Un palacio en Manchuria

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La mayoría de las veces a Snchz, la segunda onomatopeya después de RbCb que lidera el PSOE (ZP en realidad fue un spot igual que Iglesias, su verdadero hijo político como apuntó Arcadi Espada), se le ve con la mirada inquieta de Puyi...

 

La mayoría de las veces a Snchz, la segunda onomatopeya después de RbCb que lidera el PSOE (ZP en realidad fue un spot igual que Iglesias, su verdadero hijo político como apuntó Arcadi Espada), se le ve con la mirada inquieta de Puyi, el último emperador al que iban colocando a conveniencia como a una ficha de tablero.

 

No dice uno que acordar un pacto antiterrorista no esté bien, que lo está y mucho, pero, con la cantidad de pactos que se podrían haber firmado a estas alturas, da la impresión de que se ha escogido el más liviano de soportar para ambas partes, como si pactar, la actividad esencial de la política, fuese aquí un duro y arriesgado trance que hubiera que acometer como una misión espacial: haciendo horas en el simulador.

 

Uno tiene la sensación, seguramente equivocada, de que la democracia en España ha sido un figurar constante. De que se ha vivido sobre los hitos sociales y económicos como sobre alfombras mágicas y no en el interior de ellos viajando a través del tiempo en medios de transporte cada vez más modernos.

 

Ayer comparecían en Moncloa los genios de la lámpara intercambiándose unas carpetas cursis en acto solemne (de matices y tapices) como los trastos en la plaza, en medio de una alternativa taurina que parecía la de Sánchez a quien, a pesar de las hechuras, se le pinta mejor futuro de banderillero que de matador.

 

Se apreció un breve parlamento en el que Pedro asentía, cortés, e incluso parecía decir: “Gracias Maestro”, en todo caso nada que se pueda asegurar. Pero la política abarca tanto espacio como para que uno se infle a llamarle al otro retrógrado y luego se avengan a escenificar la firma de entrada en la OTAN así como en el teatro del colegio donde sólo faltan los disfraces, por ejemplo uno de tortuga y otro de conejo.

 

Pedro, al mismo tiempo que actuaba en la función, miraba alrededor sin fiarse de nada, girando el tronco muy serio como si las orejas de peluche no le permitiesen advertir con un simple golpe de vista cualquier amenaza, como si Rajoy, ayudado por el secretario, le fuera a atravesar en cualquier momento la mano en la mesa con una navaja automática mientras Moragas, un suponer, le estrangula con un cable por la espalda como Sollozzo y Bruno Tattaglia al bueno de Luca Brasi.

 

Sale Sánchez de Moncloa, tras los fastos, con la inocente y natural pretensión de lograr más acuerdos, más protagonismo, igual que si los japoneses le hubieran puesto un palacio en Manchuria, pero en realidad sólo hay una demostración (“una sola fuerza”) al enemigo más simbólica que cientos de miles de personas reunidas en Sol, quizá el último recurso del socialismo, quien sabe si de España, antes de acabar siendo reeducado o durmiendo con los peces.