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Portada del programa ‘«...todas esas cosas dentro de las cosas que llamamos cosas escondidas en...» de Jesús Rubio Gamo en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque
Portada del programa ‘«…todas esas cosas dentro de las cosas que llamamos cosas escondidas en…» de Jesús Rubio Gamo en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque

Vuelve Jesús Rubio Gamo con una nueva coreografía de título infinito «…todas esas cosas dentro de las cosas que llamamos cosas escondidas en…». Estreno absoluto en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de Madrid. Pieza en la que también baila él junto con otros cuatro bailarines. No es un solo. Tampoco es para una gran compañía como Gran Bolero o Txlaparta. Sí, es in between, pero ni se queda corta ni deja a medias al público.

Es cierto que el primer día, de los dos que esta programado en el Conde Duque, al inicio se notaba la preocupación. Era la primera vez que la coreografía definitiva se exhibía terminada y al completo después de aquella muestra que se hizo en Réplika. Aquel germen.

De alguna manera había rigidez en ese colocarse en un borde del escenario antes de comenzar a bailar. También había intención. Cuerpos combados o torcidos en un borde, esperando que empezase la música en directo que Enrique Castillo va a tocar toda la función con su umbráfono. ¿Qué esto que es? Un instrumento creado por este compositor que produce sonido a partir de la luz y las imágenes de las películas.

Y luego ¿qué? Luego la poética de Jesús Rubio Gamo se va desplegando. Poco a poco. Sin prisa. Lo importante es ir construyendo. Disposición, movimiento e imágenes. Hacer que los cuerpos se hagan con el espacio, la iluminación y la música.

No se lo pone fácil a sí mismo el coreógrafo. Ya que el elenco está formado por cinco bailarines con cinco aptitudes frente al baile y en la escena. Un número impar que plantea ¿qué hacer cuando algo o alguien sobra? Esos momentos en que él u otro queda como verso suelto frente a las parejas que forman los otros cuatro. Ese continuo intentar integrar al que sobra, porque nada ni nadie sobra, es sin duda lo más interesante de una pieza que está llena de interés. Cómo hacer que los que bailan solos, formen parte del conjunto.

Claro que algo sea interesante para el profesional, suele ser poco interesante para el espectador. Incluso para el público de danza contemporánea, últimamente sometido a discursos teóricos antes que prácticos, aunque sean bailados, sobre el cuerpo y la danza.

Ni la coreografía ni la danza de Rubio Gamo dan la chapa en esta pieza. Lo primero en esta propuesta es baile y lo segundo composición. Y si hay que elegir, se baila. Se baila por encima de todo, de todos y para todos, una música que por momentos se acerca al techno o a la rave. Pero lejos de lo que se ha podido ver en Crowd de Gisèle Vienne, el espectáculo que ha cerrado hace nada el Festival Madrid en Danza.

Aquí la cosa va de tocar, sujetar, caer y dejarse caer, recoger y dejarse recoger, colgarse, y atravesar los espacios que los cuerpos dibujan arqueándose o apoyándose. Tanto como lanzarse al vacío con la seguridad de que los compañeros te van a recoger. Anulando todo el espacio posible para la preocupación porque hay que estar atento al lío, a lo que sucede. Y a lo que sucede dentro de la pieza, dentro del bailarín y en su entorno.

Una atención plena, que se aleja del mindfulness todo lo que puede. Aquí todo es acción, interacción y movimiento. Y si no eres ni una cosa ni otra normalmente te quedas fuera, porque tú no la llevas.

Una necesidad que da lugar a dos pas de deux en el registro contemporáneo increíbles. Dos momentazos, de los muchos que tiene, que a pesar de estar bailados por cuatro tipos distintos de bailarines, incluido uno de danza urbana, mantienen la coherencia de toda la pieza.

Como esa utilización del jeté por parte de Rubio Gamo. Que sale corriendo para rodear el espacio y a los otros y saltar haciendo un volantín para ser recogido en el aire. Seguramente una reinvención de ese mismo paso que se repite una y otra vez en otras muchas coreografías pero que a aquí tiene la validez de la sencillez que tanto reivindica su autor.

Sencillez con la que siempre es capaz de crear intensidad, entusiasmo y alegría por bailar. Y a la que se aplican con virtuosismo los bailarines que le acompañan. Y que igual que al coreógrafo, que se para en algunos momentos y se queda observándolos fascinado, no hay nada que apetezca más que verlos bailar. Verlos en movimiento. Que no paren hasta caer exhaustos y descansen y nos dejen descansar.

Y quedaría música para mucho más, igual que al final de la pieza. Una música que no suena igual sin el baile. Sin el bailar. Y es que dentro de todo artefacto, que es lo que es una coreografía, hay algo, hay cosas escondidas, que no se ven, ni siquiera se sabe como funcionan. Solo se pueden mostrar, como se muestran en esta bella pieza que debería tener tanto recorrido como Gran Bolero, sino más. Por lo pronto va al Grec, sería una buena razón para acercarse a Barcelona y (volver a) verla.

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