Terapia de aversión humorística

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Lo decía Hugues el otro día a propósito de los drugos de Twitter. Semejante obsesión por las guillotinas, los kalashnikov, las horcas… hacen personalidades “necesariamente humorísticas”...

 

Lo decía Hugues el otro día a propósito de los drugos de Twitter. Semejante obsesión por las guillotinas, los kalashnikov, las horcas… hacen personalidades “necesariamente humorísticas”. Es cierto que el problema lo puede tener uno al no reírse de su patología, incluso teniéndolos como representantes públicos. Lo que hay en las instituciones es un reflejo de la sociedad. Una selección de personas maduras que diría Del Bosque. Alguien se pregunta de dónde han salido (uno cree que del bar lácteo Korova) y quizá sea mejor preguntarse por qué, y por qué hay tantos iguales, como en remesa, aunque cueste más responderlo. Habrá que hacer un esfuerzo. También otro, quizá mayor, para reírse de alguien que promete la regeneración democrática a través del sadismo y la muerte. Puede que no se merezca un cargo (aunque no se trate de merecer sino de convencer) pero sí unas risas mejores que las suyas, de más calidad, de las que podrían provocarle al principio incontrolables deseos de torturar y asesinar y tuviera, sin remisión, que guardarlos dentro de sí antes de que desapareciesen de forma natural. Como el Alex de La Naranja Mecánica sometido a una aversión humorística. Los podemitas son elocuentes y agresivos igual que el protagonista de la novela de Burgess. Hasta usan el lenguaje nadsat pleno de interpretación y ambigüedad. No hay prédica sino escándalo. Es preferible a éste, por ejemplo, la simple gestión, una, por cierto, no tan robótica como la de Rajoy, a quien sin embargo sí se le compraría ese humor suyo tan difícil de ver, y de sentir, para desarrollarlo en la posible terapia. La retranca rajoyana, tan desaprovechada, bien tratada y comercializada, podría ser un buen paliativo, una buena respuesta popular a esta ola de violencia verbal que va detrás del libre albedrío si no fuera porque el carisma del presidente se evapora fuera del parlamento si es que allí aún sobrevive. Luego ponen a Hernando para intentar reproducirlo y lo que le sale es la técnica Ludovico, retratado como Bruto por Antonio en el Julio César de Shakespeare, y así no hay manera. Haría falta un Camba que mostrase unas páginas de ruta. Ayer estaba la prensa atascada en la calle como si Mariano, no gallego sino travieso (“no es esto, no es esto…”) hubiese apagado todos los semáforos desde su despacho entre risas de pillo. Luego salió para disfrutar in situ del caos informativo causado y se le notaba la cara de gozo contenido que, aunque impropio, al menos habrá que conformarse con que no es salir a tolchocar por Twitter a algún anciano cheloveco en un callejón.