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Mientras tantoWestern caníbal

Western caníbal


Suena Singing saw, de Kevin Morby

Nadie con un mínimo de curiosidad cinéfila debería dejar pasar por alto el nombre de S. Craig Zahler; suficiente ya lo han hecho distribuidores y exhibidores desde que, tras el estreno de Bone tomahawk (2015), su debut como director, no les permitieran un hueco en nuestras pantallas a sus dos restantes películas –Brawl in Cell Block 99 (2017) y Dragged Acroos Concrete (2018)-. Que desconozcamos su trayectoria como novelista y tan siquiera vayamos a leer ninguna de sus obras, no nos lo reprocharemos en la vida; que ni nos atrevamos a escuchar algunas de las canciones que ayudó a componer y producir, bajo el seudónimo Czar, para el grupo de heavy metal Realmbuilder es algo que los prejuicios ayudarán a disculpar. Ahora bien, que no nos acerquemos a su cine debería resultar imperdonable, aun a riesgo de, si no fallecer por el camino, al menos, perder una pierna o un brazo, o la cabeza. Aquí no hay sitio ni para timoratos ni para rehenes.

Los que sobrevivieron al estreno de Bone tomahawk en el Festival de Sitges de 2015, donde el debutante Zahler se llevó el premio a Mejor Director, celebraron con entusiasmo la propuesta de revisitar el siempre, por cacareado, moribundo género del western con el género de terror para llevarlo, finalmente, hacia los territorios del gore. Inconscientemente es hacia donde se dirigen los cuatro protagonistas de una película que empieza como una epopeya que remite directamente a Centauros del desierto (The searchers, 1956), de John Ford, se cruza con otros clásicos del género como La venganza de Ulzana (Ulzana’s raid, 1972), de Robert Aldrich, y los acabará introduciendo en una especie de revisión de Holocausto caníbal (Cannibal holocaust, 1980), el clásico de terror extremo y falso documental de Ruggero Deodato.

No será porque Zahler no nos haya avisado a los espectadores con un prólogo que juega con nuestras expectativas. Sabemos que los códigos del género que utiliza, como los personajes que los habitan, esos cuatro estereotipos tan bien perfilados con sus debilidades y su épica, van a ser vulnerados, literalmente devorados, por una versión primitiva y antropófaga de los indios. Sabemos que nos dirigimos al infierno, tal y como reconocerá uno de los personajes una vez allí presencie lo macabro, pero una cosa es saberlo y otra haber estado en él. Nadie, en un contexto así, nos lo ha contado como el atrevido Zahler.

Y eso que al inicio todo ocurre como ya sabemos, como en la citada obra maestra de Ford, con un secuestro, en este caso el de una joven doctora, el joven ayudante del sheriff y un convicto al que la primera curaba unas heridas mientras el segundo lo vigilaba. Y todo sigue con una búsqueda protagonizada por un heterogéneo grupo formado por un veterano y afable sheriff, su fiel y anciano ayudante, tanto o más ingenuo y charlatán que el gran Walter Brennan de Río Bravo (Ídem, 1959), de Howard Haks, un indolente y ensimismado pistolero y el obstinado y maltrecho –parte con una pierna rota- marido de la doctora. Junto a ellos emprendemos ese periplo en el que, mientras nos vamos despojando de lo canónico, lo que define el género, los personajes se nos muestran más humanos y a la vez van adquiriendo una grandeza, trágica y heroica, que nos recuerda algo a las películas de John Huston.

Llegados a un determinado punto, poco debe importarnos el éxito o el fracaso de ese rescate en las mismísimas profundidades del averno, lo que nos queda es la poética del gesto, del camino trazado. Como importante debería ser para nosotros, más allá de los placeres o disgustos que nos pueda ocasionar una película como Bone tomahawk, el mérito de la aventura, los vaivenes de una experiencia sacudida por la violencia extrema y explícita, atenuada por toques de humor sutil, la incertidumbre de un trayecto hecho a pie, sin un caballo con el que poder huir al galope.

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