No creo en los parques

Antonio Costa Gómez

Cuántos sobres de sopa podrás tomarte aún
mientras esperas a que la vida te secuestre y te deje.
Cuántas salchichas freirás
antes de que un amante te estropee la colcha
con las colillas sin apagar,
antes de que te digan que ha sido aquella rosa
que se pudrió en el vaso y tú no viste.
Cuántas veces aún vas a fregar los platos
con el estropajo Scotch-Britte
antes de que digan que la vajilla pálida
está irremediablemente rota,
y venga tu abuela coja a decirte que has fallado,
que has olvidado desplegar las sábanas,
que has olvidado desplegar las sábanas,
que has olvidado desplegar las sábanas, 
antes de que ese whisky que tomas al crepúsculo
tenga sabor a muerte y a ausencia sin remedio,
y que las manos se hayan ido,
y el cuerpo deje un fantasma pesado e interminable
con el que tropiezas en todas las esquinas,
antes de que olvides ponerte el camisón
y te duermas desnuda en las baldosas
y salgas al balcón como una novela mal escrita.
Cuántas fregonas aún utilizarás en tu suelo
Hasta que no haya nada que limpiar porque no veas nada,
porque se han llenado de lluvia tus ojos ateridos
y los amores como mondas queden bajo los muebles.

 

 

 

 

 

 

 

Ocurre todo y no ocurre nada,
somos una mancha y un desgarrón en la vida,
somos un grito y un hueco interminable,
somos la lluvia y las pisadas de los caballos,
como un eco en el bosque y algún crimen,
somos un plato vacío,
somos una rosa que se pudre en un armario
somos una prenda tirada, somos un adiós,
una puerta rota, un delirio,
hemos puestro el rostro, hemos arañado los muros,
nos hemos quedado igual que las palomas,
no tenemos nada y un montón de papeles,
nos quedamos sin boca y lo besamos todo,
recibimos todas las cartas
y nos tragamos los inviernos,
somos extraños entre las galerías,
calentándonos con historias y muecas,
patéticos fantasmas que se palpan,
que buscan en los graneros
un corazón sellado,
como un arca que tiene la cosecha escondida,
no tenemos cielo pero lo devoramos,
con angustia al atardecer
somos estampas que se ensucian,
somos cuadernos que quedaron en los cajones,
no ocurre nada y ocurre todo.

 

 

Solo sabe la música
Solo el adiós nos hace sabios
Solo el final nos besa dentro
Solo la muerte te conoce
Solo la piel es inocente
Solo brilla el silencio
Solo las aguas te recrean
Solo el recuerdo te respira
Solo las manos dan un regalo
Solo el latido te reconoce

 

 

En todos los ojos
está lloviendo
Se mojan las cartas
las intuiciones
los recuerdos
Las cortinas se rasgan
se licua la memoria
Los ojos se reblandecen
se esconden
desaparecen
Los cuadros se diluyen
la música se hunde

Nunca nada me tuvo,
nunca conocí el silencio,
nunca alcancé los ojos
con el fulgor de las manos,
nunca pude taparme
con el espesor de la noche,
siempre todo estaba lejos,
incluso el fuego, incluso la locura,
cada rostro era un vértigo
que me negaba en la niebla,
cada palabra era una incertidumbre,
siempre he tenido miedo
del interior de los cuartos,
nunca conocí los muebles,
nunca conocí mi dicha.
porque al caer de la nieve
se ponía todo muy pálido.

 

 

Nostalgias feroces
que bajan con el tiempo.
Fragmentos de oraciones
que no alcanzaron su hora.
Soledades que no encuentran
las palabras precisas.
Furores de ternura que se pierden,
morriñas que no te tocan.
Darse cuenta muy tarde
del fracaso de los nombres.
El vaho que baja por las ventanas
y los dedos no pueden sentir.
Mirar con pasión
los vasos de agua.
El aullar del recuerdo
que no sabe donde morderte.

 

 

En Nueva Orleáns fluyen negros extraños,
los cantantes ensayan bajo el agua,
los pianos se casan otra vez en los sótanos,
se oyen los juegos antiguos entre la lluvia
en el revés de las calles,
cuando madura el sol
alguien inventa novelas en los jardines,
todas las cartas se leen otra vez al llegar el invierno.

Desde que tengo vida
lo he deseado todo,
acaricié los cuartos,
atesoré las bocas
robé las despedidas
devoré la nostalgia.
Desde que tengo muerte
arrinconé  las voces,
asesiné las músicas.
Desde que tengo sueño
atravesé la vida,
equivoqué el amor, 
me perdí en las palabras.

 

 

Tengo nostalgia del mar
De lo que contaba mi abuela
De unas cuantas calles de Barcelona
De trescientas copas de aguardiente en aldeas de Galicia
De un barco que solté una vez en un charco
De todas las palabras de Rimbaud
De quinientas ventanas observadas en el invierno
De rostros desdibujados detrás de los cristales
De tantas tardes de verano desaprovechadas
De cuando yo era un ser humano y de cuando no lo era
De los cazadores que se perdían en un bosque en una alfombra
De los amantes azules dibujados en un plato de Macao
De todas las historias que inventé con los pantalones cortos
De miles de películas que vi en la fila cinco de los cines
Y de aquella que mi tía no me dejó ver

ANTONIO COSTA GÓMEZ (Barcelona, 1956)
Nació en Barcelona, pero se crió en Galicia. Estudio Filología Hispánica e Historia del Arte. Es profesor de literatura en enseñanza media. Hizo viajes por numerosos países del mundo entero.

Publicó libros de todos los géneros: "Revelación", "El delirio del fuego", "El tamarindo", "Las campanas", "La reina secreta", "La seda y la niebla", "Las fuentes del delirio", "La calma apasionada", "Mateo, el maestro de Compostela". También aparece en antologías: "Poesía española última", "Elogio de la diferencia". Ha colaborado en diarios y revistas, entre ellos "La Voz de Galicia", "ABC", "Córdoba", "El Correo Gallego", "La estafeta literia". Su obra literaria ha sido reconocida con diversos premios.

Fotografía: Consuelo del Arco. Fuente: La nave de los locos