

La última semana de Madrid en danza se salía más que frío de ver Tierras raras de Luz Arcas programada en los Teatros del Canal. Y esta misma semana se salía de la misma manera de ver Simulacro de Kor’sia en el Centro de Cultura Contemporánea de Conde Duque. ¿Qué estaba provocando esta sensación en el espectador crítico, pero no en el público que aplaudió a rabiar?
Con el ánimo de polemizar como forma de fomentar el debate entre profesionales, periodistas y espectadores, pienso que lo que le pasa a estos dos espectáculos es que tienen demasiada dramaturgia. Tanta que les pesa como una losa. Un peso que impide el baile, la danza, las ganas de moverse siguiendo una música porque a veces ni la música ni el espacio están elegidos para el baile, sino para el drama.
En Tierra raras había muchas cosas que dificultaban calificar la propuesta como baile o danza contemporánea. Empezando por su principio. Más dramático, pero creo que si no se fuera Castellucci, sería imposible mantener tanto tiempo ese comienzo. Se podrían sacar más y más ejemplos como este.
Lo que se puede decir, independientemente de que se esté de acuerdo o no con que la explotación del suelo, de la tierras raras que tanto persigue Trump para los americanos, conlleve la explotación humana en general, y la femenina en particular, y su degradación. Como se cuenta en Tierras raras.
E independientemente de que se piense que se vive en una sociedad de la simulación. Donde la influencia de imágenes creadas o recreadas digitalmente, es decir mediante ceros y unos y vectores, matemáticamente, que eso es la informática, es tal, que en vez de vivir como humanos vivimos como las imágenes creadas o reproducidas hasta la saciedad por el algoritmo en las pantallas. Como se cuenta en Simulacro.
No, no se discute ni el tema ni el contenido de esas dos coreografías. Ni se está proponiendo que los espectáculos de danza se hagan de espaldas a cualquier realidad. O que tengan que ser espectáculos trágicamente románticos. O que sea baile por el simple hecho de bailar. Como un ejercicio gimnástico. Como una técnica acrobática.
Lo que se veía en ambos espectáculos es que las formas y maneras de bailar, de estar en el escenario, estaban tan condicionadas por el drama que resultaban poco realistas coreográficamente hablando. Encorsetadas. Rígidas. Se notaba desde la butaca que esos pasos no podían seguir a esos otros. O que un movimiento pedía seguir otros y no lo que sucedía en escena. Lo que los bailarines marcaban sin querer, que ellos querían bailar, hacer lo que les habían marcado. Pero la organicidad de lo que estaban haciendo no les dejaba.
Algo que no era puntual. ¿Qué coreografía, sobre todo cuando es de nueva creación y la primera o primeras veces que se presenta, no se le pueden ver estas cosas? Incluso cuando se han asentado en el repertorio, al menos en el del circuito contemporáneo durante varios años.
En estas coreografías era tan sistemático que había veces que la pregunta que surgía era que porque el bailarín o bailarina no decía un texto o entre ellos no se hablaban. Hacían teatro. Incluso, aunque durante la representación se nota y se siente el compromiso del cuerpo de baile, y en los aplausos se ve su cara de contento y felicidad, su cuerpo moviéndose en escena dice todo lo contrario.
Es de suponer que esta incorporación de los dramaturgos a los ballets es la que ha hecho que los últimos Premios Max hayan estado trufados de finalistas de danza en categorías que habitualmente no suelen estar. Aspecto positivo por la visibilidad y el reconocimiento que suponen a un trabajo y una dedicación que, aunque elegida, es cierto, que son duros.
Pero quizás la influencia y contribución de la dramaturgia está yendo más allá de lo necesario. Imponiendo palabras, escenas y acciones donde lo que debería haber es movimiento, baile y música. Pensar en el movimiento de esta sociedad en la que se vive, en el momento político actual, y, también, en el momento artístico que acompaña a lo anterior. Como por ejemplo en Solas de Candela Capitán.
Trabajar desde ahí en coreografías que pretendan contar lo que pasa y lo que nos pasa desde la danza y no desde otras disciplinas. Disciplinas que, por supuesto, pueden contribuir, pero en ningún momento, lastrar, pesar tanto que impidan lo que se ha ido a ver qué es bailar con sentido y sentimiento.