Volver a la literatura

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Hasta el color de ese invierno ruso produce escalofríos. El hielo gris lleno de vapores como si cada hombre fuese una fábrica ardiente en su interior. Viendo las imágenes de humo parece que disparan con las bocas.

 

El pueblo lucha con escudos romanos, bárbaros en rebeldía, armas robadas como pieles rojas, y el vestuario apocalíptico de Mad Max. La división ha creado tribus con tan sólo un objetivo en común: Yanukóvich, un nuevo presidente acorralado igual que si se hubiera extendido en el norte la fiebre del Oriente y sus primaveras.

 

Se acuerda uno del eslavófilo Tolstoi, y del occidentalista Turguénev. De sus distanciamientos y reconciliaciones. En esta batalla también se mezclan opositores y estudiantes y ultraderechistas cubriéndose tras las barricadas, donde quizá se pregunten qué hacen allí junto a ese desconocido: la escena de trinchera tantas veces escrita y filmada, pero en lugar de yéndose uno poco a poco al frente, como antaño, viniéndole éste a casa de improviso.

 

Desde un Madrid templado y luminoso todo se advierte muy frío, pero allí debe de haber un infierno helado. No trata uno de parecer Stephen Crane, de quién decía Hemingway que por su forma de relatar la guerra, parecía que había estado en ella.

 

Fue el Nobel uno de los ilustres del Florida de Callao, el hotel de los corresponsales en la Guerra Civil, como hoy el Ucrania de Kiev, donde sedujo a Martha Gellhorn bajo el impacto de los proyectiles, y donde ayer se tomaban copas y hoy se colocan camas como aquella sobre la que Turguénev antes de morir dicen que exclamó, refiriéndose a Tolstoi: “Amigo, vuelve a la literatura”.