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Mientras tantoUn día en Beirut

Un día en Beirut


No sé muy bien qué hora es. Mi reloj marca la hora en España, el móvil se rige por costumbres libanesas, y mi ordenador, configurado según coordenadas rusas por puro sentimentalismo, galopa dos horas por delante de Europa. Pero hoy no funciona nada. El sol está ahí afuera, sobre el Mediterráneo. Tengo que mandar un par de correos urgentes pero justo después de servirme el café y sentarme en mi adorada mesa de mármol se va la luz.

 

-Queridos todos, sigo muy contenta en Beirut.

 

Sí, contenta de cojones queridos todos. Este puede ser el corte de las 6 de la mañana, el de las 9, las 12, o las 3 de la tarde. Vete a saber. Y durará lo que les salga del enchufe a los señores de la Electricité du Liban, cuyo edificio diviso, por cierto, desde el balcón. Salgo a la terraza y les hago un corte de mangas. Se oye un estruendo en el cielo. Deben de ser los judíos violando, sin darse cuenta, el espacio aéreo del Líbano. Luego me dirijo a la ducha. Se me ha olvidado que cuando cortan la luz, por algún motivo, solo sale un ridículo chorro de agua. Como un escupitajo lanzado sin energía.

 

Están llamando a la puerta. Es el hijo de puta de la basura que viene a reclamar su paga por la recogida diaria que hace 3 veces al mes. Lo veo todos los días llevándose la basura de la dueña del edificio, pero cuando se le reprocha no recoger la nuestra jura, el tío cabrón, que no ha podido porque estaba en Egipto visitando a la familia. No es el único invitado. El de la luz ha subido a pie los cinco pisos de la casa para introducir por la ranura de la puerta la factura de la luz.  Es un simple papelucho azul con la cantidad a pagar, sin más. Lo pagas o te quedas sin luz. Tú decides chaval. El resto de los inquilinos paga tres veces menos que nosotros. Dice la casera que en el quinto las bombillas tienen más potencia y que por eso pagamos más…Se le olvida comentar que varias decenas de cables de otros pisos y de los edificios de enfrente llegan hasta nuestra terraza y ventanas. Sin saberlo trabajo en este país en una puta ONG, subvencionando la electricidad de vecinos varios de la calle. Ahora entiendo porque los cabrones saludan siempre con una sonrisa. Se han pasado el verano despelotados en el sofá bajo el trasto del aire acondicionado gracias a mí.

 

Necesito más café pero se ha acabado. En la cocina se oye el murmullo de los niños jugando en el patio del colegio cercano. También se oye a las palomas de mierda que han anidado junto a la rueda de ventilación y que no la diñan ni a la de tres por más que las cebe con pastillas de veneno. Suena el teléfono. Son los del seguro médico. Quieren ofrecerme mayor cobertura en caso de, dios no lo quiera, fallecimiento y repatriación del cuerpo a España. Es un día perfecto para automedicarse con lo que sea. Estoy por comerme la estricnina para ratas volantes. Si no te mata te hará más fuerte.

 

Afuera anochece, el corte debía de ser el de las 3 de la tarde…Toca resignarse y bajar los cinco pisos sin ascensor. Cuando llegué a este país me preguntaba, ingenua de mí, por qué todos los mecheros incorporaban una pequeña linterna. Empieza a estar claro. Si bombardean el barrio, si se agotan los 30 kilos de arroz de la despensa guardados con mimo para cuando estalle la próxima guerra, o si simplemente tienes cita para que te peinen como a la novia de Aladino entonces no queda más que joderse, meter la minilinterna en el bolso y lanzarse escaleras abajo. A que te den bien.

 

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