Victoria Lomasko retratada por Geraint Rhys
«He vivido una época trascendental, histórica para Rusia. No sólo por la guerra de Ucrania. Cuando ya pintaba, me di cuenta de que la historia estaba desfilando ante mis ojos. Imaginaos que en diez años todo cambia y presentís que España va a convertirse en un país cerrado, en una dictadura. Entonces querréis retratar cada momento, cada hito, fijarlo en el tiempo.
Tengo que decir que la primera cita que añadí a mis dibujos fue cuando tenía ya 29 años. Recuerdo perfectamente ese momento: dibujaba y era tan interesante lo que oía, que me dije: ¿por qué no registro sus palabras?
Creo que hay que utilizar todos los medios, observar. No sólo a las personas, sino también cómo cambia el paisaje o los objetos. Escuchar, abrir los oídos, pero llegado el momento, hacer preguntas».
Son palabras de la artista y disidente rusa Viktoria Valentínovna Lomasko, que cobran más fuerza hoy 16 de febrero, el día en que ha muerto trágicamente el opositor Alekséi Anatolólievich Navalny, después de un calvario de envenenamientos, juicios amañanados, cárcel y persecución a su familia por parte de la administración Putin.
Y es que Viktoria Valentínovna nos visitó la pasada semana. Exiliada en Berlín desde que en Ucrania estalló la guerra a gran escala, en España es conocida por sus reportajes —que no novelas— gráficos, publicados con esmero por Ediciones Godall.
Lomasko vino para impartir talleres de dibujo, periodismo y cómic en las universidades de Alcalá de Henares, Complutense y de Granada. También para promocionar su último libro, La última artista soviética.
Dibujo: Antonia Santolaya, al estilo Lomasko. Refleja la reciente presentación madrileña de su libro.
El anterior, Otras Rusias, narraba el fenómeno de Pussy Riot, los problemas del colectivo LGTB y las protestas que en 2012 sacudieron el país. Recordemos que, tras el simulacro de alternancia con su mano derecha Dmitri Medvédev, fue entonces cuando Putin se reinstauró a sí mismo en la presidencia. Inmediatamente, medio Moscú y San Petersburgo salieron a la calle en señal de protesta.
A primera vista, la artista parece una de esas jóvenes hiperactivas de la intelligentsia moscovita, lo opuesto a una mujer florero. Su pelo corto y su mirada franca inspiran confianza. Me siento por un momento en el Nuevo Arbat y sin querer, la tuteo.
Victoria —así firma en alfabeto latino sus murales y libros— no dice nada, pero tanta familiaridad le disgusta. Aunque el día anterior cenamos juntas con la periodista Isabel Navarro y la editora Matilde Martínez Sallés, ahora estamos trabajando y hay que guardar una distancia profesional. Así que vuelvo a empezar:
Pregunta: ¿Cómo fueron sus inicios?
Victoria Lomasko: Soy hija de un muralista soviético (Valentín Lomasko). Dibujo desde los tres años. No sé cómo explicarlo, en mi familia se daba por sentado. Yo siempre lo tuve claro y me fui a Moscú a estudiar Impresión y Artes gráficas.
P: ¿Qué recuerda del escándalo que supuso su primer libro, Arte prohibido? Ganó el Premio Kandinsky, pero sigue inédito en español.
VL: Es la crónica de la exposición homónima, donde los visitantes tenían que acercarse mucho a cada obra. Las veían sólo a través de una mirilla. El director del Museo Sájarov, Yury Samodurov, y el comisario Andréi Yerofeyev fueron condenados por la Iglesia ortodoxa y se enfrentaban a penas de ocho años de cárcel en régimen severo. Finalmente fueron multados
Este libro no lo firmé sola, sino con Antón Serguéievich Nikoláev. Aprendí así la importancia de ser independiente. Siempre que trabajas en tándem se refleja también el criterio del otro, hay cosas que yo hubiera hecho distintas.
Pero no sólo existe la censura en el régimen de Putin, también en la Unión Europea. Ahora que vivo en Berlín veo el apoyo incondicional del gobierno a Israel, cómo la prensa no muestra apenas imágenes del sufrimiento y la destrucción en Gaza. He oído que es diferente la postura en España, ¿verdad?
Portada del libro Arte prohibido, de Victoria Lomasko y Antón Nikoláev
P: Cierto, en España son numerosas las manifestaciones de apoyo a Gaza. ¿Qué sentido tiene dibujar en plena dictadura de la imagen?
VL: Una fotografía siempre va a ser más precisa, pero no tiene poesía. Dibujo por tres razones:
La primera es porque Rusia, desde la reinstauración de Putin en 2012, es una dictadura. Hay muchos sitios, como precisamente los juzgados, donde está prohibido grabar y hacer fotos. En cambio yo puedo entrar y dibujar, como hice con Arte prohibido.
