Al 50%, al 70%, 3×2 o ¡liquidación por cierre! Uno no sabe cuándo entró en el bucle sin fin de las ofertas y los descuentos. A pesar de que juré que nunca más volvería, repito cada año. Son las recbajas.
En esta época parece que vivimos constantemente en un “Todo a 100” y nunca sabes cuándo vas a necesitar 20 cajitas de cerillas antihumedad especiales para hogueras, además corren tiempos oscuros y están de oferta.
Como por arte de magia -25 minutos de publicidad entre programa y programa- decidí probar suerte en busca de una ganga aunque ¡no necesito nada! Pero eso da igual. La sensación de ser por una vez más listo que el vendedor es la mayor de las victorias. Por todas esas veces que nos dan el cambio mal y no protestamos; por aquella vez que pediste una caña y te sirvieron un café con sacarina que tú, que eres un profesional de la barra, te bebiste, y, ¡cómo no!, por cada ocasión en la que un taxista decidió por su cuenta hacerte una ruta turística mientras discutía con la radio (¡no hay mampara suficientemente gruesa que aguante esto!).
Me costó decidirme por un comercio ante tanta oferta variada, todo cosas que no necesito y por lo tanto susceptibles de ser compradas en recbajas. Como aquella caja de 500 almohadillas desmaquilladoras (300 de regalo) que uso como posavasos, motivo por el que en casa sólo tengo vasos de chupito. Sin embargo, mi deber cívico era acudir a las recbajas, aunque sea sin querer, lo siento.
Lo mejor es llegar a las segundas, cuando todo lo que ha escarbado la gente de las primeras recbajas aflora en los cajones. De esto se encargan cuadrillas profesionales: tamizadores del 2×1 que se entrenan aparejando calcetines, capaces de encontrar vida inteligente en la sección de vegetales e, incluso, de sacarte los colores ondeando una braga-faja XXL a 3,99 el kilo.
Opté por unos grandes almascenes, lugares donde se acumulan las almas de los que han abusado de sus tarjetas de crédito. Hablo de aquellos que cuando ven que el árbitro saca una tarjeta roja se preguntan si es de débito o crédito y viajan más rápido, en American Express.
Y ¡voilà! Ahí estaba yo aprovechándome de todas las ofertas. La primera me la brindaba una señora modelo estándar, de las bajitas que se abrazan a su bolso, que entraba delante de mí dejando caer la puerta. ¡Qué bien! Un descuento del 30% en educación. Al llegar a la primera planta, la segunda ganga del día de la mano de una dependienta que lucía un chicle o masticaba un piercing, no lo puedo asegurar, soy disléxico. Estuvo mirándome todo el tiempo, muy muy quieta, tanto que estuve a punto de echarle unas monedas para ver si se movía, pero en estos sitios es mejor usar tarjeta, que vean que eres uno de ellos. No me decidí, así que desdoblé y doblé todas las camisas buscando mi talla. La dependienta ni se inmutó. ¡Bravo por el pack ahorro en atención!
Me quedé en estado de stock.
Al final me compré unos pantalones. El mismo modelo, el mismo color que uso desde hace una década, pero como eran ‘de la nueva temporada’ me costaron lo mismo de siempre.
Después de revivir una mañana de recbajas, y sin toparme con el chollo deseado, el último recurso era beberse unos buenos tragos, liquidación total.
Nota mental: no volver a las recbajas, por lo menos hasta el año que viene.
Gracias por apuntarte y por
Gracias por apuntarte y por las son risas.
Soyez le bienvenue
¡Muchas garcías!
¡Muchas garcías!
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