Volver a A. Muñoz Molina

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Voy en el metro de Madrid. Julio. Línea 9. Leo Volver a dónde (2021), de AMM. El anonimato de las mascarillas hace más visible la uniformidad de los viajeros, la repetición exacta de una misma actitud: hoscos, absortos en los móviles, tecleando en ellos. Entro en un vagón y yo soy la única persona que lleva en las manos un libro y no un teléfono. Es mi primer viaje en metro después del encierro. Pero de una estación a otra empieza a formarse una pequeña comunidad lectora. Detengo el libro y descubro a un hombre frente a mí, lee otro libro y toma apuntes en las zonas blancas. No es una coincidencia. En Estrella entran en el vagón la abuela Juana y sus dos nietas Juana y Carolina. Las niñas juegan entre los barrotes, dan vueltas como locas, se mueven de un lado a otro, se alejan, preguntan a los pasajeros qué helados quieren, Juana se tira por el suelo y Carolina la levanta para que vuelva a tirarse, una y otra vez. Miramos juntos el juego de las niñas Carolina y Juana. La abuela Juana nos mira a nosotros y sonríe con los ojos. Bajan en Avenida América y nos dicen adiós, sus únicos espectadores (él pidió pistacho y yo hierbabuena) junto al perro Sauce (el del morro largo y patas de cangrejo). Hay un asiento libre junto a Antonio, cambio de fila. Ahora imaginamos que tendremos que mirar al resto de niños que entran con sus padres (que casi siempre es la madre), entran y la madre dá a su hijo su teléfono móvil para que esté tranquillito y no alborote y no haga ruido y no se mueva y esté calladito y sentadito. El niño coge el móvil con las manos como si fuera un cucurucho y ahí se queda y la madre espera y el metro de Madrid continúa y la próxima estación. Contamos, dos, tres, cuatro, cinco, hasta Paco de Lucía. Al volver nos sentamos en el otro lado, los dos. Recordamos a las niñas Juana y Carolina de Estrella. No fue una coincidencia. Bajamos en Príncipe de Vergara, conozco un lugar donde tienen helado de aceituna. | Me contaba que para ganarse un poco de dinero sembraba matas de hierbabuena a la orilla de las acequias y se las vendía a los moros de Franco que seguían acuartelados en la ciudad en los primeros tiempos de la guerra. Se había fijado en que los moros echaban hierbabuena al té.