El periodista además está sujeto a la inmediatez y a los temas que le impone la redacción. En 2014, durante las protestas de los transportistas en Moscú, inmediatamente después de las manifestaciones contra la detención de Navalny, los fotógrafos sólo estuvieron dos días. En seguida comprendieron que aquellos camioneros no iban a protagonizar ninguna revolución. Yo en cambio estuve yendo seis meses, lo que duró la protesta. Para mí era interesante ver cómo aquellas personas, muchos de ellos nacionalistas y anteriormente fervorosos putinistas, dieron un giro de 180º y se convirtieron en activistas por los derechos y libertades.
Finalmente, al ser un país tan hermético, es normal que la gente no quiera hablar y desconfíe si ven una grabadora y un micrófono. En cambio, yo para ellos siempre soy la dibujante. Conmigo tienen una reacción totalmente distinta, me saludan por la calle. En fin, ellos saben que no van a salir en el telediario con su testimonio deformado. Yo les entiendo, porque también he sido víctima de la prensa.
P: ¿A qué se refiere con ser víctima de la prensa?
VL: Si alguien viene con un micrófono y una cámara, está claro que ese material irá a alguna parte. Se sabe que será publicado, y eso tiene sus riesgos, es interpretable. Eligen qué resaltar, juegan con los detalles, dónde hacer hincapié. Y luego le destrozan la vida a esa persona.
Otro ejemplo es la primera agresión a Ucrania. Aunque gran parte de la sociedad rusa vio con buenos ojos la anexión de Crimea (solían decir «¡qué astuto es Putin, es un viejo zorro!»), para mí la guerra del Donbás fue una noticia funesta. La confirmación de que vivíamos en una dictadura. La prensa amplificó el discurso oficial: nos manipulaban con que luchábamos para defender la población rusa en Ucrania. Pero muchos salimos otra vez a la calle. Fueron protestas y marchas que culminaron con la detención de Navalny.
P: ¿No cree que el opositor Borís Nemtsov fue asesinado a tiro limpio por su terrible informe sobre la primera agresión rusa en 2014? En FronteraD lo tradujimos antes que nadie.
VL: Tuvo varios encontronazos con Putin, pero creo que ese fue el detonante. Rompió el silencio sobre lo que realmente ocurría al otro lado de la frontera.
P: ¿Cuál es su método de trabajo?
VL: Dibujo en el lugar de los hechos, para no perder su esencia. Siempre hay algo de la energía de los protagonistas que te impregna. En un dibujo no es fácil identificar a los personajes, no hay base legal para arrestar a nadie. Esto en Rusia supone dibujar a 10, 20 grados bajo cero. Por eso llevo siempre un lápiz especial y un bloc de notas. Luego en casa le doy el acabado final, y tengo una libertad de la que el fotógrafo carece. Elijo siempre un elemento a resaltar, que se convierte en un símbolo. Por ejemplo, en esta imagen sobre las protestas contra la detención de Navalny la dominante era el blanco. Por ser el color de la concentración, presente en las bufandas, banderas y globos de los asistentes. Nevó durante la protesta, y el blanco representa aún más la alegría y la pureza inicial de los manifestantes al tomar las calles. Pero yo nunca uso los símbolos para ocultar el mensaje, no me gusta enmascarar la realidad. Por eso no tengo miedo a que me malinterpreten.
La hija de un artista gráfico, mural de Victoria Lomasko donde se autorretrata a la derecha y homenajea a su padre Valentín, también artista (2017, galería HOME, Manchester)
P: ¿Por qué ha elegido Berlín como lugar de residencia? ¿Es por el arraigo de la colonia rusa?
VL: Había estado decenas de veces en Berlín, tengo mi círculo de amigos. Pero como no hablo alemán fue crucial el alto nivel de inglés que tienen los alemanes. Puedo preguntar en la calle en inglés, hacer la compra y relacionarme con los demás. Lo que no logro es reflejar la realidad que me rodea, porque todo sucede en un idioma que desconozco. A pesar de la barrera lingüística, estoy en Alemania e intento relacionarme con alemanes.
Pero no todo es idílico, a mí me han increpado en la calle por ser rusa. Occidente nos insulta a los rusos que nos hemos exiliado en protesta contra la invasión a gran escala. No a los oligarcas que están podridos de dinero, consiguen visados al momento y a menudo ya vivían fuera, sino a gente de provincias como yo, que llevamos dos años sin ver a nuestra familia y no sabemos si alguna vez podremos volver.
P: Una paradoja cruel, pues justamente son los nuevos rusos quienes apoyan el régimen de Putin…
VL: Exacto. Yo en Berlín me paso el día trabajando y la noche haciendo papeles. Mi situación es difícil, carezco de un permiso de residencia permanente. Los rusos estamos sorprendidos y decepcionados con la rusofobia que impera en Occidente. Abandonando nuestro país hemos dado un salto al vacío y nadie nos apoya. Pero no me gusta que me llamen activista. El arte está muy por encima del activismo.
