Un tiempo extraordinario

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El gesto allí, en América, no lo hubiera aprobado ni Jack Reed, que está enterrado en el Kremlin, pero por aquí (una España moderna) hubo algún alborozo, incluso jolgorio por el que yo recordaba a los ewoks abrazándose al final de ‘El Retorno del Jedi’...

 

Ayer soñé con Miquel Iceta, que bailaba, y me desperté bailando yo también, como Pedro Sánchez, cogiendo a mi mujer de la mano. Ella no sonreía tanto como Pdr, al que se le pone cara de malvado cuando enseña los dientes. La cara de malvada se le puso entonces a ella, así que le hice un oportuno besamanos y lo dejé. Yo creo que Snchz no es malvado. Lo que sí dice la gente de él, la gente malvada, es que es más incapaz que Zapatero. Ayer en la ceremonia de premiación del US Open en Nueva York había sobre la pista diez banderas estadounidenses como de la que, aquel día el expresidente, cuando aún no era presidente, se mofó delante del mundo entero.

 

El gesto allí, en América, no lo hubiera aprobado ni John Reed, que está enterrado en el Kremlin, pero por aquí (una España moderna) hubo algún alborozo, incluso jolgorio por el que yo recordaba a los ewoks abrazándose al final de ‘El Retorno del Jedi’ tras explotar la Estrella de la Muerte, los mismos que después debieron cambiar los saltitos y los besos de esquimal por el gesto de la ceja.

 

Iceta baila a menudo (como un ewok también, por cierto)  y a mí me resulta divertido, pero igual no debería resultarles tan divertido a sus votantes, ni a sus paisanos, por mucho que en Cataluña estén de celebración en celebración. En Cataluña la vida es lo que pasa entre elecciones, y como se suceden sin respiro nadie tiene conciencia de la misma. Los catalanes tienen la fama antigua de la pela, hoy más que nunca fortalecida por el ansia de sus dirigentes, que no es nueva sino que está enraizada en esa cultura tan especial, tan diferente, a la que yo le añadiría la fama del escaqueo.

 

Tuve un compañero de trabajo que era un maestro en este arte y que perfectamente podría estar hoy en tratamiento debido al estrés que produce el dominio de la técnica. Si iba a tomarse un café, antes le decía a todo el que se encontraba de camino que iba porque llevaba varias horas seguidas sin descansar, pero tenía que tener cuidado en no decírselo a las mismas personas cada vez, porque en realidad hacía unos veinte minutos que se había tomado el último. Esto implicaba que tampoco podía coincidir con frecuencia, por lo que antes de cada escarceo tenía que hacer un trabajo previo de exploración del itinerario y del destino, además de tener preparadas dos o tres respuestas de escape por si era inevitable un encuentro repetido, que no obstante trataba de salvar mediante el estudio de los hábitos de sus compañeros y, sobre todo, de sus jefes.

 

Yo siempre que iba al baño me lo encontraba dentro, o saliendo o entrando. Si salía a fumar allí estaba. Si iba a por café nunca estaba lejos. Era difícil hallarle en su puesto de trabajo y fácil sacarle de él. Yo imagino que cada día, al llegar a casa, comenzaba su jornada laboral que consistía en elaborar excusas, chistes y bromas, así como perfeccionar su ya inimitable control de las conversaciones intrascendentes gracias a las cuales podía pasar un tiempo extraordinario sin pegar un palo al agua. Yo miro a los políticos de Cataluña, a su gobierno, y me acuerdo de mi antiguo compañero. Los gobernantes de Cataluña hace mucho tiempo que dejaron de trabajar como para cambiar los hábitos una vez creado todo ese mundo paralelo, el universo paralelo del que hablaba Alex Garland  a través de una playa de Tailandia donde a Miquel Iceta sólo le queda bailar.