Casi enternece ver la cantidad de periódicos que por el mundo entero siguen
apareciendo cada mañana a pesar del poderío de Internet. En su gran mayoría son
feos de diseño y llenos de anuncios publicitarios más feos todavía—sobre todo
en los Estados Unidos– y van asaltando a sus lectores con interpretaciones de
las noticias raramente fiables. Como hombre urbano y de una cierta edad (el
número de gente con menos de treinta años que compran prensa es bajísimo)
necesito comprar un periódico para empezar el día. Vivo en Madrid y me fijo en
lo que la gente lee, y llevo años comparando los distintos periódicos
principales.
Yo tuve la gran suerte de pasar mi infancia y adolescencia y trozos gordos de mi vida
más reciente en Manhattan donde el periódico de referencia es el New York
Times. Para mi, sigue siendo el mejor periódico del mundo. Presta mucha
atención en apartar bien lo que son las noticias y lo que son las opiniones de
sus periodistas y lo que cae por medio se denomina muy claramente un
‘análisis’, siempre firmado, de la noticia en cuestión. Es un periódico en
términos generales progresista y liberal. El Wall Street Journal es un
periódico conservador pero también presta mucha atención a distinguir bien
entre opinión y noticia. Un amigo mío que vivía en España muchos años, y que en
paz descanse, siempre me recomendaba el Economist diciendo que como lo que más
les importaba era el dinero hacían todo lo posible para hacer reportajes
certeros. Y luego, para divertirse en Nueva York hay el New York Post con sus
titulares graciosos y cotilleos, y The Daily News para los que buscan noticias
deportivas (en plan Marca) y detalles de sucesos escabrosos.
En Madrid los tres principales son el ABC, El Mundo y El País—cada uno con su
peculiar identidad, por lo menos para mi. El primero es monárquico y católico
apostólico y romano de la vieja usanza, con un formato anclado en los años
cuarenta y con unos dibujos que reflejan la misma época. Cuando lo abro y veo
un dibujo de Mingote me siento tan desconectado que no puedo seguir. Pertenezco
a ese grupo que dicen con cara de cosmopolita que ‘compro el ABC del sábado’
por su suplemento cultural. Pero siendo sincero confieso que solo lo hojeo ya.
No me acuerdo de la última vez que leí un articulo entero en ese suplemento,
será culpa mía seguramente, y cuando compro el ABC ahora es el domingo
únicamente y muy tontamente para la revista con las fotos de los ‘famosos’. Me
resulta un periódico reliquia, y quien sabe si sobrevivirá mucho tiempo. El
Mundo me fascina. Es tan malo, tan retorcido, tan descabellado, tan ridículo a
veces –con islotes de calidad firmados por algunos periodistas buenos que
necesitan trabajar en algún lado– y no obstante, por lo que veo, se vende mucho y la gente se lo toma en
serio. Por la mañana en mi kiosco habitual es el periódico que más se compra y
me pregunto ¿qué visión tan rara del mundo deben tener sus lectores? Lo que sí
es posible es que el motivo fundamental que tienen es, otra vez más, leer la
amplia sección de prensa rosa que rellena muchas páginas ligeramente
disfrazadas con una patina de seriedad conservadora y partido popularista. El
País sigue siendo el mejor periódico. Es de buen ver y es el periódico que
compro a diario. Pero me cabrea tanto, tan a menudo que ni me acuerdo de la
cantidad de veces que me he dicho ¡basta ya, no me lo compro más!
Es el mejor porque es el más serio, y con un enfoque más europeo e internacional y
con un tono, en general, que refleja más el mundo actual. Aunque tenga sus
demonios no tienen tantos como los otros dos. Tiene un aspecto contemporáneo
que el ABC nunca conseguirá y del cual El Mundo, tan lleno de rabias y de
paranoias internecinas, es incapaz.
Supongo que me enfado tanto con El País porque le tengo cariño y porque lo leo entero
casi todos los días. Tengo la impresión, pero a lo mejor estoy equivocado, que,
hace años, antes de que Aznar atacara a Polanco tan ferozmente, era mejor y que
desde entonces, herido y furioso se cayó un poco juntándose con los demás en
ser más partidista, más local y creo que hay que luchar en contra de esas
tendencias. Solo insistiendo en implantar un muro férreo entre las opiniones de
sus dueños y las noticias en sí sería una mejoría importante y agradecido. No
hay nada mejor que titulares que solo anuncian lo que ha pasado y artículos que
utilizan palabras precisas y neutras. El periódico ya tiene espacio de sobra
donde sus articulistas expresan sus opiniones – que dejen sus primeras páginas
al periodismo como dios manda más a menudo sería genial. Y otro detalle – al
tener a tanta gente criticona en su plantilla llama la atención la falta de
sentido crítico en Babelia y en la revistilla OnMadrid, dos suplementos donde,
generalmente, se habla bien de todo y de todos cuando lo ideal sería algo más
parecido a lo que pretende la revista Time Out, que también perfila nuevos
restaurantes y tiendas, películas, libros y obras de teatro pero con un sentido
ferozmente crítico que es divertido a la vez. No es tan difícil.
Aquí en Madrid compro mi El País y el Internacional Herald Tribune cada día y cuando
estoy en Barcelona compro La Vanguardia también con mucho gusto. Lo hago feliz
a cambio de poder vivir en este país tan entrañable y geográficamente hermoso.
Solo muy de vez en cuando echo de menos la alegría de estar en Manhattan donde compraba el New York Times cada
día, el New Yorker cada lunes, y el New York Review of Books cada mes, antes de
meterme en Bagel Bob’s en University Place para disfrutarlo todo y ver el mundo, tan variopinto y estiloso
pasar delante del escaparate.