P: ¿Nunca ha tenido miedo a las represalias?
VL: Por suerte mi familia no pertenece a los círculos intelectuales de las grandes ciudades. En Rusia la provincia está totalmente olvidada, hay un desconocimiento mutuo entre la intelligentsia y las regiones periféricas. También del llamado espacio postsoviético. Ese es otro de los temas de La última artista soviética. Recorrí el Cáucaso y parte de Asia Central (Georgia, Armenia y Kirguizistán), pero también la parte rusa, como la república autónoma de Osetia. Estuve en las protestas bielorrusas de agosto de 2020, que me impactaron especialmente. Comprendí que no basta con que el 90% de la población salga a la calle para derrocar a un dictador como Lukashenko.
Dibujo: Antonia Santolaya. Retrata a Victoria Lomasko y las adversas y singulares condiciones en las que trabaja.
P: ¿Tiene relación con el círculo de Svetlana Tijanóvskaya, la presidenta bielorrusa en el exilio?
VL: ¿Podemos tutearnos?
P: Adelante, ¡es mucho más cómodo!
VL: Yo estuve en las manifestaciones con mis conocidos. Los bielorrusos protestaron de forma pacífica, como nosotros antes. Mujeres, ancianos, niñas, fueron detenidos y torturados. Entendí entonces que, para que una revolución triunfe, hay que estar dispuesto a matar. ¡Me niego a dar ese paso!
P: Una curiosidad, la gran Zemfira sigue exiliada en París, ¿no? Recibo extrañas notificaciones de la prensa rusa sobre ella, intentos de difamarla.
VL: Por supuesto, ¿pero qué pregunta es esa? Hay personalidades como ella fuera, sé también de rusos anónimos que siguen dentro y apoyan en silencio a Ucrania. Pensemos que quien protesta en Rusia es encarcelado, pierde su trabajo, etcétera. Por eso muchos prefieren, preferimos donar dinero. Sé también de un matrimonio que no se va del país porque les ha dejado su piso en Berlín a una familia de refugiados ucraniana.
P: ¿Cómo ves tu futuro y la situación en Rusia y Ucrania?
VL: Me veo dando clases en una universidad, creo que acabo de firmar uno de mis mejores murales. Sigo activa, intento viajar, de ahí también el título de La última artista soviética. En todo lo que fue la antigua URSS hay un fuerte choque generacional. Podemos resaltar la nostalgia por la Unión Soviética, especialmente entre los mayores, y será verdad. Pero si decimos que hay un deseo de libertad y apertura a Occidente será igualmente cierto, sobre todo entre los jóvenes. Documentándome para Otras Rusias aprendí mucho de otros colectivos como las prostitutas o los chavales del reformatorio.
En mis viajes pienso en los pintores orientalistas de la segunda mitad del XIX. Admiro por ejemplo el arte de Vasily Vereshchagin, pero rechazo su condición de soldado imperialista. Hablo de artistas extraordinarios como Pável Kuznetsov, que salían de Moscú o Petrogrado y aterrizaban en una realidad totalmente distinta. El problema es que hay una perspectiva colonial en todo ello. Como en los álbumes soviéticos de mi infancia, donde todos eran felices. Para no incurrir en eso, decidí viajar invitada por colectivos feministas. Siempre he ofrecido talleres a cambio.
Vasily Vereshchagin, La apoteosis de la guerra
Descubrí que existen países tradicionales y conservadoras, donde la religión tiene mucho peso, como ocurre en Georgia. Allí si quieres abortar no te mandan a un médico, sino a un sacerdote. Y diferentes credos, en otras regiones he visto mujeres en hiyab que venían a mis talleres feministas.
Volviendo a la época soviética, a pesar de la falta de libertades y del realismo socialista (sin ir más lejos, mi padre nunca pudo elegir lo que pintaba), era en sus inicios un proyecto utópico. En la URSS había unos valores, como la igualdad de oportunidades o el libre acceso a la educación. Mientras que el régimen de Putin falla justamente ahí, en los ideales. No encarna ningún tipo de justicia social, carece de postulados éticos. La única consigna de Putin que ha calado en la sociedad es el odio occidental a Rusia.
Pavel Kuznetsov, Una noche en Oriente
A pesar de los pesares, en este viaje Victoria deja obra propia en el Museo Reina Sofía. Una hora después de esta entrevista unas 100 personas, prensa incluida, llenan hasta la bandera la librería Ateneo de La Maliciosa para conocerla.
Podríamos acabar con fotografías de su visita, con el reportero y poeta Alfonso Armada moderando y varios ilustradores camuflados entre el público. Pero ya es tarde: ahora somos testigos de la fuerza del arte creado in situ.