llena el rabo de sangre cuando descubro que estás leyendo al Zar y pienso enseguida en ponerte a cuatro patas, morderte las nalgas y chuparte el ojito del culo, que imagino lo tienes estrechito y sin usar, sólo acostumbrado a expulsar y no a recibir. Me da la impresión de que ese huequito tuyo me susurra suavemente al oído: «penétrame, penétrame, soy todo tuyo, con tu lengua y con tu rabo hasta reposar tus huevos sobre mis nalgas». Tati, Tati, qué guapa estás cuando vas arreglada dispuesta a comerte la noche y me imagino que le parto la cara con rabia al hijoputa al que planeas enredar entre tus tetitas, tus piernas y las luces de neón. Seguramente follarás, ¡claro que sí!, porque una mujer con unos atractivos tan poco usuales como los que tienes tú, tiene su éxito. Pero mira, Tati; yo, además de ser el Zar, soy Sultán. Sí, me llaman Sultán… ¿No sabes quién era Sultán? ¡No jodas, mujer!

 

Sultán era el nombre de un semental de no recuerdo dónde que compró el presidente del Gobierno autónomo de Cantabria allá por los años ochenta. El jodido responsable autonómico, Hormaechea, un calvo avergonzado de serlo, pinta de corrupto, populista, demagogo, una especie de antecesor de Berlusconi sin pulir, pagó un pastón para mejorar y aumentar la cría bovina de la región y Sultán llegó a los verdes prados de Cantabria fresco, lustroso, en forma y con unos huevos que no le cabían entre las patas. Miraba a las vacas con desdén, con cierto aire de superioridad, a la vez que se relamía el hocico y reburdeaba, que es lo que hacen los toros cuando están en celo o quieren jaleo, según don Álvaro Domecq, que se inventó esta palabra desgraciadamente aún no aceptada por la RAE. Todas las vaquitas levantaban el rabo a su paso, que es el equivalente a abrirse de piernas cuando se tienen cuatro patas, mientras Sultán parecía decirse a sí mismo: «Me las voy a pasar a todas por la piedra». Y vaya si se las pasó, si no por la piedra, sí por el yunque. No sé cómo era, pero las ataban a una especie de yunque para que no se hicieran mucho de rogar, que todas lo hacen, como las tías, aunque se estén muriendo de ganas de follar, y allá iba Sultán acompañado por dos mamporreros (qué profesión tan bonita) que le ayudaban a manejarse con su enorme rabo. Sultán cumplió (como voy a cumplir yo contigo, Tati, sólo contigo) y se pasó a más de dos mil quinientas vacas por el yunque. Las preñó a todas y dieron al cabo de unos cuantos meses miles de terneritos hermosos, lozanos y bien mamones porque perseguían a sus madres con furia para prenderse de sus hermosotas ubres. Ahhh, terneritos míos, ya apuntaban maneras.

 

Pero un día Sultán acometió con tanto ímpetu a una hembra que se le craqueló una rodilla. Se jodió, sí se le rompió una pata porque como bien dice un conocido mío no se puede follar de pie, no después de cierta edad porque se te pueden craquelar las piernas. Vaya tragedia. El cabrón de Hormaechea echó cuentas, evaluó los terneritos y sacó la jodida conclusión de que Sultán ya había sido amortizado. Así que lo sacrificó. Es duro, sí, pero, ¿quién no quiere pasarse la vida follando, comiendo, durmiendo, cumpliendo con creces con todas las hembras que se crucen en tu camino y acabar un buen día con un tiro en la cabeza sin enterarte de nada? Sultán es un ídolo, un líder nato, un ejemplo a seguir. Yo mismo conservo todavía una foto suya en una hornacina rodeada de velitas y flores de primavera.

 

Tati, Tati, yo soy tu sultán, te voy a embestir dos mil quinientas veces hasta que se me salga el corazón por la boca, hasta dejar bien enrojecidos tus carnosillos labios vaginales y hasta que maúlles de dolor y de placer. Pero no te voy a preñar, no, descuida, voy a sacar el rabo bien tieso a tiempo para agarrarte por el pelo y metértelo en la boca y así podrás saborear bien las mieles del amor y del placer. Por siempre tuyo, Tati. Firmado: Sultán.

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