Un rey en sus estancias

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Uno comprende el ruido que produce una desgracia propia de El Caso. El mismísimo Rey habrá podido comprobar, gracias a Pablo Iglesias (que ve la vida a través de los siete reinos) la patología que sufren sus súbditos...

 

Empieza uno el día leyendo la noticia del nuevo corte de pelo de la reina y luego se siente mal, como recriminado por los profetas, al pensar en la cantidad de cosas serias que hay en el mundo. Sólo hay que leer textos serios, se dice uno aleccionado por las tendencias, por ejemplo cualquiera de los que abundan hoy en los que se descubre que la sociedad está enferma tras el asesinato de un profesor por un alumno de trece años con una ballesta en las manos.

 

Uno comprende el ruido que produce una desgracia propia de El Caso. El mismísimo Rey habrá podido comprobar, gracias a Pablo Iglesias (que ve la vida a través de los siete reinos) la patología que sufren sus súbditos, más horrorizado, si cabe, al ver a un rey ensartando, con un disfrute sensual, a una mujer en sus estancias. Va a resultar que el histrionismo de Pablo no es truco sino verdad. Y lo cierto es que a Iglesias uno le imagina sin esfuerzo en el salón del cómic disfrazado de Meñique y subido a una plataforma.

 

Félix de Azúa dice hoy en El País que el mayor pecado de los españoles es la mala educación. Que la sociedad esté enferma es un dogma muy cómodo para todos sus individuos que, por lo general, no se consideran parte de ella en estos casos y tras estas conclusiones filosóficas sobre lo sanos que son y están, y de lo felizmente incapaces que se sienten de matar con una ballesta.

 

Dice Tolstoi que la gente quiere cambiar el mundo pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo, quizá porque eso cuesta tanto como descubrir que no es necesario irse a buscar el síntoma de la enfermedad en la trágica excepcionalidad de que un pequeño rey (y un  pequeño cabrón) imite al monstruito de los Lannister o vea literalmente a sus congéneres como a los zombis de la tele, basta con salir a la calle a sufrir de cotidianeidad.