“What a terrible mistake to let go of something wonderful for something real”
Miranda July, No one belongs here more than you
Me contaba mi padre hace poco que cuando se jubile quiere empezar a tocar el piano. El año pasado ya nos había anunciado triunfalmente que un día, cuando se retirara, pensaba largarse una temporadita a la Polinesia francesa –¡Si venga, papá, yo también!– pero ahora ha empezado a insistir en el tema del piano. Francamente, me hubiera sorprendido menos que me hubiera informado de que quería hacerse domador de leones. ¿Piano, ahora?, le dije. Voy a hacer todo lo que he dejado de hacer estos años, me contestó. Pensé que eran cosas de la edad. Porque así son los padres: de repente quieren ser pianistas y nunca lo habíamos sabido.
Lo que dejamos de hacer. Esa es una frase que desde entonces se me ha venido a menudo a la cabeza. Sí. Todo lo que dejamos de hacer por distintas razones. Por la prisa, el miedo, las torpezas. Porque confundimos la urgencia con la importancia y a veces, como en la frase de Miranda July, lo real no deja lugar a lo maravilloso.
No seré yo –mi expediente no me avala en absoluto- quien diga qué es lo importante. Pero a veces pienso en Cortázar y en aquella frase tan genial y tan sabia acerca de las explicaciones: “en algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural.” Pienso en todos los basureros hipotéticos que necesitarían una explicación. Porque hay muchos que me intrigan. Por un lado, está el de todo aquello que no se dice, esas palabras que se quedan al margen de las conversaciones. Sabemos que es cierto y que las conversaciones consisten a menudo en las cosas que se quedan en el tintero, y a esas palabras no dichas les corresponde también un lugar. Sin embargo, el basurero que más me intriga es el de todo aquello que no hacemos. Porque tiene que existir un lugar donde se guarde lo que nunca llega a ser. Espero que algún día alguien me sepa explicar qué sentido tiene todo ese montón de condicionales que se quedan ahí, esperando que alguien los vaya a buscar. Son como niños eternos que se quedan en la guardería sin que sus padres les vayan a recoger, sin que nadie los saque de ahí. Esa es la vida de las renuncias.
Nos dicen que hay una línea nítida que separa perfectamente lo que es de lo que no es. Lo que es –las palabras, los hechos, las acciones- es lo real. Y lo demás, las renuncias, lo no dicho, los deseos, comparten basurero con las explicaciones de Cortázar. Lo que no nos dicen es que a veces, la vida se atasca en esos basureros imaginados. En lo que no hicimos, lo que no dijimos, incluso en lo que perdimos. Nos lo recordaban en esa maravillosa película, Amores perros: porque también somos lo que hemos perdido.
Así que algunos deberíamos revisar los propios basureros y cambiar algún condicional de lugar cuando aún estemos a tiempo. Hagamos, hagamos. Que ya habrá tiempo para dejar de hacer. Porque no hay que esperar a la jubilación para empezar a tocar el piano.