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Mientras tantoMáscaras: un juego sin reglas

Máscaras: un juego sin reglas


 

La vida y la muerte me asustan cada día. La vida entra por la mañana. Viene dando gritos, riendo, cantando. Da golpes contra los muebles. Descorre las cortinas con fuerza y me deja ciego entre una avalancha de luz. Le gusta ver la confusión en mi cara. La sorpresa y el miedo de no saber qué sucede. Luego se va. Y yo tengo que levantarme y desayunar y vestirme, y mientras hago todo esto me preguntó porqué la vida es tan escandalosa, porqué es tan gritona, porqué demonios es tan alegre.

La muerte viene por la noche. Entra en silencio. Camina de puntillas. Se desliza entre las sábanas de mi cama sin despertarme y se mete en mis sueños, en mis pensamientos. La muerte sabe quién seré. La vida sabe quién soy. Cuando la muerte se va, llega la vida para sacarme del sueño. Para lanzarme al mundo. Y la muerte se esconde en el sótano y espera, paciente, que llegue otra noche. Pero algunas veces sale en pleno día, sale inesperadamente, para gastarme una broma disfrazada de vida. Y la vida, que es terriblemente juguetona, entonces se disfraza de muerte para seguirle, a la muerte, su broma. Les gusta mucho ponerse máscaras. La vida las máscaras de la muerte, la muerte con los ojos brillantes y la risa de la vida. “Así no hay manera”, pienso, desesperado. Desesperado y resignado. En la calle, en el autobús, en el trabajo, en todas partes todo el mundo tiene el mismo problema. Llevan a la muerte y a la vida encima. No se pueden librar de ellas. Son molestas. Se te pegan como el calor frío del verano. Se te pegan como el hielo candente del invierno. Un día llegará el silencio. Me despertaré y no sucederá nada. Y no sabré si es una broma de la vida. O es el abrazo oscuro de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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