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ArpaPostalesUnamuno y sus secuestradores

Unamuno y sus secuestradores

Unamuno ya no vive en Salamanca. Lo tienen lobotomizado y desactivado.

Lo secuestran y lo encierran. Unos se dicen sus amigos y lo reducen a un montón de cotilleos y polvo de datos sin espíritu. Otros se apoderan de su casa y solo te dejan verla en grupo con un guía que te suelta tópicos. Todo en masa y programado, como se impone ahora. No te dejan en soledad con él, no te dejan hablar con él de persona a persona. Te sueltan rollos y no te dejan en silencio con él.

Defendió el pensamiento vivo y apasionado, paradójico y libre, contra el pensamiento mecánico y sordo que predomina ahora. Contra los códigos y las fórmulas, contra los dígitos descarnados y abstractos. Qué diría de este predominio de lo mecánico y la rutina, de este fabricarlo todo en serie. De este encerrarlo todo en códigos y fórmulas. Él, que escapaba de toda fórmula, que gustaba de desconcertar y despertar a la gente, como los pensadores zen que le rompían los esquemas a sus discípulos. Él, solitario e inclasificable. Él, convertido en una cosa, en algo que se muestra masivamente como cualquier otra cosa, a rebaños, a masas. Rutinariamente, él, que era enemigo de toda rutina y de todo sopor.

Con esta fe de carbonero en que las máquinas lo arreglaran todo se burlan de la frase de Unamuno: que inventen ellos. Porque con su papanatismo creen que hay fórmulas y mecanismos para todo. Y que todo es cuestión de técnica.

Tengo que hablar siempre con una puta máquina muerta que hace clic, clic. Que repite la misma fórmula muerta. Si quiero una bebida en tren. Si quiero preguntar algo al ayuntamiento. Si quiero pedir un libro prestado a la biblioteca. Si quiero declarar a Hacienda (te obligan a hacerlo, y no olvides lo que ganaste vendiendo chocolatinas, pero encima te lo ponen cada día más difícil).

Tengo que tratar con la puta máquina. Si quiero que una empresa me conteste a una pregunta. Y me contestará con la misma respuesta frecuente a la misma pregunta frecuente. Aunque yo no haga ninguna pregunta frecuente. Aunque yo les hable de mi abuela, la que escondía una botella de ginebra debajo de la cama. Da igual lo que hiciera mi abuela. Da igual cuál sea mi problema, cuál sea la forma de mi melancolía. La máquina me dará siempre la misma respuesta. Opción 1, opción 2, hasta la saciedad.

Y me pasará siempre lo mismo.  Toda mi vida quedará empobrecida y reducida a fórmulas de pregunta para encontrar fórmulas de respuesta. Me anularán completamente, anularán mi vida. Anularán mi temblor único de Antonio Costa al poner el código para entrar en el hotel, porque te pase lo que te pase solo tienes que marcar ese código, cojones. Porque da igual si eres Antonio Costa o si eres Santa María Goretti. Estás ante una máquina y las máquinas no distinguen.

Y siempre tengo que hablar con máquinas. Cada vez hay menos personas, menos seres vivos. Y si los hay, no están ahí para mí. Tú eres solo un número, habla con las máquinas, marcar el código marcado, coño, y cállate.

El cajero me ofrece tarjeta sin contacto. ¿Y eso para qué coño sirve? Quieren un mundo tan abstracto que ni siquiera toque el cajero. Que no haya tacto en nada, que nada sea concreto. ¿Y qué coño de mejoría me supone eso? No hay que tocar nada, todo lo carnal es pecado. Todo lo concreto y real es pecado. Solo las gilipolleces virtuales de internet son valiosas. Y con sus nombres te fulminan.

De momento lo que me hace ese invento es estorbarme. Por poco que acerque mi tarjeta normal a ese sitio se pone en marcha un picatoste de movimientos que yo no he querido. Ya no sabe uno lo que puede hacer. Tengo que ponerme hacia la otra esquina para que ese puto artilugio sin contacto no se ponga estupendo. Y no me dé la lata. Lo inventarán ahora todo sin contacto. El sexo sin contacto, la comida sin contacto.

