
1.
El single «Señor Corsario», de Santiago La Barca.
2.
El artículo de Alfredo Crespo para la Revista Mercurio, «Editorial Cántico: casi quince años en la vanguardia poética española», aquí.
Un extracto:
«El sur de España está inmerso, desde hace ya un tiempo a esta parte, en una etapa prolífica en lo literario y en lo editorial que, a su manera, «combate» con el centralismo cultural que normalmente caracteriza a la industria del libro. No solo por las nuevas voces andaluzas y los autores ya consagrados que son parte fundamental de la concepción del sur como fuente cultural, sino también por el creciente auge, la consolidación y la expansión de proyectos que fomentan la literatura, y con ello, además, la lectura.
En Andalucía, desde hace casi 20 años se viene realizando una revisión estructural para visibilizar y poner en relevancia todo el trabajo cultural que se ha llevado a cabo y que tiene lugar hoy en día. Competir, o más bien ser considerados lugar de referencia, cuando todo tiende a pasar u ocurrir en la capital —o en su defecto, en las ciudades del norte peninsular—, es un trabajo arduo y no siempre fructífero. Sin embargo, el papel de ciudades como Córdoba, Málaga o Sevilla ha pasado de ser continuista en esa tradición a generar una identidad literaria propia —y por ello parte del entramado cultural previamente establecido—, rica en matices, diferencias y proyectos, que ha logrado posicionar el sur en el mapa literario, ya no solo como lugar de escritores, sino como espacio donde poder crecer culturalmente sin necesidad de emigrar.»
3.
El tema de Intana, «Què vols de mi?»
4.
La serie «Leaving Footprints», de Martina Niederhauser.
5.
El extracto que publica hoy la web Campo de relámpagos del libro de Svetlana Alexiévich La guerra no tiene rostro de mujer. Aquí.
Así comienza:
«No estaría mal escribir un libro sobre la guerra que provocara náuseas, que lograra que la sola idea de la guerra diera asco. Que pareciera de locos. Que hiciera vomitar a los generales…
Esta lógica «de mujeres» deja atónitos a mis amigos (a diferencia de mis amigas). Y vuelvo a oír el argumento «masculino»: «Tú no has participado en ninguna guerra». Pero tal vez es lo mejor: no conozco la pasión del odio, tengo una visión neutral. No de militar, no de hombre.
En óptica existe el concepto de luminosidad: es la capacidad del objetivo de fijar mejor o peor la imagen captada. En cuanto a la intensidad de los sentimientos, de la percepción del dolor, la memoria bélica de las mujeres posee una «luminosidad» extraordinaria. Diría incluso que la guerra femenina es más terrible que la masculina. Los hombres se ocultan detrás de la Historia, detrás de los hechos; la guerra los seduce con su acción, con el enfrentamiento de las ideas, de los intereses… mientras que las mujeres están a expensas de los sentimientos. Y otra cosa: a los hombres desde que son niños se les dice que tal vez, de mayores, tendrán que disparar. Nadie les enseña eso a las mujeres… Ellas no contaban con que tendrían que hacer ese trabajo… Sus recuerdos son distintos, su forma de recordar es distinta. Son capaces de ver aquello que para los hombres está oculto. Repito: su guerra tiene olores, colores, tiene un detallado universo existencial: «Nos dieron los macutos y los usamos para cosernos unas falditas»; «En la oficina de reclutamiento, entré por una puerta llevando un vestido y salí por otra llevando un pantalón y una camisa militar, me cortaron la trenza y no me dejaron más que un flequillo»; «Los alemanes acribillaron a tiros toda la aldea y después se largaron… Nos acercamos al lugar desde donde lo habían hecho: la arena amarilla bien pisoteada, sobre ella había un zapato de niño…». En más de una ocasión me lo han advertido (sobre todo escritores hombres): «Las mujeres inventan». Sin embargo, lo he comprobado: eso no se puede inventar. ¿Copiado de algún libro? Solo se puede copiar de la vida, solo la vida real tiene tanta fantasía.»