La familia llega con 20 minutos de retraso a la Casa de América para ver una instalación desarrollada por el poeta y programador mexicano Eugenio Tiselli, llamada MIDIPoet y que forma parte de la programación del Festival Poetas por Km2 organizado por su amigo Pepe Olona. Antes han tenido que sortear una masiva marcha de ganaderos que protestan contra el gobierno y que parecen haberlos confundido con los hijos de Zapatero, a decir por los envistes que ha recibido el cochecito de S durante su recorrido por el Paseo del Prado, en sentido contrario a la de los campesinos con móvil 3G y cazadora de marca.
Llegan a la puerta donde se acumulan cochecitos de bebé. Dentro, bajo una luz tenue, una veintena de niños corretean, gatean sobre la alfombra de la sala Jorge Luis Borges y saltan. En el centro del recinto está un pequeño de unos 4 años que juega con un teclado conectado a un proyector que apunta a una pantalla dispuesta en la pared frontal. Se escuchan sonidos de pasos, toques de puertas, chirridos… mientras en la pantalla se proyectan imágenes que parecen moverse al ritmo de los movimientos de las manos del niño.
La familia saluda a Pepe y a Tiselli. D le cuenta a M que Tiselli es el creador de la obra que están viendo. M lo saluda, un poco cohibida al principio, pero se anima cuando su padre y Tiselli la invitan a acercarse a la mesa a interactuar con el “invento”. M acepta y ocupa el lugar del niño que estaba frente al teclado MiDi y que ha salido corriendo para jugar con otro chico. La niña presiona una de las teclas y se escucha un eructo, M mira a su padre y no puede evitar sonreír. Prueba otra de las teclas y un nuevo sonido hace que la pantalla se llene de letras que suben y bajan, crecen y disminuyen de tamaño, cambias de color y posición, aparecen y desaparecen al ritmo del sonido. Los efectos son múltiples y varían cada vez que la niña activa el teclado. M se va presiona varias teclas a la vez y mira lo que su acción causa en la pantalla. Ríe, está emocionada.
Mientras S, que está aprendiendo a gatear, se pasea por toda la sala, que gracias a estar cubierta por moqueta, es un lugar perfecto para evitar golpes o, al menos, caídas dolorosas. Él y unos cinco bebés más parecen competir por conseguir más kilómetros de andadura. L (y el resto de los papás) siguen de cerca de sus retoños.
M deja de accionar el aparato y corre hacia el fondo de la sala para saltar junto a un grupo de niños. Hace como si quisiera atrapar la lluvia de letras que cae por la pantalla. Su padre le dice que intente tocar una letra, ella corre y la busca, lo consigue. La “guarda” en su bolsillo. Después es ella la que elige la letra, quiere una P, pero la lluvia se ha convertido en un diluvio y no le da tiempo de alcanzarla. M acelera el ritmo y corre de un lado para otro intentando no tropezarse con el resto de los niños que están tan entusiasmados como ella. De pronto, ya no aparecen imágenes ni se escuchan sonidos. No hay nadie frente al teclado. L, que también quiere probar el artilugio, lleva a S hasta el centro de la sala y con su mano intenta hacer que los deditos del niño presionen las teclas. Al hacerlo vuelve a poner en movimiento a M y al resto de los pequeños que se habían paralizado como si fueran parte de la instalación.
Media hora después, M está agotada, se detiene para tomar un poco de agua y recuperar el aliento. Corre frente a la pantalla y sigue jugando. El MIDIPoet de Tiselli ha pasado la prueba más difícil.