Sí que inventa esta gente. Pero yo me pregunto en qué mejoran la vida tantos inventos inútiles que solo dan el coñazo. Que lo complican todo y complican hasta las operaciones más sencillas. Y luego se burlan del que dijo: que inventen ellos. Pero yo me digo que muchos inventores están ociosos y emplean su tiempo en darnos la lata. Parece que todo en la vida es un problema técnico. Pero si le hablaste mal a tu tía no te lo resolverá ninguna máquina. Y si la saudade te corroe no creo que ningún invento te sirva. Eso sí, como somos pasmones y lo hacemos todo en masa (y mecánicamente, porque también nos han convertido en máquinas) enriqueceremos al fabricante.

Joder, claro que sí, tiene razón Unamuno. Si los inventos van a ser estas cursiladas, estas quisicosas que te dan la lata, que inventen ellos. Que inventen ellos mientras otros disfrutamos del cocido exquisito de la abuela. Y releemos a Proust.

Un poeta simbolista se preguntaba dónde mueren los pájaros. Yo me pregunto dónde viven las personas. Quieres ir de viaje y buscas un hotel. Ya casi no te aparece ningún hotel, te aparecen plataformas masivas de hoteles que tienes que reservar mecánicamente. Y si conectas con el hotel no conectas con el dueño o el encargado, o con algún empleado vivo, te aparece una caja de datos muerta y mecánica que tienes que rellenar. Todo se hace ahora mecánicamente, y parece que ya no hubiera habitantes vivos en este planeta.

Te obligan a declarar a Hacienda, Hacienda se ceba con los que tienen poco, te encuentras hasta las dos pesetas que te regaló tu tía del pueblo, mientras que los billonarios siguen siendo billonarios sin problema. Pero encima de que te obligan a declarar tus dos euros tienes que matarte tú a hacerlo, te ponen delante procedimientos mecánicos, páginas de internet, formularios fríos y muertos. Ninguna persona aparece detrás, ningún rostro se manifiesta ante ti. Nadie te sonríe o te saluda.

En el banco quieren que pagues en las máquinas, ninguna persona quiere hablar contigo. Te insisten machaconamente en explicarte el procedimiento para hacerlo por teléfono móvil, por el cajero automático, qué sé yo, no quieren hablar contigo. Hace unos días pagué por la mañana temprano (porque los gilipollas me obligan a levantarme temprano, me arrinconan, me fuerzan) el alquiler de mi piso y le dije; feliz año nuevo. Me pregunto qué me diría la puta máquina fría. Acabarán por grabarle una fórmula fría para casos similares.

En esta desolación de todo, en este mundo congelado, ¿dónde se esconden las personas?  ¿En las cavernas profundas del sentido, que decía San Juan de la Cruz? Lo humano se vuelve clandestino. Cuando uno pide sencillamente algo inhumano lo ponen como algo chusco o pintoresco. Cuando todos se vuelven rinocerontes lo humano se convierte en pintoresquismo chocante. Se normaliza la desolación y la fórmula. De la fórmula que lo fabrica todo en serie e impersonal. Estoy con Unamuno: mi yo, que me quitan mi yo. Prefiero un soplo de vida de Unamuno a todos los inventos del mundo.

Defendió el pensamiento vivo y apasionado, el desconcierto y la paradoja, la vida y lo imprevisible. Qué diría de este tiempo de rutina tecnológica, de artilugios sin fin para no pensar, de dígitos para no vivir. Se salía de todas las jaulas y ahora lo encierran en una jaula. Se apoderan de su casa y solo te dejan visitarla en grupo, en masa. Y te sueltan ruido en lugar de dejarte a solas con él.  No te dejan sentir el “dulce, silencioso pensamiento” de Shakespeare que él sintió una vez en un soneto mirando a su mujer.

Pero Unamuno ya no está vivo en Salamanca. Lo tienen lobotomizado y desactivado.

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