Calla y contempla
Cómo todo desiste y se retrae.
Tiempo de la matriz,
Melodía de adviento
Y la fraternidad como aventura
Que salvará la tierra.
Sigue su curso el río.
Las alas de los árboles
Descienden al dolor de la caída,
Melodía que calla.
De los cielos distantes
Ya no acuden los signos
Estas nubes de hoy,
Como si fueran ángeles.
El fulgor de los grises
Y todo lo que esconden
Los espacios celestes,
Melodías de un reino inalcanzable
Que avivan nuestro anhelo
De otra vida más alta.
Y nosotros aquí
-Surcos, semillas, tierra-
Ahora que llega el frío
¿Cómo habría de ser lo que buscamos?
La mirada no acierta, se equivoca,
Se desdibuja el trazo
De todos los caminos.
No es protección lo que tejemos,
Es solo melodía
Que no encuentra acomodo,
Más bien largo lamento
Pues se halla tan lejano
El tiempo de la gracia
Nunca quiso dejar
De ofrecer lo pequeño
En el ara invisible de los días:
El gozo compartido de un instante,
El hallazgo imprevisto,
Ese descubrimiento
Del pájaro en la rama con su trino…
Melodías de un Dios
Que quisiera anunciarse.
En el ara del mundo
Depositó su ofrenda,
Melodía callada de su ser,
Apenas un granito imperceptible
De alguna inmensidad
De la que forma parte
Dos transeúntes hablan
En árabe, abstraídos, por la calle
En la mañana limpia.
Su lengua, para mí ininteligible,
Me susurra no obstante melodías
De la chanson arabe,
El lienzo tan querido de paul klee
Que, a su vez, me transporta
A la blusa rumana de matisse.
Las melodías leves de lo extraño,
De aquello que no es nuestro.
Y sigo mi camino
Al tiempo que se alejan las palabras…
Siempre lo más hermoso
Es aquello que no nos pertenece
La madrugada de la luz
Y nuestra melodía que se ofrece
Y se hace entrega en la primera hora.
¿Qué oración o qué salmo
Podríamos decir,
Cuando el Dios se halla lejos?
¿A qué vacío entregar la súplica?
Estamos aquí solos
A merced de los vientos,
Perseguidos por fuerzas invisibles
Y no oye nuestra voz el Dios lejano
Corazón en que late la ciudad,
Esta plaza también es melodía
De mis últimos años;
Canción terrestre
De un tejido invisible de caminos;
Canción de tiempo
Que recoge alegrías y tristezas,
También cartografía de unos seres
Que me conocen y me desconocen
Lo mismo que yo a ellos
La dádiva constante de la luz
Nos santifica a todos
El acordeón de la precariedad
Bajo el arco del mundo.
Las melodías pobres del invierno,
La vida, pentagrama
De un desamparo antiguo.
Y nada nos protege,
Ni esas notas
Tristes y barojianas,
Ni aquella melodía
Que escuchamos de niños
De pobreza y misterio
Amar la melodía de los seres,
Amar la melodía de las cosas,
Entregarse y estar
Disponible hacia todos.
Traza la luz la forma de las cosas,
Esa belleza frágil de su estar
Ofrecidas, sin nunca pedir nada.
Así nosotros,
Ofrecidos por siempre en la patena
De la fraternidad,
En silencio, dispuestos
En esa melodía
Del mundo que es morada
José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953).
Es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y fue secretario del poeta Rafael Alberti en los cursos de verano de El Escorial (Universidad Complutense de Madrid) entre finales de los años ochenta y principios de los noventa.
Fue codirector la revista Encuentros así como fundador y director de la colección poética Pavesas. Hojas de poesía y de la colección literaria Cuadernos del Noroeste. También fundó y codirigió la colección de arte y literatura Plástica & Palabra.
Es especialista en traducción de poetas portugueses como Eugénio de Andrade, Jorge de Sena, Bento, Helder, Nuno Júdice o Al Berto.
Ha publicado El tiempo que nos teje (Diputación Provincial de León, 1982); Un jardín al olvido (Rialp, 1987. Accésit del premio Adonais); Paisaje de invierno (Amarú, 1993. Premio Ciudad de Segovia 1990); Estelas (Aguaclara, 1995); Señales (Visor, 1997. Premio Gil de Biedma 1996); Las sílabas del mundo (Prames, 1999); De la intemperie (Calambur, 2004); Proteger las moradas (Calambur, 2008) y Trazar la salvaguarda (2012).