Una vuelta turbulenta. Nixon no estaba presente. Retocaron la foto.
Año 1969. Festival de música veraniego (uno de tantos) y una fila de W.C. portátiles numerados del 1 al 11. Con pulso firme y decisión me metí en el último de los cubículos, el único con una puerta blanca. En un principio pensé que me había colado en el baño con los Devo, pero los monos de estos guiris eran de color azul. En ese mismo instante, con Armstrong y Collins mirándome boquiabiertos, comprendí que después de 4 litros de cerveza y una dilexia galopante es muy fácil confundir una cápsula espacial con un meadero público.
Entonces empecé a oír una voz nasal (de la NASA) iniciando la Secuencia de ignición. Aunque eso tenía más pinta de ser un episodio de indignación. No hacían más que preguntarme atropelladamente por un tal Aldrin. Y no me suena que «Aldrin y las ardillas» actuaran ese día.
A la luna, a las dos y ¡a las tres! Lo de la cuenta atrás es para las películas.
¡Alunizante! A un momento tan espacial para hacer historia había que ponerle una banda sonora. Armstrong me pasó un CD grabado por él: ‘Rocketman’ de Elton John, ‘Fly Me To The Moon’ del viejo Frank, ‘Space Oddity’ de Bowie; algo de Led Zeppelin como ‘Starway To Heaven’; ‘Walking On The Moon’ de The Police; ‘Bad Moon Rising’ de la Creedence, incluso ‘Man On The Moon’ de REM. Pero no me pude resistir a pinchar ‘Pandeirada sideral’ de los inimitables Zapato Veloz.
A ritmo de muñeira y licor café llegamos a la luna. Una luna nueva, a estrenar.
Un viaje largo, mucha hidratación y una vejiga pequeña.
Demasiado ‘Zapato Veloz’ y no poder fumar en el Apollo11.
La vida de astronauta parece fácil, incluso divertida, pero yo sólo le vi inconvenientes. Para empezar, las uñas de los pies crecen el doble de rápido, por eso cuando sales a pasear por la superficie es mejor ir dando saltitos. Aunque todos hemos visto en el cine que la comida se toma en minipastillas, eso no es cierto y a mí me tuvieron todo el viaje haciéndome creer que tragar un guisante era como comerse una paella entera, ¡qué hambre! Y lo peor era cuando Collins se quitaba el traje, ese olor era la auténtica atmósfera cero.
Con tanto cráter pudimos hacernos unos hoyos. 156, en concreto.
Tres tipos en ropa interior, sin salir de la nave y con el único entretenimiento de tirar mis guisantes e intentar atraparlos sólo con la boca no es que se preocuparan mucho por la limpieza. Sin embargo un día decidimos que había que sacar la basura y lo más democrático nos pareció que quien tuviera más lunares sería el elegido. Cuando Armstrong salió por la puerta, le grité: «Pongo un pequeño vaso en la lumbre y una gran tosta para untar», no obstante, en el control de Tierra escucharon: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad».
Pasados unos días, Armstrong, con toda la gravedad con la que se puede hablar en la luna, nos comunicó que se nos habían acabado los víveres. Instintivamente pensé en la perrita Laika y lo rica que estaría a la parrilla.
Pero no podíamos volvernos con las manos vacías, que todos tenemos a alguien que te reprocha que vayas de viaje y no regales nada. Así que cogimos unas cuantas piedras para pintar, en plan souvenir.
De vuelta en la Tierra, sólo tenía que contactar con el cabo Cañaveral a ver si sabía cómo volver a mi casa. Debe de ser una broma entre astronautas. Aunque la visión de la Tierra desde el espacio hace que se le salgan a uno los ojos de las órbitas. Luna y no más.