Varufakis perdió su maleta

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Dice su mujer que Varufakis perdió la maleta y por eso se presentó en Downing Street con el aspecto de un Soprano salido del Bada Bing, aunque nada decía de por qué llevaba las manos en los bolsillos...

 

Uno ya pasó la edad de los futbolistas retirados y se acerca con resignación a la de los nuevos presidentes de gobierno. Tsipras le recuerda a alguien conocido. Un reconocimiento de quinta, un sentido especial, como si no pudiera engañarle y supiera quién es y de dónde viene. Tiene que ser alguien del colegio, y Varufakis debe de ser el profesor de gimnasia.

 

Ha de ser curioso que un excompañero de clase y el entrenador alcancen el poder en Grecia, lo cual tiene el mérito relativo de conseguirlo gestionando el caos, sin el que probablemente nunca hubieran llegado, al menos no tan pronto, a tan altas responsabilidades. Pero es cierto que a la realidad no le importan las circunstancias de su existencia porque a partir de ella, sea como sea, empieza a escribirse la historia.

 

Dice su mujer que Varufakis perdió la maleta y por eso se presentó en Downing Street con el aspecto de un Soprano venido del Bada Bing, aunque nada decía de por qué llevaba las manos en los bolsillos. Puede que tuviera el plan en uno de ellos y no quería que se lo birlasen como el equipaje.

 

Salió el británico como un vecino más de Downing, que es una calle curiosa con un aire de la comarca de Tolkien, y pareció encontrarse de casualidad al griego, quien haciendo amigos demuestra tener talento. Después de lo de Atenas hace unos días, se le imagina poniendo los pies en la mesita del té del ministro Osborne (igual que Ozzy, Bertín y las bodegas), otra rudeza como la de Astérix y Obélix ensuciando de barro los pulcros hogares de los bretones.

 

Dijsselbloem fue el primero que se topó con sus maneras como Zeus con Prometeo, el protector de los hombres. Varufakis adopta la actitud de un titán hortera educado en Essex entre petimetres advirtiendo de que le va a robar el fuego a los dioses mientras el pueblo le aclama. Sabe que ya no pueden encadenarle igual que antes mientras un águila le devora el hígado. Entre otras cosas porque ya no hay hígado.

 

La estética reafirma la predisposición de un gobierno electo donde nadie lleva corbata, ese yugo de la troika ante quien ya antes han combatido otros mediante la indumentaria, que no cuesta, a menor nivel como Cayo Lara, quien hoy ha roto todos los esquemas de etiqueta ante los medios vestido en el Congreso de Decathlon, como si les fuera a decir a los españoles: “un, dos, tres, ¡Domyos!”.

 

No se sabe que va a pasar más allá de la brusquedad programada de Yanis y la amabilidad prudente de Alexis, o entre una gira de rock y otra de pop que en estos días pone a bailar a Europa con diferentes y calculados ritmos en busca de nuevos créditos. Al final todo es un baile encantador de Zorba a la puerta de los gobiernos y de las instituciones, con la gorra en el suelo de la que algo habrán (se habrá) de obtener aparte de una corbata cortesía de Renzi, otro que también le suena a uno del colegio.